COMO todas las mañanas comienza uno leyendo y, de un tiempo a esta parte, contemplando. Es la forma de entendimiento de la vida. A poco que declino mi mirada sobre el campo, camino del trabajo, comienzo a escribir. Mientras sucede todo, siempre una música envuelve el episodio como un trigal infinito movido por el viento. Y entonces, la mayor de las veces, silencio. Acontece la quietud exasperante. Agrafía total, Bartleby absoluto.
Como leo en el libro de J.M. Esquirol, Humano, más humano (Acantilado, 2021):"Tanto la espera como la esperanza apuntan al reencuentro. El sentido de la herida infinita de la vida apunta a eso, y la del mundo, también, y la del tú, aún más".
Cada día es una vuelta, un retorno que brota del deseo de un reencuentro: el inicio de cada día como el inicio de un absoluto. Así, el reencuentro es reconciliación.
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Pocos autores han tenido la pericia de llevar a la literatura el éxtasis musical, la delicia de escuchar música y de edificar un discurso literario con posteriores ideas, -acaso pensamientos, como decía Valèry-, en relación a esa experiencia. Uno de ellos, junto a Thomas Mann, Shopenhauer o Boecio, por ejemplo, es Cioran. En El libro de las quimeras (Tusquets, 1996) puede uno leer lo siguiente:
"Todo cuanto he creído tener en mí de singular, aislado en una soledad material, fijado en una consistencia física y determinado por una estructura rígida, parece haberse resuelto en un ritmo de seductora fascinación y de imperceptible fluidez. [...]En los momentos de musicalidad interior he perdido la atracción de mi pesada materialidad, he perdido la sustancia mineral, esa petrificación que me ata a una fatalidad cósmica, para arrojarme a un espacio de espejismos, sin tener conciencia de su ilusión, y de sueños, sin que me duela su irrealidad".
Como sucede en una danza, el ritmo, la construcción aritmética terminan por desdibujar el latido de tu cuerpo. Se confunden los límites de tu concordia con los del cosmos. Y desaparece tu consciencia limitada a tu cuerpo; y resurge en ti un proceso que aglutina la soledad de la nada y la soledad del ser.
Nos dice Cioran en El libro de las quimeras lo siguiente:
"Quien no haya tenido la sensación de la desaparición del mundo, como realidad limitativa, objetiva y separada, quien no haya tenido la sensación de absorber el mundo durante sus éxtasis musicales, sus trepidaciones y vibraciones, nunca entenderá el significado de esa vivencia en la que todo se reduce a una universalidad sonora, continua, ascensonal, que voluciona hacia lo alto en un placentero caos".
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A lo mejor, todo en la vida no es más que la búsqueda del instante absoluto de la existencia, del susurro de la soledad nutricia o de la espera de la confesión de la música secreta de las cosas. La tentación del abismo es cada vez más acuciante y el valor esencial de todo se recluye en la belleza y la verdad.