sábado, 11 de diciembre de 2021

La liviana desdicha de decir y juzgar

AGARRO de los estantes varios libros en un ejercicio que hago desde hace años: poner en comunicación, estabecer un diálogo entre volúmenes dispares, autores de épocas distintas, textos de géneros diferentes, libros gestados con un fin y otro. Lo hago como punta de fuga para comenzar a escribir, para principiar la palabra que de forma voluntaria no sale al papel, ni a la mente, ni deja ver su hocio claro y fulgurante.

Sin embargo, me quedo pensando en un par de líneas de Quasi un fantasía de A.T. (Ediciones del arrabal, 2021): "No es justo poder resumir a los demás en una sola frase y divagar tanto cuando se trata de nosotros mismos". 

Me ha resultado esta suerte de sentencia ética un gimnasio mental inmejorable par comenzaar la mañana; "palabra, justicia, ética, yo, tú".      

Porque creo, cada vez más, en la liviana desdicha de decir para el hombre. Tenemos la palabra como haz y envés de un maravilla: construir el mundo, edificar un realidad para nosotros, indagar con el pensamiento como seres, proyectar en el otro nuestros deseos, nuestras renuncias; pero también corremos el riesgo de decir a la ligera, sin reflexión, sin parabienes para los demás cuando estamos en un conversación privada o incluso escribiendo en los diarios personales o secretos o inéditos. 

En esa confesión al mundo de lo que son los demás para nosotros va buena parte de nuestra posición ética. Y nos dejamos llevar por el ímpetu de lo que creemos secreto, confidencial, cuando, pasado el tiempo, esas palabras quedan en nuestra consciencia, en nuestra memoria, en nuestra imagen última de esos individuos. Cuando alguien juzga al otro sin más asideros que su juicio precipitado o movido por espúreas pretensiones para desdibujar en el interlocutor una imagen no estamos más que reduciendo nuestra propia capacidad de juicio. Tendrías que huir del discurso que juzga y valora a los demás aun teniendo motivos y acciones que nos lleven a esa suerte de dcitamen secreto. A los demás hay que hablarles a los ojos y transmitirles lo que sentimos o quizás intuimos que son con nosotros. Hacerlo de forma sinuosa, en camarilla no es justo sobre todo si ese juicio de ensañamiento con el otro tiene coo fin ensalzar nuestra propia figura, divagar en el autojuicio de nuestras carencias y marros.    

 

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