miércoles, 3 de febrero de 2016

PARECE que Aristóteles, a pesar de la aparente reducción, supo atinar con la conducta ética cuando estableció la división entre la dianoética y la ética. En Ética a Nicómaco establece que la ética se adquiere con la costumbre hasta convertirla en una conducta natural; por ello, la ética es aprendida siempre, no nos sobreviene de forma natural. No estoy, con todo,  con Aristóteles: sí creo en una disposición, una naturaleza previa que se reconduce con las actuaciones éticas. es más, esa naturaleza termina por convertirse en consciencia plena y esa consciencia conduce al silencio y a la contemplación de armonía.  
La virtud ética, en efecto, es una virtud de vida, de posición en el mundo que transgrede las actuaciones que realizamos como mortales. Toda actuación conlleva una posición ética: la palabra, el arte, las ideas,...esta realidad subordinada se transmite en la lectura de un libro, es percibida, es notoria, muy notoria en ocasiones y, en algunos casos, suma a la propuesta estética una haz de emoción, un añadido de emoción que completa la edificación formal del libro. 
El spleen para Baudelaire, el input poético, el ser mismo de la poesía para Rilke, la rosa misma. Leer es una acción integral que despierta el gozo estético y el deleite ético; sístole y diástole, la escritura encierra una acción ética que puede ser aprendida en gran medida, pero que deviene de la postura en que somos y estamos de continuo.