Algo parecido ocurre cuando leemos un libro de Ricardo Piglia: nos encontramos con una revelación. Prisión perpetua, estructurada en dos relatos, "Prisión Perpetua" y "Encuentro en Saint-Nazart", consigue, al igual que Formas Breves, Respiración Artificial o El último lector, que la literatura siga consistiendo en el mágico discurrir de lo inesperado. Confirma, además, mi condescendencia con este autor argentino al que considero -al menos de los libros que he leído- uno de los autores que mejor prosigue el avance de la literatura hispanoamericana de los últimos años junto a Pitol, por ejemplo. Perdónenme los detectives salvajes, pero la aglutinación de la mejor literatura europea (novela policíaca, Kakfa, Musil, Joyce, Poe, Borges, Nabokov, etc.) y de la tradición argentina es obra de Piglia.
Las narraciones de Piglia son historias cargadas de deudas, como todas las historias verdaderas. Los personajes que habitan estas ficciones: Steve Ratliff, Morán, Pauline O´Connors pasean de un modo narrativo a otro como presencias fantasmales. Porque en los dos relatos, se utiliza la mezcla de diversos géneros como el diario, la narración pura, la entrada de diccionarios, el ensayo, la autobiografía, el cuento fantástico o el cuento policial. Todo ello sazonado con una prosa aséptica, que predica la teoría del iceberg de Hemingway con toda efectividad.
Para Piglia, la literatura es una forma privada de la utopía. A pesar de esa consigna, que mueve buena parte de las narraciones, esgrime Piglia la idea de que la construcción de la vida está dominada por los hechos y no por las convicciones. Esta consigna es una obsesión para Steve, aprende a vivir en el apartado transitivo de la vida a paesar de saberse perpetuado en la prisión de sus hechos.
Igualmente se desarrolla la crítica literaria bajo afirmaciones de este tipo: “los escritores no deben hablar de literatura para no quitarles el trabajo a los críticos y a los profesores”. El propio protagonista escribe un Diario (trasunto del diario del propio Piglia) desde su juventud en el que trata de escribir su vida para rechazarla. La teoría va más allá en ocasiones y llega a invadir la narratología: “La novela moderna es una novela carcelaria. Narra el fin de la experiencia. Y cuando no hay experiencias el relato avanza hacia la perfección paranoica. El vacío se cubre con el tejido persecutorio de las conexiones perfectas, la estructurada cerrada, la most juste”. O aclaraciones como: “Una historia que el narrador no comprende. Ésa es la lección de Henry James”.
James, que prácticó para la posteridad el juego de narradores y enfoques, hace de padrino para Piglia en su narración. Los intercambios de voces narrativas, el cruce del estilo directo con el indirecto, el cambio de perspectivas son el muestrario jamesiano de la literatura practicada por el argentino. Pero Piglia suma a todos esos efectos narrativos el condimento de lo fantástico y de la extraordinaria capacidad de lo cotidiano para convertirse en absurdo. Piglia quiere confundir el recuerdo con la realidad, otorgarle a la literatura las propiedades de la nitidez que posee el presente para trasvasarlas al pasado. De modo que la lectura de este libro queda al final desdibujada en la memoria: es un pasaje de agua, pero con las ondas calvadas de la ficción.
Las narraciones de Piglia son historias cargadas de deudas, como todas las historias verdaderas. Los personajes que habitan estas ficciones: Steve Ratliff, Morán, Pauline O´Connors pasean de un modo narrativo a otro como presencias fantasmales. Porque en los dos relatos, se utiliza la mezcla de diversos géneros como el diario, la narración pura, la entrada de diccionarios, el ensayo, la autobiografía, el cuento fantástico o el cuento policial. Todo ello sazonado con una prosa aséptica, que predica la teoría del iceberg de Hemingway con toda efectividad.
Para Piglia, la literatura es una forma privada de la utopía. A pesar de esa consigna, que mueve buena parte de las narraciones, esgrime Piglia la idea de que la construcción de la vida está dominada por los hechos y no por las convicciones. Esta consigna es una obsesión para Steve, aprende a vivir en el apartado transitivo de la vida a paesar de saberse perpetuado en la prisión de sus hechos.
Igualmente se desarrolla la crítica literaria bajo afirmaciones de este tipo: “los escritores no deben hablar de literatura para no quitarles el trabajo a los críticos y a los profesores”. El propio protagonista escribe un Diario (trasunto del diario del propio Piglia) desde su juventud en el que trata de escribir su vida para rechazarla. La teoría va más allá en ocasiones y llega a invadir la narratología: “La novela moderna es una novela carcelaria. Narra el fin de la experiencia. Y cuando no hay experiencias el relato avanza hacia la perfección paranoica. El vacío se cubre con el tejido persecutorio de las conexiones perfectas, la estructurada cerrada, la most juste”. O aclaraciones como: “Una historia que el narrador no comprende. Ésa es la lección de Henry James”.
James, que prácticó para la posteridad el juego de narradores y enfoques, hace de padrino para Piglia en su narración. Los intercambios de voces narrativas, el cruce del estilo directo con el indirecto, el cambio de perspectivas son el muestrario jamesiano de la literatura practicada por el argentino. Pero Piglia suma a todos esos efectos narrativos el condimento de lo fantástico y de la extraordinaria capacidad de lo cotidiano para convertirse en absurdo. Piglia quiere confundir el recuerdo con la realidad, otorgarle a la literatura las propiedades de la nitidez que posee el presente para trasvasarlas al pasado. De modo que la lectura de este libro queda al final desdibujada en la memoria: es un pasaje de agua, pero con las ondas calvadas de la ficción.
En Prisión Perpetua asistimos a un juego de espejos en que cada reflejo es independiete por sí mismo: una microficción que se perpetúa en la narración al completo. Por eso la elipsis es fundamental y un recurso muy bien llevado: “Un narrador, dice el Pájaro, debe ser fiel al estado de un tema. Busca sorprender en un espejo los reflejos de una escena que sucede en otro lado”.
Quiero cerrar estas líneas haciendo una referencia a la experiencia y a su trato en esta novela. Piglia conoce la tradición filósofica y lingüística tal y como lo ha demostrado en sus libros. Muchos de ellos reflejan sus lecturas de teoría de la literatura y el conocimiento de los formalistas rusos, Foucault o Roland Barthes. En éste, el término experiencia adquiere un significado y una indagación singulares. Para Piglia la experiencia no supone aprendizaje alguno. En sus palabras: “La experiencia tiene una estructura compleja, opuesta en todo a la posible forma de la verdad. ¿No se aprende nada de la experiencia! Sólo se puede conocer lo que aún nno se ha vivido”. Este axioma, que coinciden con el final del primero de los relatos, es lo que construye Piglia con su literatura, es su convicción dadora de ficción. Su literatura es acercamiento a la verdad literaria porque se aleja de la experiencia narrativa. Por eso comencé afirmando que la literatura de Piglia es revelación, tanta como la perpetua prisión que se expande sin límites a pesar de su finitud y que se llama vida.
Quiero cerrar estas líneas haciendo una referencia a la experiencia y a su trato en esta novela. Piglia conoce la tradición filósofica y lingüística tal y como lo ha demostrado en sus libros. Muchos de ellos reflejan sus lecturas de teoría de la literatura y el conocimiento de los formalistas rusos, Foucault o Roland Barthes. En éste, el término experiencia adquiere un significado y una indagación singulares. Para Piglia la experiencia no supone aprendizaje alguno. En sus palabras: “La experiencia tiene una estructura compleja, opuesta en todo a la posible forma de la verdad. ¿No se aprende nada de la experiencia! Sólo se puede conocer lo que aún nno se ha vivido”. Este axioma, que coinciden con el final del primero de los relatos, es lo que construye Piglia con su literatura, es su convicción dadora de ficción. Su literatura es acercamiento a la verdad literaria porque se aleja de la experiencia narrativa. Por eso comencé afirmando que la literatura de Piglia es revelación, tanta como la perpetua prisión que se expande sin límites a pesar de su finitud y que se llama vida.
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