viernes, 31 de octubre de 2008

EN EL CONGRESO.

Ayer, en el X Congreso de la Fundación Caballero Bonald (Jerez de la Frontera), titulado “Las sílabas del futuro”, fue José María Merino quien mejor trazó, junto a Andrés Neuman, las palabras que deben silabearlo. Y destaco a Merino, porque venía en calidad de autor consagrado, alejado de los nuevos cantos literarios -un disparate en toda regla.
Hasta el momento ni Yolanda Castaño ni Elena Medel ni Juan Carlos Abril ni Carlos Pardo ni Marta Sanz ni Mercedes Castro ni Luis Artigues ni Luis Muñoz ni Isaac Rosa ni Eva Díaz -autores que debieran orientar las letras hispánicas, en teoría- consiguieron aportar nada al congreso. Mientras estos no dejaban de naufragar por los lodos del mercado editorial, reprochando los dimes y diretes de cada cual, poniendo en solfa las difilcutades a la hora de publicar un libro o haciendo la crónica de la vida de Ruiz Zafón...Neuman y Merino ejercieron como escritores: hablaron de literatura y leyeron literatura. Por lo tanto, si las sílabas del futuro están en manos de los que asistieron al Congreso como nuevos valores, deberíamos hacer acopio de un buen manual de supervivencia para que no terminemos ahogándonos en la pena. ¿No está el futuro en Cervantes, en Kafka, en Chéjov, en Proust, en Mann…? ¿No son acaso los autores que han llegado a una madurez narrativa y poética -porque el teatro parece inexistente- los que delimitan y orientan la literatura que ocupará el futuro: Muñoz Molina, Vila-Matas, Marías, Pere Gimferrer, Brines, Gelman? ¿Es la juventud una cualidad que en sí misma guarda los prodigios de la poética futura?

jueves, 30 de octubre de 2008

DE UN LADO A OTRO.

El tiempo que mantuvo el silencio quiso parecerse a la eternidad. Movió el café con una cucharilla de un lado a otro, de un lado a otro, lentamente, sin querer perturbar el poso de su meditación. Era costumbre que fuese yo el que preguntara y creo recordar que aquella tarde llevaba preparadas muchas preguntas sobre autores, libros y conceptos literarios. Hacía mucho frío. Llovía tímidamente.
“Hay conversaciones abocadas al fracaso, al fracaso entendido como una búsqueda resolutiva de conflictos. Una de ellas es hablar de la verdad y, sobre todo, de la verdad en la literatura”. A pesar de sus advertencias, de las horas que llevábamos sentados en el Café Bonaparte, de las continuas anotaciones que hacía de sus palabras, de su mirada cansina y aletargada, continué insistiendo, “¿Qué es la literatura?”.
Ahora que está muerto y que leo sus Diarios, me pregunto si aquella conversación en Saint-Germain de Près tuvo algo que ver para que el 22 de agosto de 1910 escribiera, “La verdad siempre desencanta. El arte está para falsificarla”.

miércoles, 29 de octubre de 2008

CARTA A PAUL PAGE.

Querido Paul:

He de decirte que te escribo tarde porque nunca pensé que fuera a escribirte. He leído con entusiasmo tus notas, tus reflexiones diarias, tus comentarios en los bares y, de la misma manera, he ido de tu mano hasta los confines de la vida. Paul, allí me he sentido bien, he llegado a comprender territorios de la vida humana que jamás vislumbré; gracias a tu Diario he podido escribir como un animalillo revolcándose en los lodos de la inocencia, trazar las vidas imaginarias de los personajes que supuse vírgenes de trato.
Ahora que los estoy terminando, que apuro las últimas páginas de tu escritura, me siento al final de un trayecto que culmina en la nada, si entendemos la palabra como “la más exacta, la más llena de sentido”.
No he dejado ni un solo día de escalar tu árbol. Se me han afilado las garras, Paul, de tanto leerte, de tanto imitarte, de querer escribirte una carta, por ejemplo, a sabiendas de que tu pelo de zanahoria no lo conoceré jamás. Una vez leí en tus Diarios, Paul, “la punta de la rama acompaña un poco al pájaro que se va”, y es así como quiero que me acompañen estas páginas en el vuelo de la literatura, a mi lado, sin que me abandonen las ramas de tus ojos.
Porque hablo de la felicidad emboscada, lo hago como un susurro, con la discreción que proviene de la evidencia en la batalla de construir una oración, una historia, un conjunto de signos negros que garbean por el tramo escocido de la vida. Me permito terminar con una cita tuya, Paul, “cuando uno habla de su felicidad debe ser discreto, y confesarla como si confesase un robo”. Te he robado palabras e ideas y te las devuelvo en forma de homenaje y de carta a tus entrañas.

Un saludo afectuoso,

Marcel Schwob
París, 1900.


Post Scriptum. Te dejo un retrato reciente, Paul, me lo regaló Marguerite Moreno.

martes, 28 de octubre de 2008

UN ÁNGEL CAÍDO.

El joven lector comenzó a imaginar su muerte. La muerte sin fin. “La muerte tiene forma de vaso, de transparencia mantenida en la ecuación de la forma. La muerte así vista, paseando por estas calles repletas de seres humanos, es sorda y taciturna, débilmente imaginable”.
El joven lector asomó sus brazos por la baranda del puente que atravesaba todas las tardes y que lo llevaba al pequeño cafetín, al otro lado de la ciudad, donde la literatura era una página mojada y lítica, terriblemente libre, como ocurre en París con los sueños. Llevaba en las manos un libro del escritor del silencio, Jules Renard. Leyó unas páginas y lo cerró.
Imagino que leyó lo que Renard dejó escrito días después de la muerte de Marcel Schwob, un 27 de febrero de 1905, “¿Por qué los hombres de letras no escriben sus propios discursos fúnebres cuando aún están vivos?”. Algo así debió leer porque la nota que dejó sobre el puente justo antes de tirarse al río, arrumbada y maltrecha, contenía un verso de José Gorostiza, “un desplome de ángeles caídos/ a la delicia intacta de su peso”. El discurso sobre la muerte tenía forma de vaso; era redonda y transparente, tallado con el sol de la inocencia.

lunes, 27 de octubre de 2008

ROER EL TIEMPO.

El jueves noche en la ópera. Turandot, de Puccini. Esperé el In questa reggia ansioso de comprobar que el prodigio de la voz seguía siendo posible bajo el signo de la emoción y lo dramático; una nota tenida mientras la implacable Turandot explica su comportamiento mezquino y pérfido. Todavía la ópera concentra lo mejor de la condición humana: la voz, las aspiraciones enmascaradas, las historias inventadas, la música. Nessum Dorma...pertenece a ese tiempo la educación sentimental, de la huella imborrable.

*
A pesar de todo,-cavilo- un hombre vale más que su expresión. Un hombre es un dédalo indescifrable, sus palabras un pequeño reguero de símbolos y reflejos. Entonces recuerdo a Juan de Mairena, un hombre nunca tendrá el valor más alto que el de ser hombre. Un escritor es recoleto por naturaleza, aunque Renard escriba el cuatro de octubre de 1904 “todo hombre vale más que su forma de expresarse”; por eso un diario es la forma mayestática de la escritura. Ella no es más ni menos que un hombre. Es el hombre.

*
Y entonces morimos. Y dejamos que la escritura hable por nosotros. Al menos Marco Aurelio dejó escrito en sus meditaciones: “como hombre que ha muerto ya y que no ha vivido hasta hoy, debes pasar el resto de tu vida de acuerdo con la naturaleza”; y si debemos pasar el resto de la vida como quien ya la ha vivido, como quien vive en la piel de la muerte y en la desinfección vívida de lo difunto, entonces debemos entregarnos a la escritura. Una oportunidad es tomar una cita literaria: es vivir la expresión de otro, de un muerto que dejó constancia de la vida. Habitar en ella, verterle calor de unas sílabas. Lamerla a lengüetazos, disfrazar nuestra miseria con sus logros. Una cita, es decir, las palabras colocadas en el tiempo por otro, es un bisbiseo con la nada. O Con el todo. Al mismo tiempo, con la fusión que es el presente.

miércoles, 22 de octubre de 2008

LOR GIRASOLES CIEGOS, ALBERTO MÉNDEZ.

El libro es la alucinación razonada de los hombres durante una guerra. La reflexión viene desde el interior de cada uno de los personajes que puebla este maravilloso campo de girasoles ciegos. Los cuatro relatos que configuran el volumen se comparan con cuatro derrotas, a saber, Primera derrota: 1939 o Si el corazón pensara dejaría de latir; Segunda derrota: 1940 o Manuscrito encontrado en el olvido; Tercera derrota: 1941 o El idioma de los muertos y Cuarta derrota: 1942 o Los girasoles ciegos. Es una ascensión cronológica de la derrota que aspira a convertirse, sin embargo, en una concepción amplia de la misma en situaciones de extrema debilidad física y psíquica.
¿Qué es la derrota para el Capitán Alegría? Un capitán del bando sublevado, semanas antes de confirmar la invasión y la toma de Madrid, siente el impulso interior de “rendirse”. Después de muchos días de reflexión y de ser víctima de la sinrazón y el absurdo, decide entregarse entre las trincheras, “con las manos medio levantadas”. Se entrega preso a su propio bando y es llevado a Capitanía General, donde conocerá la suerte del fusilamiento y de las comisiones de guerra.
La historia quedaría truncada si el final de la misma fuera el fusilamiento. Sin embargo, es en ese punto cuando comienza el prodigio de la narración de Alberto Méndez y la verdadera épica en la vida de un militar que conocerá en su fusilamiento las oscuras y tremendas virtudes de la muerte.
¿Qué es la derrota para un poeta comunista que decide cruzar la frontera en Portugal? El manuscrito encontrado en el olvido narra las vicisitudes de un joven comunista y poeta que había alentado en las trincheras con sus versos a los soldados republicanos. Su novia, una joven llamada Elena, está embarazada y a punto de parir. A pesar de esta circunstancia, deciden intentar cruzar por el bosque la frontera hasta Portugal. El planteamiento de la historia no es más que una excusa para que Méndez desarrolle un relato jalonado por una ambición lírica que consigue llevar al lector al terreno del personaje que lo escribe, Miguel. El manuscrito es un puñado de anotaciones en un cuaderno que se encuentra en el Archivo General de la Guardia Civil, en un sobre amarillo clasificado como D.D. (difunto desconocido). La narración está atravesada por referencias literarias (Garcilaso, Lorca, Góngora, Neruda,…) y sobre todo por la descripción que hace Miguel de su propio estado cuando ocurre, en aquella casita abandonada del bosque, lo que sí entendemos como derrota.
¿Qué es la derrota para Juan Senra, un violonchelista que finge conocer al hijo del Coronel Eymar, presidente de su tribunal de guerra? A Juan Senra lo llevan de la cheka de Chambery, en 1938, a Capitanía General. El coronel Eymar, momentos antes de firmar su sentencia de muerte, le pregunta si conoció a Miguel Eymar, “Sí. Sí, mi coronel”. El músico ve una salida a su derrota con el relato benévolo, pero falso, de las actuaciones del hijo del coronel. De este forma, cada cinco o seis días es llamado al tribunal para que siga relatando, delante de la mujer del coronel, lo que Miguel Eymar hizo antes de ser fusilado por los republicanos. Pero Senra conoce en la prisión a un compañero repleto de liendres y piojos llamado Eugenio Paz. Eugenio es fusilado a los pocos días de estar allí y esta circunstancia lleva al músico, al violonchelista que había trazado la melodía perfecta para los oídos del coronel, a la desafinada verdad que nunca fue capaz de contar por el miedo a la derrota.
¿Qué es la derrota para Salvador, un diácono lascivo y morboso que persigue a la madre de un alumno y ante su rechazo provoca la muerte de un hombre? Este relato, adaptado magníficamente al cine por José Luis Cuerda, cierra prodigiosamente, la derrotas de unos personajes que parecen macerados a fuerza de sufrimientos que pertenecen a otro orden del tiempo. Un profesor que se esconde en su casa, porque había participado en el Congreso de Escritores Antifascistas y que decide recluirse en una habitación secreta y tapada por un armario. La mujer y su hijo, Lorenzo, mantienen las formas de la viudez y del hijo sin padre.
En este sentido, Méndez cambia de técnica narrativa para afrontar el desarrollo de esta historia. Por una parte, la carta de Salvador a su superior explicándole todo lo sucedido. Por otra, las palabras de Lorenzo, ya mayor y maduro, proyectando la memoria sobre su infancia. Por último, el relato en tercera persona de los hechos. Una triple visión de una misma acción que ayuda a entender las confusiones y las distintas perspectivas que se mantuvieron en esos tiempos de himnos en los colegios y sotanas en las aulas.
Salvador se obsesiona con la madre de su alumno, Elena, y quiere convertirse en el padre de familia a pesar de estar en el diaconato. La derrota última, la que culmina el libro como una bala que se ha disparado de la nada y que proviene de tiempos remotos, es como una piedra lanzada al agua; nosotros, los lectores, debemos determinar hasta dónde y cómo llega su onda expansiva.
Los girasoles ciegos está, además, muy bien escrito, con un pulso lírico e íntimo bien templado por el léxico y los periodos sintácticos (sólo una estructura galicada afea una página: “problema a resolver); una trama bien dosificada con excelente criterio y tino y con la habilidad de incluir a los mismos personajes en otros relatos, como el capitán Alegría en la cárcel con Juan Senra. La versión cinematográfica, repito y con ello culmino, es merecedora de los mismos elogios que resultan tras la lectura, plácida y emotiva, de la primera y única obra del difunto Alberto Méndez.

domingo, 19 de octubre de 2008

DIÁLOGO CON LOS MUERTOS.

Me preguntan, sin miramientos ningunos, si entiendo qué pretende hacer Garzón con el franquismo. Argumentan que se trata de un episodio que terminó con la Transición y que remover ahora esos vientos del pueblo no es más que levantar a los muertos, con los que no se puede hablar. Ante esta complicada cuestión, medito por unos segundos, me sostengo en un silencio con la mirada perdida, sin encontrar una satisfactoria respuesta. Digo en voz alta que la justicia debe impartirse fuera de los márgenes del tiempo, porque la justicia es atemporal y rematadamente lenta. Llega sólo con la evidencia y con estos casos bélicos la evidencia se engatilló entre metrallas y pistoleros.
No estoy en absoluto de acuerdo con lo que acabo de decir, la justicia debía ser inmediata y no dejarse sobornar por la incompetencia de los hombres y los criterios partidistas. Pero no quiero caer en la cuestión de siempre, en las garras de los políticos. Por eso intento recordar a mi abuelo Juan, a quien no conocí y a mi abuelo Cristóbal, a quien conocí demasiado bien. Porque para la gente de mi edad, la guerra es cuestión de abuelos. Mi abuelo Juan fue un sindicalista que defendió el derecho de los trabajadores a pesar de la amenaza que se cernía sobre estos líderes eminentemente campesinos. En alguna ocasión me han contado episodios verdaderamente crueles: palizas, encarcelamientos y demás comportamientos de instintos animalescos. Por otra parte, recuerdo a mi abuelo Cristóbal; él fue un capataz de obras públicas que trazó buena parte de las carreteras por las que transitamos ahora. Claro, conoció las cunetas, las levantó, construyó las carreteras de la provincia, los caminos y estoy seguro de que en ellas aún quedaban restos de los fusilamientos, de esqueletos trenzados por la penuria del olvido. Así que mi respuesta es un diálogo con los muertos, con dos muertos que se llevaron parte de la verdad a sus tumbas.

jueves, 16 de octubre de 2008

ENTERRAR A LOS MUERTOS, IGNACIO MARTÍNEZ DE PISÓN.

El libro me lo regaló Fernando Iwasaki en uno de nuestros encuentros cuando él trabajaba en la calle Fabiola, en Sevilla. Recuerdo bien que, en un arrebato espontáneo, se levantó de su pequeño sofá y sacó de una estantería el libro y me lo puso en las manos. Le pregunté si el volumen merecía la pena, “está bueno”, asintió como de costumbre. Hablo de la primavera de 2005. Hasta hace dos tardes no lo he leído, pero tengo la impresión de que la suerte de la obra de Ignacio Martínez de Pisón me esperaba para el momento en que la maduración sobre el tema, la guerra civil, me alcanzara en sazón, como la fruta.
Me ha parecido fascinante y de bella factura. Ignacio Martínez de Pisón desarrolla en estas páginas un encuentro con el destino de un personaje que sufrió el mal endémico de la guerra civil española, en esta ocasión, el que se perpetró en el bando republicano. El devenir de la vida de Pepe Robles Pazos y la consecutiva investigación de John Dos Passos sirven de vías ciegas para intervenir, con las pinzas del literato y las intuiciones del investigador, en las entrañas de las actitudes más mezquinas que una guerra siempre depara en cualquier bando que se precie. En este sentido, la obra posee un aliento de doble filo; por un lado la obsesiva tentativa de Dos Passos por averiguar quiénes y por qué se asesinó a Robles dentro de su mismo bando, el republicano; por otro, la investigación que desarrolla el propio Ignacio Martínez de Pisón, quien actúa de demiurgo poniéndole en claro a Dos Passos, ochenta años después, lo que le ocurrió al amigo que conoció en un viaje en tren y que fue su primer traductor a nuestra lengua.
Escribía hace poco que los libros llevan a los libros y que la vida, cuando se hace desde la literatura, también. Y es precisamente esto lo que le ocurrió al autor para comenzar a escribir este volumen titulado Enterrar a los muertos. Un libro, John Dos passos: Rocinante pierde el camino, supuso el disparadero para que estas páginas terminasen aunadas en este formato.
Las vidas de Robles y de Dos Passos se cruzan allá por 1937. Robles fue el primer traductor de la obra del americano en lengua española. Tenía, por lo demás, una sección, “Libros yankis”, en la revista de Giménez Caballero, La Gaceta Literaria, en la que ponía al día las últimas tendencias de la narrativa estadounidense. Las primeras obras que reseña son Manhattan Transfer, de Dos Passos, y Fiesta, de Hemingway, en lo que supone “las primeras noticias que en España se publicaron sobre la obra de ambos escritores”. No olvidemos, por ejemplo, que la filiación de La Colmena, de Cela, con la obra de Dos Passos es evidente.
La desgracia agarró la vida de Robles en 1937 cuando “Pepe se disponía a leer un libro de relatos de Edgar Allan Poe, llamaron a la puerta de la vivienda. Un grupo de hombres vestidos de paisanos entró en el salón. Sin dar más explicaciones ni atendiendo a sus ruegos, le ordenaron que se arreglara y les acompañara”. La suerte de Robles es la muerte, lo asesinaron. A partir del asesinato de Robles, Dos Passos sufre una evolución ideológica que lo lleva a desvincularse de la causa republicana ya que no comprende cómo su amigo pudo ser asesinado por los de su propio bando. Llega el estadounidense a enemistarse con Hemingway y con buena parte de la pléyade de poetas republicanos entre los que se encontraban Alberti o Bergamín. En unas declaraciones recogidas en el libro manifiesta Alberti, “decían que estaba probado que José Robles era un espía y lo fusilaron”. Unas palabras terribles a pesar de que nunca se demostró nada; el espionaje inventivo se configuró como una manera de justificar el asesinato cuando las fuerzas militares soviéticas llegan a España de la mano de Stalin. En cualquier caso, ningún espionaje justifica un fusilamiento. Las causas que más se aproximan al razonamiento de esta ejecución son las conclusiones a las que llega Ignacio Martínez de Pisón. No las defiende como definitivas, sólo las deja encima de la mesa.
Evidentemente, el caso se desarrolla en uno de los episodios más controvertidos de la historia de este país y eso lleva al autor a otras aguas enturbiadas como las que generó el enfrentamiento del POUM y el asesinato de Andreu Nin, la intervención soviética en las fuerzas militares republicanas, los campos de concentración franquistas, Gorev, los servicios secretos de espionaje, etc. Destaco el trato que se le ofrece a un episodio que se me viene cruzando en la bibliografía sobre la guerra civil que últimamente utilizo. Se trata del libro de Max Rieger (hombre de dudosa existencia) titulado Espionaje en España. El caso es que el prólogo lo escribe José Bergamín y todos los estudiosos que he consultado (Trapiello, Martínez de Pisón, Antonio Elorza y Marta Bizcarrondo…) piensan, entre otras teorías que hablan de Georges Soria, que la autoría es de Wenceslao Roces, amigo de Robles y subsecretario del Ministerio de Instrucciones Públicas en el momento del asesinato de Robles Pazos. El mismo pájaro en aguas enfangadas.
Este libro, Espionaje en España, justifica en teoría las acusaciones que pesan sobre el POUM de espionaje y apoyo al bando franquista. En resumidas cuentas, la cruel venganza sobre un disidente llamado Andreu Nin.
Por último, vinculo este libro de Martínez de Pisón con Tu rostro mañana, de Javier Marías. Marías hace una introspección, durante los tres tomos de Tu rostro mañana, en la condición humana vista desde la lejanía temporal de los hechos. Uno de los episodios sobre el que más reflexiona es precisamente el de Nin, y una de las fuerzas que vehicula el progreso de las páginas de la novela es, igualmente, la fuerza proteica del espionaje durante la guerra civil y el miedo endémico que suponía sentirse en continua espiación. No en vano tanto Tupra como sir Peter Wheeler son dos antiguos hombres del espionaje internacional.
Dos obras que afrontan de forma distinta una misma encrucijada moral que devino de la inoportuna y desgraciada guerra que azotó y que dejó nuestro rostro enterrando a los muertos.

martes, 14 de octubre de 2008

LEYENDO ESCRIBIENDO, JULIEN GRACQ.

Los libros llevan a los libros, ¿a qué lleva la vida? Cuando decidí iniciar una serie de anotaciones titulada “Escribir la lectura”, pensaba incendiar con el verbo aquellas inquietudes que surgían al leer. Venía influido por la lectura –qué si no- de varios diarios y de varias obras recopilatorias que tenían el común denominador de existir gracias a la lectura suelta y discontinua y no a una tremenda ansia de “novelización”, si así puede nominarse a las novelas de ahora. En definitiva, intento con ello darle pábulo literario a los apuntes que mueren en los márgenes de los libros, a las anotaciones desmayadas en el moleskine, en fin, rescatar lo que quedará en eso que Javier Marías llamó, y tan bien, la negra espalda del tiempo.
Por este motivo, cuando en el último libro de Vila-Matas se subrayaba la elegancia y la inteligencia de varios lectores, rápidamente anoté los títulos a fin de comprar los libros. Uno de ellos es Julián Gracq y su libro Leyendo escribiendo (Fuentetaja, 2005). Un título perfecto. El título que puede resumir la obra de Borges, un título en marcha, que gerundiza el mecanismo de la lectura como aquél que jamás se interrumpe y cesa, como un movimento de noria que no desfallece y que necesita, a su vez, de ese movimiento perpetuo, diría Monterroso, de leer para escribir.
Julián Gracq recogió para este libro las anotaciones más interesantes que había dejado en sus cuadernos durante los años setenta con la intención de darle unidad a unos apuntes dispersos. El resultado es magnífico. Un libro que está escrito sin idea inicial, sólo bajo los efectos de la literatura. Cada uno de sus apartados es capaz de abrir nuevos horizontes e interpretaciones, sobre todo en autores franceses y en especial de Stendhal y Proust.
Julián Gracq es el pseudónimo de Louis Poirier (1910) y es uno de los pocos escritores franceses que han publicado en vida en la Biblioteca de la Pléiade. Gracq fue profesor de Historia en un Instituto, pero actualmente vive retirado en una casa en la isla de Batailleuse. En ese retiro se dedica a leer y escribir, leyendo escribiendo, en pocas palabras. Esto fue lo que llamó la atención de Vila-Matas, la extraña forma de vida de un autor francés que jamás se ha sentido tentado por las vanaglorias que envuelven a la literatura.
Llegué a la lectura de este solitario gracias a un libro que habla sobre su obra. Una obra con la que me identifico a la luz de esta sección titulada "Escribir la lectura". Los arañazos de Gracq a la conciencia y su mayestático ejercicio justifican la escritura de este tipo de páginas. No sé si con ello se consigue deturpar las características del sueño en otros siglos, pero uno se apega más a las ensoñaciones irradiadas desde la disolución de la historia que a las antiguas maneras de la novela, esas que pretenden seguir distrayendo sin deleitar. Al menos el deleite pesa en mi conciencia junto a la satisfacción estética y ética de la literatura, no arropada en los cantos modernos y pasajeros de las tendencias que nacen muertas.
“¿Al margen de las diferencias individuales, hay una manera de soñar propia de cada época?¿El estilo onírico característico de una época se modifica al mismo ritmo que el estilo de sus realizaciones calculadas y concretas?”.

sábado, 11 de octubre de 2008

EL MALOGRADO, THOMAS BERNHARD.

¿Es la genialidad una pulsión nihilista?, me pregunto tras leer El malogrado, de Thomas Bernhard. Mientras tanto, lanzo una mirada al fondo de la biblioteca y prefiguro a un señor con bufanda, sentado en una silla maltrecha, de poca altura para un pianista, que interpreta Las variaciones Goldberg, de Bach, bajo el hechizo de la absoluta conversión en música. Porque la figura de Glenn Gould y la de los otros personajes de la novela, Wertheimer y el narrador, aspiran a convertirse en música, en instrumento directo sin la mediación de las teclas del piano. Es una aspiración al absoluto, comparable al silencio en la literatura, la que recorre cada resquicio de esta obra.
El narrador llega, casi treinta años después, a la casa del amigo que había estudiado con él en el Mozateum, con el maestro Horowitz. Estos dos pianistas de gran nivel interpretativo quedan eclipsados por la figura revolucionaria e inigualable de Glenn Gould. Su genialidad y obsesión por las obras de Bach conduce a los dos pianistas a una reflexión profunda acerca de la incapacidad de aprehender la perfección interpretativa frente a ese torbellino. Las respuestas son dispares. Los dos abandonan la interpretación, pero mientras el narrador acepta, con alegato epicureísta incluido, su destino de desapego a la música, su compañero, Wertheimer concluye no sólo con su carrera musical sino con su propia vida. Se suicida días después de conocer la muerte natural de Gould. Es a esa casa a donde va el narrador en busca de las últimas referencias de ese mundo de aspiraciones espirituales que la música propone y que, igualmente, hace desaparecer.
Esta trama, en manos de un narrador mediocre, quedaría en anécdota e historia sin un logro que fuera más allá de la técnica narrativa. Sin embargo, en manos de Bernhard, cualquier historia desvirtúa su naturaleza y se posiciona en esa órbita de lo puramente literario. Tanto es así que parece que el lector escucha, durante el tiempo de lectura, las variaciones Goldberg cada vez que comenzamos a leer cada una de las páginas como si fueran partituras tejidas en el envés de las sílabas. El virtuosismo de Bernhard reside en su capacidad para encarnar en verbo las desilusiones y los dramas interiores de los personajes. Músicos que se sienten fuera del pentagrama, como unas notas que no encajan en el armónico silbido de la vida.
Toda la obra de Bernhard gira en torno a esa confabulación interior que los artistas delinean en sus aspiraciones. Ese es el malogrado, el personaje que nunca ha sido capaz de insertarse en el orden primario de los días. Descubre su incapacidad de igualar la potencia creativa de Gould y eso le lleva primero al abandono de la interpretación, segundo, al suicidio: “Sólo a partir del pensamiento desarrollaba su discurso. Aborrecía a los hombres que decían lo que no habían pensado hasta el fin, es decir, aborrecía a casi toda la humanidad”, dice el narrador sobre Gould. Mientras, Wertheimer se había recluido en una casa en Tarich para leer únicamente a Schopenhauer, Kant, Spinoza. El narrador estaba escribiendo un libro titulado Sobre Glenn Gould, pero jamás logró terminarlo.
De esta forma, se produce un solapamiento narrativo entre lo que piensa el personaje (marcado con esos interminables “pensé” que aparecen al final de cada párrafo), lo que estaba escribiendo en ese ensayo y lo que recordaba al llegar a la casa del amigo suicidado. Entre tanto se deslizan reflexiones sobre la vida apegada a la aspiración artística, la infelicidad vital, el desgarro por el tiempo perdido, la pérdida de grandes mentalidades por la falta de pensamiento, etc.: “El ser humano es la infelicidad, decía una y otra vez, pensé, sólo un imbécil pretende lo contrario. Nacer es una infelicidad, decía, y, mientras vivimos, prolongamos esa infelicidad, sólo la muerte la interrumpe”.
Hay, igualmente, un acercamiento al proceso de la creación artística apegada a la locura. Una relación que se deja leer gracias al vínculo extraño y obsesivo de los músicos con sus instrumentos: “El pianista ideal es el que quiere ser piano, y la verdad es que todos los días me digo, al despertar, quiero ser el Steinway, no el ser humano que toca el Steinway, el Steinway mismo quiero ser. A veces nos acercamos a ese ideal, decía, nos acercamos mucho, cuando creemos estar ya locos, casi en la vía de la demencia, que tememos más que a nada. Odiaba la idea de estar entre Bach y Steinway solo como mediador musical”.
Entre líneas interpretamos la crítica ácida que hace el autor a la sociedad de su país, una crítica que viene desde El origen , el primer tomo de su autobiografía, y que diluye por el resto de su obra. Una crítica sobre las dos enfermedades que lo contagian desde pequeño, el nacionalsocialismo y el catolicismo.
No es de extrañar que Javier Marías tenga a Thomas Bernhard entre sus autores de culto. Creo que su admiración va más allá y que muchas de sus señas narrativas, las repeticiones, el aliento de sus desarrollos narrativos, la perfección de los párrafos, la intrusión de los pensamientos en el discurso, la dilación de los momentos en digresiones, tienen un origen claro y preciso en la obra de este autor mayor de las letras europeas. Una delicia, El malogrado, una pieza camerística dentro de un corpus, el de Bernhard, que nos conviene leer a aquellos que buscamos el deleite de la literatura en estado puro, en esencia, con todas las variaciones de la genialidad.

viernes, 10 de octubre de 2008

LOS GIRASOLES EN MAYO.

No sabe uno ni debería saber lo que le va ocurrir desde el momento en que abre los ojos y comienza su tránsito por el mundo. En el pasado los sueños, las pesadillas olvidadas que han surtido de emociones la noche en que dormitamos y rendimos culto al inconsciente; los aires que traspasan la nariz y que se adentran por los conductos más torcidos de la noche. Por eso no sabe uno ni debería saber cómo ejercitará el azar sus mecanismos, ni cómo lo fortuito se terminará acoplando en el devenir, triste y melancólico, de los días que nos devoran.
Nada más terminar el café, decidimos ir al cine con la intención de cobijarnos en una sala en la que la crisis y otras piruetas bursátiles quedaran a un lado. Teníamos en la cabeza ir a ver la película de José Luis Cuerda, Los girasoles ciegos. La película tiene como base el texto de Alberto Méndez. Lo cierto es que salimos de la casa con poco tiempo de margen, con toda la prisa de dos desesperados, como si la película se fuera a terminar con nuestra ausencia. Cierto es que Kafka decía que el cine no terminaba de gustarle porque el cine es una mirada obligada sobre la realidad, el cine escoge la mirada sobre esa realidad por nosotros. Kafka, el cine, la desesperación.
Ya en la taquilla, se nos colaron dos jóvenes que querían entradas para Sangre de Mayo, la película de Garci. Para colmo de males, la joven era conocida de la cajera, y eso agudizó nuestros nervios. Le pedimos dos entradas para Los girasoles ciegos para las 18.40; la cajera nos preguntó si queríamos a la 18.45. De inmediato pensamos que el horario estaba equivocado, pero ya estábamos entrando.
Sentados, prácticamente solos en la sala, los compases de Bocherinni comenzaron a brotar con la fuerza de la época dieciochesca. Se iniciaba Sangre de mayo.
La cajera nos había dado las entradas equivocadas y M.C. me miró con la sonrisa de saberse presa, deliciosamente presa, del azar, de las redes invisibles y delicuescentes que traza en nuestros pasos esa palabra que en una suerte de palímdromo viene a decir raza. La raza del azar.

martes, 7 de octubre de 2008

UNA EDUCACIÓN SENSORIAL.

En ocasiones creo que educo mis sentidos a través de los libros. Tanto es así que ya no me interesa el mundo, el mundo de realidades sensoriales, el que se muestra a sí mismo como un repertorio de avances indescifrables. Ya se acabó, abandono la vida, o, en mejor decir, me retiro de vivir la vida. Odio, además, esa expresión, "vivir la vida", como si la vida ofreciera más opciones que vivirla. Sí, a lo mejor la opción oculta es la que muestra la literatura: renuncia a la vida, la tendrás en tus manos.

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“El libro es la educación de los sentidos a través del lenguaje”, escribe Carlos Fuentes en En esto creo. ¿Podemos educar a los sentidos a través del lenguaje? Si entendemos lenguaje en un sentido amplio, por supuesto. Aunque prefiero pensar que los sentidos recopilan el corpus de realidad al que luego le damos nombre, le damos vida.

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Cuando me despido de algunos compañeros de trabajo o de unos acompañantes de viaje siempre me surgen las ganas -unas tremendas ganas hay que decir- de despedirme con la siguiente frase: “Adiós, adiós, recuérdame”. Esta es la frase que utiliza el fantasma del padre de Hamlet cada vez que aparece y desaparece. Es la cifra del poder de la memoria. Recuérdame, exhorta el viejo, no dejes de otorgarme la vida en el recuerdo. En ese gusanillo que se enreda por un hueco y por otro y que recorre las cenizas de nuestra imagen.

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Al leer estas notas me digo “el yo es detestable”. Se las he robado a Rimbaud. Rimbaud no quiso darle más cobijo a su yo, dejó de escribir para ello. Quizás ande por ahí el misterio de los Bartlebys; se me antojan personajes que han decapitado a su yo desde el principio. No vivir conmigo, sólo fuera de mí.

lunes, 6 de octubre de 2008

¿QUÉ CRISIS?

Estos aires de crisis huelen a rancio, a tiempos antiguos. Ya sabemos la historia y volverá a repetirse: unos pocos especulan con el dinero de los ciudadanos y cuando traspasan las reglas del juego, resulta que ellos terminan ganando y los trabajadores de medio pelo pagando la muerte de las finanzas. Los ricos se quejan de la crisis cuando dejan de ganar lo que ganaban, pero jamás pierden. Así que cuando hablan de crisis económica me pregunto hasta cuándo vamos a dejar que el capitalismo exacerbado nos abrigue y envilezca, porque, cada cual en sus posibilidades, estamos sometidos al capitalismo en crudo. Con esta afirmación no estoy defendiendo que la práctica de un socialismo desnortado sea la solución, antes al contrario, estoy diagnosticando, según mi criterio, lo que acontece en esta sociedad de coco y huevo.
Estos aires de crisis debieran llevarnos a otras reflexiones que fueran más allá de la caída de los bancos; porque la crisis, esta crisis imperialista y monetaria, es nada al lado de la que se vive en otros países que cuentan la caída de su bolsa a ritmo de muertes por segundos. Mea culpa, ante todo y con descaro. ¡Qué hipócritas somos! Dejemos de una vez de sorprendernos ante lo evidente: nada nos pertenece, ni el piso que el banco te ha dejado, ni el coche, ni siquiera la ropa que atesta tu armario. La crisis, repito, está en la mollera de los ciudadanos, los que dejamos que la ignorancia supina nos dirija y nos aconseje cómo utilizar nuestras inversiones. ¿Quién se pregunta para qué compra algo, por qué necesito esto? Las preguntas se las hacen los niños y los ancianos. Los unos por inocentes, los otros por veteranos de guerra. La crisis es la falta de pensamiento, la destrucción de la inteligencia, el aplastamiento de los ideales.
La crisis económica nos azotará con cara de dólar y euro. La historia vuelve a ser la de siempre, el dinero público socorre la inversión descerebrada de las privadas. Capitalismo ambidiestro. ¿Quién intervendrá, de una puñetera vez, en la formación de los ciudadanos? Por este motivo cuando hablan de crisis deben matizar bien que se trata de la meramente financiera, ya que la crisis intelectual viene sofocándonos desde antiguo.

sábado, 4 de octubre de 2008

EL POZO, PARA ESTA NOCHE.

Eran las cuatro de la mañana y no tuve más remedio que despertarme. Me acomodé en el salón, con la cabeza sobre uno de los extremos del sofá, con la intención de que mi asfixia cesara cuanto antes. Un agobio nocturno, pensé.
Decidieron los bronquios alargar la escena y retenerme allí durante toda la noche. Para entonces M.C. ya había acudido con urgencia.
En esa negrura quise acordarme de algunas novelas con las que pudiera identificarme. La poesía es siempre un rasguño a la noche, lo di por descontado. Sin embargo, no hacía mucho que andaba detrás de una novela de Onetti titulada El Pozo. En ese título creí ver la luz de esa noche, para esta noche, me dije. En la edición de las Obras Completas (Galaxia/Gutenberg) se añade un prólogo de Dolly Onetti, una introducción de Hortensia Campanella y un exquisito prólogo de Juan Villoro. Espigué por esas páginas, pero rápidamente me adentré en la nouvelle. Eran ya las cinco de la madrugada.
El Pozo (1939), de J.C. Onetti. Una pieza maestra, ese pozo. Llevaba años hacinando en la cabeza el inicio de la obra; muchas veces lo había leído como quien escucha una obertura que anticipa todos los temas. En ese párrafo inicial me parecía encontrar toda la literatura de Onetti, al menos, la que había leído hasta entonces. Toda su literatura, eso me parece el párrafo que principia El Pozo. No es casualidad que lo primero que hace el personaje es imaginarse de pronto que nunca ha visto el mundo, que la casa en la que vive es un lugar desconocido para él. Por eso comienza con una descripción, nombrando los elementos que lo rodea con ánimo de darles vida. Una escueta descripción que crea un mundo narrativo que se completará no en las acciones, ni en la trama, sino en las ensoñaciones del protagonista, es decir, literatura y ensoñación al mismo nivel de la realidad.
Muchos manuales de literatura hispanoamericana sitúan el inicio de la nueva narrativa hispanoamericana en esta obra del uruguayo. Lo cierto es que si comparamos esta opera prima de Onetti con lo que se estaba haciendo en Hispanoamérica e, incluso, en España, la obra adquiere más valor aún. Volvamos a ella sin perífrasis.
Qué inicio. El personaje se encuentra en un cuarto, un espacio en que no ocurre nada aparentemente, un lugar oxidado -como luego será Santa María y el propio astillero- que recobra vida gracias a las tribulaciones mentales del protagonista, del narrador. En medio de esos delirios, se levantan una prosa y una cosmovisión literarias que anuncian lo que vino después, una de las obras narrativas más sugerentes escrita en español.
Terminé de leer la nouvelle de Onetti entre suspiros y mocosidades, entre lamentos y respiraciones forzadas. Como en un pozo, quise aventajar a la noche, para esa noche, con las palabras del uruguayo. No aspiraba a encontrar verdad alguna, solo a leer y a dejar que la oscuridad desapareciese sin más preámbulos: “Se dice que hay varias maneras de mentir, pero la más repugnante de todas es decir la verdad, toda la verdad, ocultando el alma de los hechos. Porque los hechos son siempre vacíos, son recipientes que tomarán la forma del sentimiento que los llene”.
Todavía, cuando la mañana se ha presentado con la fuerza matutina de la albariza, resuena el comienzo de la obra. Después de un tiempo paseándome por el cuarto, de golpe, se me ocurre que lo veo por primera vez. Una mesa, libros amontonados, cuatro sillas, un catre.