domingo, 14 de noviembre de 2021

La costumbre de vivir

LA COSTUMBRE se mantiene a pesar de los años: antes que nada, leer. Aunque la manía de escribir a diario se mantenga, a pesar de mi lucha y mi contienda con ello, por eliminarla de mi vida, escribir me sigue granjeando una suerte de soliloquio silencioso a la luz del día. Breve, mordaz, tenue a los ojos.  

Poque pensamos que el comienzo del día orienta al individuo y lo predispone, como una meditación, como la música edificante del corazón. He ido abandonando la información periodística, apartándome de lo que incurre en suceso, anécdota, para acercarme de nuevo a la realidad esencial, la que te hace crecer y expandirte, la que te edifica lentamente en tu leve paso por la tierra. Las últimas decisiones en la vida han tenido este derrotero a las claras porque actuar en la palabra de uno es siempre coherencia: vivir.  

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La música del alma frente al ruido de lo sucesivo; el diálogo con la realidad frente a la cháchara de lo intrascendente. Y no significa este testimonio que uno tenga por costumbre hablar a cada momento de lo que se entiende por trascendental, antes al contrario, he tenido que aprender a callarme delante de los demás, a no exigir nada a nadie, tan solo a observar y a contemplar lo que sucede. 

En ese ejercicio de contemplación he tenido que sujetarme al presente en carne viva: "En cuanto te vas al pasado o al futuro, abandonas la vida verdadera, y eso hace que de inmediato te embargue una sensación de orfandad, falta de libertad, soledad", como afirma Tolstói en El camino de la vida (Acantilado).  

Hay maravillas en cada instante: florecen en el monte las amapolas, vuelan las rapaces sobre el cielo, el mar detiene su cuerpo flotante en las orillas, toco las manos de mis hijos y huelo en ellos el fulgor de la sangre. Nos obstinamos por no atender a estas insólitas acciones que ocurren delante de nosotros como la luz y la noche, como la música callada del movimiento de los astros, porque pensamos que serán eternas, que estarán ahí para nosotros siempre, pero somos nosotros los que no pertenecemos a ellas, porque son fugitivas, porque son únicas y de una vez finitas. 



 

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