martes, 23 de febrero de 2016

Los raros decadentes y el arte del silencio

RUBÉN DARÍO fue un escritor indolente. Uno de los libros que más me fascinan del poeta es el que publicó en 1893 y tituló Los raros. Estamos ante un libro juzgado por la crítica (ya saben, la universitaria y cegata) como libro de juventud.  Puede que nunca lo hayan entendido quienes lo han pretendido estudiar, pero dejemos el caso para otro momento. 

Darío estaba de regreso en Buenos Aires y contaba con la experiencia personal y artística de París, la ciudad que no se acaba nunca y que deja en la sensibilidad de cualquier bardo un poso de inexcusable atención. Tal es así que Darío escribe este volumen de retratos y semblanzas tan propio de la época pero dejándonos una lección de lector inteligente, que espiga en su momento la tradición que debe permanecer y ser entendida. Los raros propone, sobre todo, una forma de leer, la expresión a las claras de un lector de su momento que atisba, en el contexto lírico de su época, una raquítica y triste actualidad. Darío pretendía otorgar aire frasco a la lírica de su tierra ¿Podríamos escribir ahora un libro titulado así? 

Como el poeta declara en el prólogo a la edición española, fue tomado por "decadente" entre sus contemporáneos. Me fascinan las palabras, simples y diáfanas, que coloca para cerrar el prólogo: 


[...] "el mismo desdén de lo vulgar y la misma religión de belleza. Pero una razón autumnal ha sucedido a las explosiones de la primavera". [...] 

"Desdén de lo vulgar", "religión de belleza"...enunciados que convocan una posición inalterables del poeta ante el hecho poético ya sea en la primavera de su efusiva poesía o en el otoñal razonamiento de sus días. 

El primer libro que glosa Darío se titula El arte del silencio de Camilo Mauclair. El silencio, en el simbolismo, es la naturaleza misma de la palabra. El principio dador de verdad lírica. La mística pagan de los cementerios encendidos. 

Y aquí quedo en la mañana, de raros y contemplaciones y cuerpos desnudos de naturaleza. Tan solo acercando el latido concorde de la respiración soplo a aquello que desprende armonía y verdad. Lo demás, las hueras acciones, las palabras infames me provocan, cada vez más, indiferencia y sortilegio de humildad. Todo arte del silencio.