CADA VEZ más, el Renacimiento y, como ya dije, el Barroco, haz y envés de la misma realidad.; por ende, el mundo grecolatino y la etapa finisecular del XIX hasta comienzos del XX. Estas épocas parecen poseer un hilo de Ariadna que las hilvana y congracia a pesar de las distancias temporales y las evoluciones científicas y sociales que en cada una se sucedieron.
Con las composiciones de estas épocas me convierto en lector y escuchante y observador de la "naturalidad artificiosa". Con la poesía contemporánea, -la música y demás incluidos-, siento, en las más de las veces, repugnancia, estupor de la condición que ha llegado a expresar esas infames palabras y del alejamiento del fenómeno de la poesía. Percibo de la misma una desequilibrio ético ante el acontecimiento estético y eso me provoca una falla emocional casi inaguantable.
Mencionaba anteriormente la "naturalidad artificiosa". En efecto, quizás la secuencia más difícil en la creación poética sea impregnar a la composición de una naturalidad compositiva. Lejos de los recursos retóricos, del conocimiento lingüístico-pragmático de las composiciones líricas de esta etapa, anida en las mismas un afán, en sus autores, de trasladar un mundo completo, autoreferencial en el límite de las estrofas, de la palabra poética. En ese afán el lector encuentra una vereda insoslayable de deleite y aprendizaje.
En un solo verso de uno de estos autores puede que se nombre una realidad completa, que transgrede los límites de su propia vida. Recuerdo ahora el poema de Quevedo, tan diáfano y preclaro, titulado a lo Montaigne, "Desde la torre":
[...]
vivo en conversación con los difuntos,
y escucho con mis ojos a los muertos
[...]
"Vivo", "escucho"...formas verbales en un presente sin tiempos, la vida misma es una sucesión de sombras vivas y de sucesos que tan solo podemos escuchar en su susurro. "Vivir en" y "escuchar con"; vivir con la palabra dialogante entre la vida y la muerte, lo que conocemos como la filosofía del límite; y escuchar, en una sinestesia natural, con los ojos a la muerte incomprensible. De tal manera que "difuntos" y "muertos" se convierten en una isotopía semántica que vértebra el sentido de estos dos versos. Por su parte: la vida es lectura, pues el diálogo con los muertos se sucede únicamente en los libros, pero también se vive la literatura en los sentidos, en unos sentidos platónicos que solo nos acercan a las sucesiones de difuntos. Vida y lectura equiparadas en la zona ética de la literatura que reside en lo que Platón denominaba "la semilla inmortal".
Hoy, al leer que Umberto Eco ha muerto, se me ha venido al recuerdo el pensamiento cristalino de su Lector in fábula y estos versos de Quevedo que suponen, desde la creación la condición de lector y viviente literarios.