Eran las cuatro de la mañana y no tuve más remedio que despertarme. Me acomodé en el salón, con la cabeza sobre uno de los extremos del sofá, con la intención de que mi asfixia cesara cuanto antes. Un agobio nocturno, pensé.
Decidieron los bronquios alargar la escena y retenerme allí durante toda la noche. Para entonces M.C. ya había acudido con urgencia.
En esa negrura quise acordarme de algunas novelas con las que pudiera identificarme. La poesía es siempre un rasguño a la noche, lo di por descontado. Sin embargo, no hacía mucho que andaba detrás de una novela de Onetti titulada El Pozo. En ese título creí ver la luz de esa noche, para esta noche, me dije. En la edición de las Obras Completas (Galaxia/Gutenberg) se añade un prólogo de Dolly Onetti, una introducción de Hortensia Campanella y un exquisito prólogo de Juan Villoro. Espigué por esas páginas, pero rápidamente me adentré en la nouvelle. Eran ya las cinco de la madrugada.
El Pozo (1939), de J.C. Onetti. Una pieza maestra, ese pozo. Llevaba años hacinando en la cabeza el inicio de la obra; muchas veces lo había leído como quien escucha una obertura que anticipa todos los temas. En ese párrafo inicial me parecía encontrar toda la literatura de Onetti, al menos, la que había leído hasta entonces. Toda su literatura, eso me parece el párrafo que principia El Pozo. No es casualidad que lo primero que hace el personaje es imaginarse de pronto que nunca ha visto el mundo, que la casa en la que vive es un lugar desconocido para él. Por eso comienza con una descripción, nombrando los elementos que lo rodea con ánimo de darles vida. Una escueta descripción que crea un mundo narrativo que se completará no en las acciones, ni en la trama, sino en las ensoñaciones del protagonista, es decir, literatura y ensoñación al mismo nivel de la realidad.
Muchos manuales de literatura hispanoamericana sitúan el inicio de la nueva narrativa hispanoamericana en esta obra del uruguayo. Lo cierto es que si comparamos esta opera prima de Onetti con lo que se estaba haciendo en Hispanoamérica e, incluso, en España, la obra adquiere más valor aún. Volvamos a ella sin perífrasis.
Qué inicio. El personaje se encuentra en un cuarto, un espacio en que no ocurre nada aparentemente, un lugar oxidado -como luego será Santa María y el propio astillero- que recobra vida gracias a las tribulaciones mentales del protagonista, del narrador. En medio de esos delirios, se levantan una prosa y una cosmovisión literarias que anuncian lo que vino después, una de las obras narrativas más sugerentes escrita en español.
Terminé de leer la nouvelle de Onetti entre suspiros y mocosidades, entre lamentos y respiraciones forzadas. Como en un pozo, quise aventajar a la noche, para esa noche, con las palabras del uruguayo. No aspiraba a encontrar verdad alguna, solo a leer y a dejar que la oscuridad desapareciese sin más preámbulos: “Se dice que hay varias maneras de mentir, pero la más repugnante de todas es decir la verdad, toda la verdad, ocultando el alma de los hechos. Porque los hechos son siempre vacíos, son recipientes que tomarán la forma del sentimiento que los llene”.
Todavía, cuando la mañana se ha presentado con la fuerza matutina de la albariza, resuena el comienzo de la obra. Después de un tiempo paseándome por el cuarto, de golpe, se me ocurre que lo veo por primera vez. Una mesa, libros amontonados, cuatro sillas, un catre.
Decidieron los bronquios alargar la escena y retenerme allí durante toda la noche. Para entonces M.C. ya había acudido con urgencia.
En esa negrura quise acordarme de algunas novelas con las que pudiera identificarme. La poesía es siempre un rasguño a la noche, lo di por descontado. Sin embargo, no hacía mucho que andaba detrás de una novela de Onetti titulada El Pozo. En ese título creí ver la luz de esa noche, para esta noche, me dije. En la edición de las Obras Completas (Galaxia/Gutenberg) se añade un prólogo de Dolly Onetti, una introducción de Hortensia Campanella y un exquisito prólogo de Juan Villoro. Espigué por esas páginas, pero rápidamente me adentré en la nouvelle. Eran ya las cinco de la madrugada.
El Pozo (1939), de J.C. Onetti. Una pieza maestra, ese pozo. Llevaba años hacinando en la cabeza el inicio de la obra; muchas veces lo había leído como quien escucha una obertura que anticipa todos los temas. En ese párrafo inicial me parecía encontrar toda la literatura de Onetti, al menos, la que había leído hasta entonces. Toda su literatura, eso me parece el párrafo que principia El Pozo. No es casualidad que lo primero que hace el personaje es imaginarse de pronto que nunca ha visto el mundo, que la casa en la que vive es un lugar desconocido para él. Por eso comienza con una descripción, nombrando los elementos que lo rodea con ánimo de darles vida. Una escueta descripción que crea un mundo narrativo que se completará no en las acciones, ni en la trama, sino en las ensoñaciones del protagonista, es decir, literatura y ensoñación al mismo nivel de la realidad.
Muchos manuales de literatura hispanoamericana sitúan el inicio de la nueva narrativa hispanoamericana en esta obra del uruguayo. Lo cierto es que si comparamos esta opera prima de Onetti con lo que se estaba haciendo en Hispanoamérica e, incluso, en España, la obra adquiere más valor aún. Volvamos a ella sin perífrasis.
Qué inicio. El personaje se encuentra en un cuarto, un espacio en que no ocurre nada aparentemente, un lugar oxidado -como luego será Santa María y el propio astillero- que recobra vida gracias a las tribulaciones mentales del protagonista, del narrador. En medio de esos delirios, se levantan una prosa y una cosmovisión literarias que anuncian lo que vino después, una de las obras narrativas más sugerentes escrita en español.
Terminé de leer la nouvelle de Onetti entre suspiros y mocosidades, entre lamentos y respiraciones forzadas. Como en un pozo, quise aventajar a la noche, para esa noche, con las palabras del uruguayo. No aspiraba a encontrar verdad alguna, solo a leer y a dejar que la oscuridad desapareciese sin más preámbulos: “Se dice que hay varias maneras de mentir, pero la más repugnante de todas es decir la verdad, toda la verdad, ocultando el alma de los hechos. Porque los hechos son siempre vacíos, son recipientes que tomarán la forma del sentimiento que los llene”.
Todavía, cuando la mañana se ha presentado con la fuerza matutina de la albariza, resuena el comienzo de la obra. Después de un tiempo paseándome por el cuarto, de golpe, se me ocurre que lo veo por primera vez. Una mesa, libros amontonados, cuatro sillas, un catre.
Muy bien, Tomás. Gracias por hablar de ese inicio. Y la imagen a continuación también es dinamita pura, la de las axilas y la imagen que despiertan. Eso, los recuerdos y los sueños son la otra cara de ese universo Onettiano que nace en un cuarto inundado de calor.
ResponderEliminarUn saludo,
Gracias, doug...las axilas, qué maravilla.
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