Salí sin ser notado. En la bolsa de la librería llevaba mi caza. La caza de amor, con Gil Vicente, es de altanería, pero la zaca de libros es de majaderos. al fin y al cabo compramos libros que jamás leeremos, libros que en ocasiones regalamos y libros que se esconden por la vergüenza que provoca su presencia. Una caza es una estrategia para derribar a una presa y un libro, cuando se persigue, se convierte en una obsesión que dura toda una vida. A un lado la caza y en carnes las presas. Decía.
A pesar de todo, necesitaba establecer alguna razón que vinculara los tres volúmenes que llevaba aquella tarde en que la lluvia resbalaba por los raíles de la monotonía. Al llegar a casa abrí la bolsa y los dejé encima de la mesa del salón. El primero que pude vislumbrar fue el de M. Azaña y por ese motivo lo coloco primero en esta recensión de libros encontrados. Vida y tiempo de Manuel Azaña 1880-1940, de Santos Juliá, Taurus, 2008, es una voluminosa biografía escrita por un especialista en la materia que ha tenido acceso a los documentos desclasificados. No en vano esta obra casi coincide con la publicación de las nuevas Obras completas del mencionado político que igualmente ha editado Santos Juliá.
En el café de la juventutd perdida, de Patrick Modiano, Anagrama, 2008, estaba en la repisa esperando que mis garras lo atrapasen. Fui a leerlo recién llegué de París, en diciembre, pero se cruzaron Savater, Conan Doyle, Chesterton, ... ya saben, esos invitados que acuden a ocupar la lectura de los otros y que son interminables.
El último libro que dejé sobre la madera fue Elogio y refutación del ingenio, de José Antonio Marina, Anagrama Compactos. Cuando llegué a la librería abrí por casualidad una de sus páginas. Bien adentrado el libro, decía en una suerte de paradoja: “No se puede ser creador buscando la originalidad, no se puede ser creador sin buscar la originalidad. En conclusión, no se puede ser creador”. No pude más que leer el libro entero para descifrar aquella tautología sobre los creadores.
Ahora que lo recuerdo todo -el paseo a la librería, la satisfacción de encontrar libros nuevos, ideas que motiven la lectura, párrafos desafiantes sobre política, etc.-, lo que más me preocupa es encontrar aquel principio que me llevó a adquirir estos libros y a hacerlos coincidir en el tiempo. En el tiempo cronológico y en el tiempo de la escritura, como sucede ahora. Incluso en la propiedad de tu tiempo como lector: tú mismo has hecho que coincidan estos libros y no otros al leer estas líneas.
¿Un arjé? Me parece ridículo e insustancial establecer un arjé para la compra de libros. Tal vez, sumados ya todos los volúmenes que hemos adquirido y amontando en estantes, debiéramos buscar unas líneas que parecen prefigurar algo, algo que Borges llamó rostro, algo que me convence y que llamo vida con todas las certezas de la nada.
En el café de la juventutd perdida, de Patrick Modiano, Anagrama, 2008, estaba en la repisa esperando que mis garras lo atrapasen. Fui a leerlo recién llegué de París, en diciembre, pero se cruzaron Savater, Conan Doyle, Chesterton, ... ya saben, esos invitados que acuden a ocupar la lectura de los otros y que son interminables.
El último libro que dejé sobre la madera fue Elogio y refutación del ingenio, de José Antonio Marina, Anagrama Compactos. Cuando llegué a la librería abrí por casualidad una de sus páginas. Bien adentrado el libro, decía en una suerte de paradoja: “No se puede ser creador buscando la originalidad, no se puede ser creador sin buscar la originalidad. En conclusión, no se puede ser creador”. No pude más que leer el libro entero para descifrar aquella tautología sobre los creadores.
Ahora que lo recuerdo todo -el paseo a la librería, la satisfacción de encontrar libros nuevos, ideas que motiven la lectura, párrafos desafiantes sobre política, etc.-, lo que más me preocupa es encontrar aquel principio que me llevó a adquirir estos libros y a hacerlos coincidir en el tiempo. En el tiempo cronológico y en el tiempo de la escritura, como sucede ahora. Incluso en la propiedad de tu tiempo como lector: tú mismo has hecho que coincidan estos libros y no otros al leer estas líneas.
¿Un arjé? Me parece ridículo e insustancial establecer un arjé para la compra de libros. Tal vez, sumados ya todos los volúmenes que hemos adquirido y amontando en estantes, debiéramos buscar unas líneas que parecen prefigurar algo, algo que Borges llamó rostro, algo que me convence y que llamo vida con todas las certezas de la nada.
***
Estoy seguro de que Manuel Azaña transitó por los lugares en que sucede En el café de la juventud perdida. Sus cafés, Saint-Germain, el jardín de Luxemburgo o cualesquiera de los grandes boulevares. Así que me imagino a Azaña recorriendo la ficción de Modiano, habitando los sueños de Modiano coomo un personaje que cambia de nombre, de época, de ambición. Así que cuando comienzo a leer el libro, me encuentro con el rostro de Azaña recitando unas letras de Guy Debord. Para colmo, caigo en la cuenta de que el título de Marina, tan sugerente e ingenioso, nace de unas palabras de Valéry. Valéry soñaba con un libro que fuera la historia del ingenio; y creo saber en estos momentos que todo ello lo soñó en el café de Le Condé, donde Azaña invade los cafés de Modiano y donde Modiano intenta establecer el itinerario de su juventud.
El ingenio no es una cuestión de perdiciones -me afirmo- sino una procesión de la inteligencia a la largo de la vida. En todo caso, el libro de Marina es, quizás, el manual con el que debo entender que la vida (Azaña) y la escritura (Modiano) son el elogio y la refutación del ingenio.
Con estas letras edifico un timpo de la ficción para Azaña, Modiano y Marina. Tres personajes que coexisten gracias a la prematura ambición de la lectura. Porque la lectura aspira a enredarnos entre los espacios que nadie invadió jamás; en otro sentido, nos ofrece la tierra que nadie quiso habitar y en la que nos encontraremos con el mundo deseado. La ficción puede ser pensada. La ficción puede ser escrita. La ficción, por tanto, es real.
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