martes, 24 de julio de 2007

SENSIBLES


Playa de Montijo, Sanlúcar de Barrameda ( Cádiz)

Hace poco se ha presentando un libro sobre la manzanilla con parte de los textos escritos por J. M. Caballero Bonald. A estas alturas hablar de mi devoción a la pluma de Bonald es absurdo y puedo pecar de insistente. Pero a pesar de la referencia, no dejo de atisbar en sus declaraciones cierto conato de desencanto con respecto a la evolución de la ciudad en los últimos años. Es más, cada vez que tiene ocasión no desperdicia la oportunidad para declarar que la ciudad que transmutó al territorio mítico de Argónida ya no le evoca la singularidad ni la desmesura sensorial de entonces.
El cambio es notorio aun para un joven ciudadano como soy yo. Incluso hablo de cierta aceleración en la desfachatez de unos dirigentes políticos que, al amparo de su ignorancia y de su falta de sensibilidad, han destruido vilmente algunas de las edificaciones y rincones más señeros de nuestro rincón sureño. No hablo, obviamente, de los que acaban de entrar pero sí les advierto desde aquí y en este día que analicen bien los errores de los que han salido.
Acabo de hacer referencia al término sensibilidad y no me retracto en absoluto de su aparición en temas de política, porque considero fundamental que al igual que el señor que dirige el urbanismo posea dotes de previsión urbana; de la misma forma que el delegado de turismo tiene que apreciar la potencialidad de un pueblo nacido de la historia; de igual manera que el delegado de deportes debe controlar la dinámica deportiva que se cuece junto con su problemática local etc. todos ellos deben poseer el aliño necesario de sensibilidad para no derruir los mojones arquitectónicos y de distinta categoría que la historia ha depositado en la localidad. Antes al contrario.
En ocasiones me alegro de que Sanlúcar no tenga una playa nacida del océano y de que sus aguas resten público bañista y catetoide. Porque pasear todavía por Bonanza, Montijo y La Jara sin la presencia masiva de los bañadores es un placer estético que pocos pueblos poseen. De la misma forma que tomarte una tapa en el centro del pueblo se ha convertido en una experiencia más allá del paladar. “Veo desde mi ventana ese confín/invulnerable, como anclado/ en algún extrarradio de la mitología” Diario de Argónida , J. M. Caballero Bonald.

lunes, 23 de julio de 2007

EL MAL DE MONTANO

Estoy remontando las páginas de la novela de Enrique Vila-Matas, intitulada El mal de Montano, como un ciclista al que le sobran las fuerzas o como un francotirador cuya paciencia flamenca roza la quietud misma. La obra de este escritor - junto a la de otros deicidas- se está acercando a las preclaras aguas de la voz que fluye verdadera. Después de haber leído París no se acaba nunca, Bartleby y compañía, Extraña forma de vida y Doctor Pasavento la narración de este mal está confirmando lo que no necesitaba confirmación, estamos ante un autor que será perenne.
Hay autores de los que aprende uno la técnica navajera de despistar a los lectores -desperdigar una prolepsis por aquí, una analepsis acullá-, sin embargo, otros escritores te muestran, te señalan las arenas movedizas por las que discurre la literatura, donde todo es un enigma, donde todo debe someterse al lenguaje.
De un tiempo a este parte, venimos elucubrando Iván Pérez y el susodicho una especie de miscelánea a favor de la literatura per se, esto es, una apología estricta de las obras literarias. Y decimos bien porque el mercadeo de la obra artística está desvirtuando las pretensiones y la mera existencia de obras que van acumulando el polvo de los olvidos.
En este sentido, en cuanto todas estas aproximaciones y tanteos vayan tomando forma, ya iremos desgajándolo en los distintos cuadernos de bitácoras.


"escribir novelas se convirtió en el deporte favorito de un número
casi infinito de personas; difícilmente un diletante se pone a construir
edificios o, de buenas a primeras, fabrica bicicletas sin haber adquirido
una competencia específica; sucede, por el contrario, que todo el mundo,
exactamente todo el mundo, se siente capaz de escribir una novela sin haber aprendido nunca ni siquiera los instrumentos más rudimentarios del oficio, y sucede también que el vertiginoso aumento de estos escribientes ha terminado por perjudicar gravemente a los lectores, sumidos hoy en día en una notable confusión"

El mal de Montano, Enrique Vila-Matas, Anagrama, 2002.

SAMARCANDA

Samarcanda. Forma tradicional española del nombre de esta ciudad de Uzbekistán: «Había conocido durante sus legendarios viajes todas las grandes mezquitas y medersas del Islam, de Bagdad a Samarcanda» (Silva Rif [Esp. 2001]). Esta es la grafía mayoritaria y resulta preferible a Samarkanda —influida seguramente por la forma inglesa Samarkand—, cuya k no se justifica etimológicamente, ya que la forma uzbeka es Samarqand.
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Plaza Registán ( Samarcanda)

Madraza de Registán

(Ruta de la seda)
(Aunque el mapa no presenta las mejores condiciones gráficas, distinguimos Turquía a la izquierda, pasamos por Egipto, Damasco, Teherán...justo en el centro está Samarcanda y a partir de ésta, dos posibles rutas; una hacia el sur y otra hasta Shanghái)
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Mi fervor filológico se embosca demasiadas veces con el mal de la melomanía que apareció como una solitaria y que aún no me ha soltado de su achuchón. De esta forma, las palabras que nos rodean y que forman la medida del mundo que nos sujeta, traspasan esos parámetros que envuelven nuestras realidades. Es decir, aprender con precisión nuevos vocablos es ensanchar el mundo, crear para nuestros ojos mundo y reconocer mejor el depauperado conocimiento que de él teníamos.
De esta forma, imbuido en los dos últimos conciertos a los que he asistido -aunque la audición suponga siempre una anulación de los parámetros temporales y una abstracción absoluta a ningún asidero posible-, me he permitido relacionar el nombre del grupo, Samarcanda, con el dictado del Panhispánico y, en última instancia, con la música que nos sobrecogió de nuevo en Sevilla.
Samarcanda es el topónimo de aquella ciudad de unos 3.000 años y que posee un lugar privilegiado para el tráfico en el comercio de especias y sobre todo de sedas orientales. De esta forma, conquistada por Alejandro Magno, Samarcanda adquirió ese carácter híbrido que otorga la mezcolanza de culturas y la impronta comercial que la ruta le procuraba. Algo de esta índole ocurre en los conciertos de estos músicos; la noche se hace agua para el silencio, las vibraciones preñan el natural movimiento del planeta y los espectadores vehiculan en sus entrañas las más insospechadas sensaciones de ingravidez.

viernes, 20 de julio de 2007

NOCHE EN AL ALCÁZAR

oud

santur

Caravasar de Zain el Din en Yazd ( Irán)

(Uno de los pocos caravasares que se conservan. Lugar en que se depositaban alimentos, agua, ropajes, etc. para los viajeros. El étimo de su nombre se lo debemos a karawan: " caravana" y saray: " vivienda, palacio".)
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Si dislocamos el término caravasar, podemos decir abiertamente que ayer fuimos pasajeros y testigos en el Alcázar de Sevilla de una ruta melódico-sensorial que nos transmigró desde el siglo XI hasta la actualidad. Como en otras ocasiones, los conciertos que se celebran durante el verano en Sevilla y en el lugar de marras no dejaron indiferentes a ninguno de los asistentes y más cuando nos topamos, de puro contento, con la sensibilidad de unos músicos entregados a la difusión de una música que, aún ancladas en los siglos medievales y en otras culturas, despliega las facultades sensitivas de otras épocas. Quizás ese es el prodigio, la identificación de la existencia de una sensibilidad atemporal que es recuperada, en un eterno retorno, a la luz de las vidas que las decodifican.
La noche, impecable de silencio y acumulada de frescor nocturno, acompasó debidamente los sones de una soprano que acarició -y así lo vimos- las cantigas en gallego-portugués más sobrecogedoras que he escuchado nunca; así como el percusionista hacinó los pulgares sobre las tripas que completaban los instrumentos para crear el basamento adecuado, la sintonía trival de unas melodías que fluyeron precisas, encadenadas en las manos del resto del grupo. Zéjel, nombre del grupo, reivindicó anoche la defensa de la cultura como ese estado de gracia que nos redime -aunque por poco tiempo, por instantes inexplicables y sucesivos- del bucle rutinario de los días.


jueves, 19 de julio de 2007

VENENO QUE LLEVO DENTRO


El 24 de septiembe de 2007 será un día grande no solo porque se celebre el día de la Merced (que ciertamente es lo de menos, lo más baladí e insignificante) sino porque se publica y corona con ello una de las producciones narrativas más importantes del pasado y nuevo siglo.

BITÁCORA Y PANHISPÁNICO, QUÉ REMEDIO...



bitácora. ‘Armario, junto al timón, donde está la brújula’. Se emplea a menudo en la locución cuaderno de bitácora, ‘libro en que se apunta el rumbo, la velocidad, las maniobras y demás accidentes de la navegación’. A partir de esta expresión, se ha tomado la voz bitácora para traducir el término inglés weblog (de web + log(book); abreviado, blog), que significa ‘sitio electrónico personal, actualizado con mucha frecuencia, donde alguien escribe a modo de diario o sobre temas que despiertan su interés, y donde quedan recopilados asimismo los comentarios que esos textos suscitan en sus lectores’. La equivalencia (cuaderno de) bitácora se halla bastante difundida en español y traduce con precisión el término inglés log(book): «Los corresponsales de guerra italianos ofrecen nuevas perspectivas del conflicto iraquí a través de sus cuadernos de bitácora en Internet» (País [Esp.] 2.9.04); «No es cosa de broma esto de las bitácoras, como también se conoce a tales webs» (Luna [Esp.] 14.3.03). Para hacer más explícita su vinculación con Internet (como hace el inglés weblog), podría usarse el término ciberbitácora o, como ya hacen algunos, ciberdiario (→ ciber-): «Como en otras ocasiones, no le quedó otra opción que publicar el hallazgo en su ciberdiario» (Mundo@ [Esp.] 25.4.02); no obstante, este último término tiene el inconveniente de que también se emplea como equivalente de periódico digital.

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CUADERNO DE BITÁCORA



Esta semana llego a la escritura de esta columna saturado de letra en el ordenador y ebrio de ocurrencias que no van a ninguna parte. Después de meses luchando cuerpo a cuerpo con las teclas, he logrado crear una bitácora -sencilla, modesta, sin pretensiones de altos vuelos-. ¿Qué es esto y por qué? Intuyo que el origen de esta aventura que acaba de comenzar está en una Moleskine que me regalaron hace poco tiempo. Una Moleskine es una libreta mítica, una sinécdoque del trabajo de campo de los escritores, pintores, músicos y cuantos creadores de toda ralea creyeron en su capacidad de depósito. Porque no se trata más que de un depósito, un soporte, una libreta con pastas negras de todos los tamaños y de todas las modalidades en que uno va dejando las huellas de lo que, con el tiempo, se termina en un poema, un cuento, un óleo, una sinfonía etc. Moleskine es una marca de libretas que se hacía en París y que se usó con mucha frecuencia a finales del XIX y principios del XX. Escritores como Hemingway, Chatwin o pintores como Picaso gozaron de la celulosa privilegiada de sus páginas. La desgracia vino cuando dejaron de fabricarlas porque la fábrica encargada cayó en quiebra, de tal forma que hasta hace bien poco no se ha podido recuperar el espíritu de esos papelucos encuadernados bajo el sello mítico, como adjetivé antes.
De acuerdo con lo que vengo escribiendo, quizás las bitácoras no son más que los cuadernos de trabajo de estos tiempos emboscados en la tecnología que, para ser sincero, no me gustan ni un pelo y de los cuales reniego en la mayoría de sus propuestas; pero también es cierto que la creación de este espacio me ha hecho reflexionar sobre el propio proceso de la escritura, del compromiso que mantengo con ella y, por supuesto, de las posibilidades mastodónticas que ofrece el corpus inconmensurable de datos y referencias que se alojan en ese misterio de Internet. Así que solo me queda invitar a los lectores de estos trópicos a que se paseen por las letras que configuran mi cuaderno de bitácora y a que depositen gustosamente sus opiniones, observaciones y discrepancias que atenderé con todo el gusto. No se extrañen, el “Panhispánico” propone el uso de bitácora por weblog (personalmente la prefiero). La dirección es: http://www.tropicodelamancha.blogspot.com

miércoles, 18 de julio de 2007

POESÍA

Inauguro esta sección mencionando a Rainer Maria Rilke. Cuando complete la lectura de las Elegías del Duino realizaré por extenso un comentario sobre el asombro tras su lectura:


"contener la muerte suavemente, toda la muerte,
aún antes que la vida y eso sin enojo,
es indescriptible"

Cuarta elegía, Elegías del duino, R. M. Rilke

martes, 17 de julio de 2007

ARQUEOLOGÍA DEL ABRAZO




Esta semana ha llegado hasta mis oídos una noticia que me ha estremecido sobremanera. Han hallado una pareja abrazada. Muertos ellos y vivo su tocamiento desde hace más de cinco mil años en Mantua (Italia), los restos arqueológicos se han convertido en la arqueología del abrazo por excelencia. Además se sabe que el abrazo pertenece (o quizás ya no les pertenece porque todo pasó, y llegó su hora y solo somos nosotros quienes lo apreciamos) a una joven pareja que principiaba, por entonces, los primeros acercamientos y tanteos al enamoramiento o a la fascinación por el otro; que en esos tiempos tampoco estaba claro. Un abrazo desempolvado de entre miles de abrazos que se han sucedido a lo largo de los días.
Este prodigio de las excavaciones me conduce a la siguiente reflexión. Viene a decir Javier Marías en “Negra espalda del tiempo” que los objetos y, en ocasiones, los actos perviven por encima de los seres que los poseen o los realizan. Muchos de los artilugios que nos rodean terminarán en manos de otros usuarios que a lo mejor cambian el curso de su uso o, quién sabe, destruyen por completo su existencia. Los gestos siempre poseen una dimensión que no controlamos. No sabemos hasta qué punto un gesto, una mirada o unas palabras pueden (a pesar de estar elegidas al azar y sin más criterio que el de la espontaneidad) modificar o perturbar la conducta de quienes nos rodean.
El descubrimiento de estos esqueletos amplía el estadio de influencia y de pervivencia que nuestros actos tienen durante el transcurso de la vida. Ha abolido toda regla temporal y ha hecho del acto amoroso un paradigma atemporal. Ha enturbiado la reflexión racional para los hombres, para quienes jamás entendieron de razones: “el deseo es una pregunta cuya respuesta no existe, escribió Cernuda. ¿Sabía esta pareja que el abrazo que se estaban dando en la tumba iba a ser descubierto cinco o seis mil años después? Poco les importaba tal circunstancia, quiero creer. Más bien, este enterramiento lo que hace es envolver de hipótesis y conjeturas el comportamiento del hombre desde sus inicios como tal. Nunca, incluidos los propios arqueólogos, se había encontrado una situación de tal ralea. Ya solo queda determinar las causas de la muerte, dice el periodista que glosa la hermosa y a la vez cadavérica foto. Pero, ¿es necesaria localizar la causa de la muerte para explicar la vida o el nacimiento de este gesto?
Las piernas levemente reclinadas parecen indicar que el anhelo de acercamiento era sumo. El reposo de uno de los cuerpos sobre el otro, el entrecruzamiento de brazos y el leve ladeo de sus cráneos perfilan los indicios de una escena mortífera pero rebosante de ternura. Hasta qué punto la muerte condujo a estos jóvenes ante la desesperación nunca lo sabremos. Tal vez la mirada de uno de ellos resumía con entereza las virtudes del hombre. La sinopsis tremebunda de esta escena está explicita en los propios restos. Ésa es la naturaleza de nuestros actos, nuestras palabras y nuestros objetos. Paso y ceniza, fermento óseo que se encostra en los días y los trastoca hasta no sabemos dónde ni cuándo, nunca lo sabremos, nunca. Porque el hombre es un misterio cuya respuesta no existe. “

Queridísimo

Queridísimo:

Muchas gracias por las nuevas fuentes que me has enviado. Sin duda, servirán de molde para mis nuevos balbuceos lingüísticos.
El viaje a Barcelona ha sido renovador
–quizá todo viaje lo sea- por aquello del cambio de espacio, de la percepción distinta de la luz, del paso de las horas, de las rutinas distintas que siguen los ciudadanos etc. En este último punto, Barcelona es muy peculiar. La política lingüística que sólo intuimos desde las declaraciones que los políticos vierten en los micrófonos es una realidad que va más allá de nuestras elucubraciones. Te sientes en una pedanía de Francia o en una ciudad fronteriza donde lo español, es decir, la lengua en la que está emboscada toda tu realidad, se aparca incluso con cierto desdén y cercanía al desprecio. En los aeropuertos los indicadores están escritos en Catalán, luego en Inglés y por último en Español. Un español rebosante de faltas de ortografía, de incoherencias sintácticas etc. En los bares te sirven Cacaolat y si le pides a la señorita Cola Cao te responde con una cara de asquito, con un chillido envuelto en interrogación (“¿Colo cau?”) y dejando en evidencia que no controlas el tema, esto es, que adónde (ya el panhispánico admite la forma a dónde como novedad) coño vas pidiendo el producto de “yo soy aquel negrito del áfrica tropical…”. Para colmo de males, en algunos museos las explicaciones solo están escritas en catalán y en inglés; así como la gran mayoría de comercios se anuncian con sus letreros en Catalán. Sin embargo, la circunstancia que ha llevado al extremo esta defensa apasionada de lo catalá ocurrió en el teatro del Liceo. Este teatro ha sido un emblema de la cultura catalana y, a su vez, de la española. En este sitio cantaron las grandes sopranos que llegaban a un país minado por la dictadura y la indiferencia a las manifestaciones que no cantasen cara al sol. Pues bien, nos dispusimos M. Carmen y yo a presenciar la Ópera Cómica Manon de Massenet escrita originalmente en francés, cuando los subtítulos aparecieron en la pantalla en catalán.
¿Qué quiero decir con toda esta amalgama de situaciones? Los nacionalismos levados al extremo, como ocurre en Cataluña, son excluyentes; frente a la inclusión que propala toda postura razonable. En un bar de Sevilla, Granada o Antequera puedes pedir que te sirvan un Cola Cao, pero en muchos de estos lugares también hay Cacaolat, por lo que una cosa no excluye a la otra. ¿Tener las dos opciones, no es más enriquecedor si lo extrapolamos a otras circunstancias de más enjundia? Aún recuerdo que en el equipo de baloncesto del colegio las equitaciones estaban patrocinadas por cacaolat y que nadie extrañó en ningún momento tal circunstancia.
Por otra parte, en un teatro donde todos los catalanes y extranjeros – excesiva presencia de extranjeros en Barcelona- saben hablar español -o, por lo menos, los guiris vienen a aprender español en su gran mayoría- y solo los catalanes saben desentrañar los subtítulos en catalán, no es más apropiado subtitular en español?
Claro, luego está el amor a las lenguas, mi pasión por la filología, el interés por aprender el máximo posible de elementos lingüísticos (eso sí, hemos aprendido un montón de catalán)…Aunque pienso que todo esto está alejado de lo que he llamado, con toda la intención, política lingüística que, al igual que la política educativa, está al servicio de los intereses de unos señores que pretenden llenarse el bolsillo con euros.

Un saludo, Tomás.

CÓMO SOMOS

A Manolo
Es increíble la cantidad de soluciones que se proponen en la barra de un bar y rodeado de copas. Es capaz uno de solucionar el mundo y encima volver a crearlo sin más remiendo que el que caliente sus entendederas. Todo esto viene al hilo porque la semana pasada - que anduve por Sanlúcar intentando tomarle el pulso a la ciudad- pude pasar la tarde con un amigo. En el encuentro no hicimos más que zurcir los descosidos que nos parecían remediables en la ciudad. La cuestión no se complicó ya que ninguno de los dos nos presentamos con las orejeras que otorgan los ideales políticos, más bien partíamos de que la política es ese sucedáneo de alzamiento ideológico a la vacuidad, tanto como el pregón como el ripio alzado a arte.
¡Cuántas soluciones propusimos entre trago y trago, cuántas ideas abrigaron nuestras inquisiciones! Y para colmo la sintonía académica que nos une llenaba de fogonazos ilustrativos la conversación, es decir, los temas oscilaron desde la entrada que posee Sanlúcar en la carretera de Trebujena – maltrecha desde hace más de quince años-, la incapacidad económica para jalonar la inversión turística, la dejadez absoluta en el ámbito de la cultura hasta la aparición de la lingüística moderna con Sausurre, algún verso de Juan Ramón Jiménez, la ilusa sensación de hacernos viejos, de proferir hábitos vetustos como el güisqui que tomábamos etc. En fin, que sobre la humedad de la barra del bar fueron desgajándose las crónicas de dos sochantres que sacudían las pretensiones sociales. Sin remedio, terminamos abordando el tema del consumo de drogas en España, de la desmesura que menea a los zagales callejeros y de los hábitos que se iban perdiendo por el desagüe de la desmemoria.
En ocasiones, cuando merodeo por los bares de Sanlúcar me gusta lanzar el oído sobre las conversaciones que sostienen los amiguetes soliviantados por los efectos etílicos; en estas disputas verbales algunos llegan al abrazo que termina de confirmar la borrachera, otros a las lágrimas, algunos al recuerdo de esos versos que por alguna razón forman parte de su imaginario, alguno recuerda el muletazo de José Tomás y otros tantos ríen, callan y asienten. Todos efusivos, contentos por reconvertir la realidad que les ha tocado vivir en una ensoñación, una entelequia como la que conformamos el compañero y yo entre vidrios escoceses y razones locales.

PARÍS NO SE ACABA NUNCA



París no se acaba nunca, prende en sus allegados, sin embargo, una insatisfacción continua, una memoria anclada en el eterno retorno a sus arterias, calles, hombres. París no se acaba nunca, como no se acaba la belleza en sí misma. Y nunca se acaba sobre todo en la memoria de quienes han regresado cargados con la angustia de no volver jamás; de no saberse de nuevo por los boulevares, por la alargada sombra del “pont des arts”, el recoveco litográfico del “Marais”, las pinceladas cuesta arriba en “Monmartre” o por la mítica “Saint Germain de Prés”, tan deudora de las miradas que los artistas le han lanzado desde siglos. Lugares, todos y algunos nunca mencionados por la imposibilidad de dar nombre al sobrecogimiento absoluto, que forman parte de un imaginario colectivo cuyos tentáculos todavía hoy no están definidos. Han pasado varios días desde mi regreso de París y aún siento en el cogote el aliento de una ciudad uterina, de un pedazo del planeta en que sentí, como he sentido pocas veces, que todas las versiones de mi personalidad, que todas las posibilidades de mi vida bien podían abocetarse allí. Han pasado varias semanas y aún tengo en la garganta el sabor “salidulce” de mi vuelta a donde quizás no quise volver. “París no se acaba nunca”, escribe Vila- Matas acerca de la ciudad de piedra, imitando las palabras de Hemingway en “París era una fiesta”. Y “París no se acaba nunca” escribo y grito sobre el papel, yo, ahora, continuando el callejero que emana de la sensibilidad.
Durante varios días vengo mascullando la idea del regreso a la tierra que lo acoge a uno. ¿Es la patria el suelo de donde venimos o el que nos espera sempiterno? Desde hace varios años y por diversos motivos he sufrido lo que podemos llamar un exilio voluntario de la tierra en que nací, es decir, esa misma en la tú estás ahora. Esta circunstancia ha ido engendrando en mis adentros la voluntaria impresión de que el lugar de partida debe observarse siempre con los ojos del viajero primitivo. Nunca he disfrutado más de Sanlúcar que sabiéndome un extraño entre sus gentes, un holograma de aquel infante que anduvo por su infancia costera arrimado al Guadalquivir. Como hizo Pessoa, intento multiplicar las personalidades para creerme siempre con el derecho de volver pero también con la necesidad de no volver jamás. Rimbaud hablaba del “derecho a la huída” y V. S Naipul escribió un libro hace unos años titulado “El enigma de la llegada” en que explica cómo tuvo que separarse de su tierra para observarla con los ojos de un creador de esa tierra, como tuvo que obtener perspectiva para entenderse a sí mismo.
Si París no se acaba nunca es precisamente porque el viajero que ha probado las mieles de su misterio siente la necesidad del retorno, es decir, participa de la patria de otros tal y como yo estoy escribiendo ahora. Ni tan siquiera una lengua distinta desmonta la posibilidad de sentirte arraigado por de dentro en aquella monumentalidad absoluta y en aquella participación del imposible. Sé que nunca volveré sobre los pasos de aquel joven que aprendía los versos de Machado al murmullo del río Guadalquivir porque ese joven ya es otro; al igual que el recuerdo que ahora precipito y comparto contigo es solo una imagen desgatada de la imagen primera. Por eso, quizás porque los recuerdos solo conforman retales del olvido volvemos a los lugares una vez y otra, para renovar la memoria y darle la frescura necesaria para que la imagen se mantenga fresca, humedad y suficientemente perturbadora.