Un juego, palabra reversible. La reflexión es la misma siempre que viene al calendario un día de celebración de este jaez. Y escribo “jaez” -vocablo árabe- porque designa un adorno de cintas con que se entrenzan las crines de un caballo. Eso es, un adorno en la trenza de los días, un añadido me resultan estos días de celebraciones nacionalistas. Pero llevo un tiempo intentando regalar mi empatía a todo aquello que no puedo procesar por mi razón o con aquellas personas que no comparten mis posturas. He de darles la palabra, ¡ahí la tenéis, hablad por ella!
Surge una circunstancia que poco a poco va desmoronando mi escepticismo andaluz. El caso es que siempre que se habla de Andalucía o que algún niño quiere hacer un trabajo sobre Andalucía, surgen las voces de los poetas, la poesía, los poetas mismos. Entonces, cuando alguien quiere construir un ideario, y echa mano de la poesía, comienzo a diseccionar en mi mollera eso de la identidad, de las geografías sentimentales y las alabanzas populares.
Andalucía es un recuerdo, porque no es nada sin la palabra de los poetas. Una entelequia árabe que recorre el alambique de los ríos hasta la alhama de las palabras. En ese trazo de la poesía se esconde un misterio, un oscuro misterio que se asemeja a la profundidad de un desierto en la noche. En el desierto uno no encuentra la luz más que en el cielo, la claridad, como dijo Claudio Rodríguez, siempre viene del cielo. Así es Andalucía, una inmensidad negruzca en que se encienden las luces cósmicas de los poetas, de los escritores. Ellos son dadores de identidad.
Luis Cernuda descansa en Méjico, pero nos legó “las playas parameras/ al rubio sol durmiendo/, los oteros las vegas/ en paz a solas lejos,/los conventos, ermitas/ tan tristes al recuerdo…”, ésa es la manera de encontrarme con Andalucía: una playa paramera a la que acudo en busca de su luz, de su carácter, de su ritmo arabizado, de sus callejuelas tentando a los océanos y los mares.
Un niño viene a pedirme consejo para hablar de Andalucía. ¿Tienes campos? Sí. ¿Tienes animales? Sí ¿Un burrito? Sí. Nos vamos los niños y yo al campo. Respiramos, recito un par de poemas y les doy una vuelta a lomos de un burrito. La sonrisa de esos niños fue Andalucía. Si es así, bienvenida.
Surge una circunstancia que poco a poco va desmoronando mi escepticismo andaluz. El caso es que siempre que se habla de Andalucía o que algún niño quiere hacer un trabajo sobre Andalucía, surgen las voces de los poetas, la poesía, los poetas mismos. Entonces, cuando alguien quiere construir un ideario, y echa mano de la poesía, comienzo a diseccionar en mi mollera eso de la identidad, de las geografías sentimentales y las alabanzas populares.
Andalucía es un recuerdo, porque no es nada sin la palabra de los poetas. Una entelequia árabe que recorre el alambique de los ríos hasta la alhama de las palabras. En ese trazo de la poesía se esconde un misterio, un oscuro misterio que se asemeja a la profundidad de un desierto en la noche. En el desierto uno no encuentra la luz más que en el cielo, la claridad, como dijo Claudio Rodríguez, siempre viene del cielo. Así es Andalucía, una inmensidad negruzca en que se encienden las luces cósmicas de los poetas, de los escritores. Ellos son dadores de identidad.
Luis Cernuda descansa en Méjico, pero nos legó “las playas parameras/ al rubio sol durmiendo/, los oteros las vegas/ en paz a solas lejos,/los conventos, ermitas/ tan tristes al recuerdo…”, ésa es la manera de encontrarme con Andalucía: una playa paramera a la que acudo en busca de su luz, de su carácter, de su ritmo arabizado, de sus callejuelas tentando a los océanos y los mares.
Un niño viene a pedirme consejo para hablar de Andalucía. ¿Tienes campos? Sí. ¿Tienes animales? Sí ¿Un burrito? Sí. Nos vamos los niños y yo al campo. Respiramos, recito un par de poemas y les doy una vuelta a lomos de un burrito. La sonrisa de esos niños fue Andalucía. Si es así, bienvenida.