Cada mañana, camino del trabajo, contemplo la luz que baña los campos que atravieso. Esa luz es la verticalidad de un sueño.
Hace tiempo que llevo pensando en la verticalidad como la dirección que determina el trazado de nuestras vidas. Verticalidad frente a horizontalidad, el arco y la lira, el espejo y el muro, la música y el caos, dionisíaco y apolíneo. La trayectoria vertical es una luz no usada, que se pierde de nuestra vista con premura. Desde su nacimiento es inaudita y su recorrido es una revelación continua, desde el inicio, para nosotros.
En la horizontalidad, por el contrario, sabemos del trazado aunque sea simplemente en sus comienzos. A veces el comienzo es una traición a los principios. Por todo esto, voy a buscar la verticalidad a partir de ahora en la literatura: una palabra que levite en la profundidad de mis manos.
Así interpreto las palabras de Pablo D´ors en Lecciones de ilusión cuando uno de sus personajes afirma: “Tal vez la locura no sea sino esto: equivocarse de època”. ¿Y no es la verticalidad un salirse de época en busca del continuo silvo de ese misterio que nos convoca? A todo esto recupero unas palabras de Walter Benjamin que he copiado hace unos días en un papel para que así quedase en una de las baldas de la biblioteca. Cada vez que paso ante ellas, no puedo más que glosar en silencio -a veces repitiéndolas en voz alta, cosa habitual en mí- cada una de sus sílabas: “La hora del nacimiento de una novela es la de la soledad de un hombre a quien urge hablar sobre los temas que le han perseguido en la vida”. ¿Qué es sino la soledad el rayo de luz de una verticalidad unívoca?
Así interpreto las palabras de Pablo D´ors en Lecciones de ilusión cuando uno de sus personajes afirma: “Tal vez la locura no sea sino esto: equivocarse de època”. ¿Y no es la verticalidad un salirse de época en busca del continuo silvo de ese misterio que nos convoca? A todo esto recupero unas palabras de Walter Benjamin que he copiado hace unos días en un papel para que así quedase en una de las baldas de la biblioteca. Cada vez que paso ante ellas, no puedo más que glosar en silencio -a veces repitiéndolas en voz alta, cosa habitual en mí- cada una de sus sílabas: “La hora del nacimiento de una novela es la de la soledad de un hombre a quien urge hablar sobre los temas que le han perseguido en la vida”. ¿Qué es sino la soledad el rayo de luz de una verticalidad unívoca?
En una ocasión quise descifrar los misterios que me llevaban a resguardarme de lo que los hombres llaman la sana virtud de la sociabialidad. Cuando me di cuenta, era yo quien arrojaba la luz sobre mí mismo: yo era una proyección inútil.
La metafísica era la verticalidad para Fernando Pessoa, ahora que lo pienso. Incluso al releer algunas páginas de su Libro del desasosiego, he tenido un encuentro feliz: “Tengo por más mías ciertas figuras que están escritas en los libros, ciertas imágenes que he conocido en estampas, que muchas personas a las que llaman reales, que son de esa inutilidad metafísica llamada carne y hueso”. Aquí la verticalidad es el cáliz de la ficción: nunca un autor depositó como Pessoa su vida en el fuego de la ficción. Su vida, víscera horizontal, le sobraba, era innecesaria; sólo le valía el artificio vertical.
En los últimos tiempos, tengo en el descrédito a los que no dudan de su talento. Igualmente de los que creen poseer la verdad literaria y la pregonan, además, como un vendedor poseído por los vicios posmodernos que tanto me irritan, cada vez más. Es cierto que el artista debe ser paciente, pero si el punto de arranque es fallido, su fondeo de las posibilidades de la literatura será inválido, pasto de las llamas. Porque la literatura trata de las posibilidades del escribir literatura. Una posibilidad vertical...
La metafísica era la verticalidad para Fernando Pessoa, ahora que lo pienso. Incluso al releer algunas páginas de su Libro del desasosiego, he tenido un encuentro feliz: “Tengo por más mías ciertas figuras que están escritas en los libros, ciertas imágenes que he conocido en estampas, que muchas personas a las que llaman reales, que son de esa inutilidad metafísica llamada carne y hueso”. Aquí la verticalidad es el cáliz de la ficción: nunca un autor depositó como Pessoa su vida en el fuego de la ficción. Su vida, víscera horizontal, le sobraba, era innecesaria; sólo le valía el artificio vertical.
En los últimos tiempos, tengo en el descrédito a los que no dudan de su talento. Igualmente de los que creen poseer la verdad literaria y la pregonan, además, como un vendedor poseído por los vicios posmodernos que tanto me irritan, cada vez más. Es cierto que el artista debe ser paciente, pero si el punto de arranque es fallido, su fondeo de las posibilidades de la literatura será inválido, pasto de las llamas. Porque la literatura trata de las posibilidades del escribir literatura. Una posibilidad vertical...
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