martes, 7 de octubre de 2008

UNA EDUCACIÓN SENSORIAL.

En ocasiones creo que educo mis sentidos a través de los libros. Tanto es así que ya no me interesa el mundo, el mundo de realidades sensoriales, el que se muestra a sí mismo como un repertorio de avances indescifrables. Ya se acabó, abandono la vida, o, en mejor decir, me retiro de vivir la vida. Odio, además, esa expresión, "vivir la vida", como si la vida ofreciera más opciones que vivirla. Sí, a lo mejor la opción oculta es la que muestra la literatura: renuncia a la vida, la tendrás en tus manos.

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“El libro es la educación de los sentidos a través del lenguaje”, escribe Carlos Fuentes en En esto creo. ¿Podemos educar a los sentidos a través del lenguaje? Si entendemos lenguaje en un sentido amplio, por supuesto. Aunque prefiero pensar que los sentidos recopilan el corpus de realidad al que luego le damos nombre, le damos vida.

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Cuando me despido de algunos compañeros de trabajo o de unos acompañantes de viaje siempre me surgen las ganas -unas tremendas ganas hay que decir- de despedirme con la siguiente frase: “Adiós, adiós, recuérdame”. Esta es la frase que utiliza el fantasma del padre de Hamlet cada vez que aparece y desaparece. Es la cifra del poder de la memoria. Recuérdame, exhorta el viejo, no dejes de otorgarme la vida en el recuerdo. En ese gusanillo que se enreda por un hueco y por otro y que recorre las cenizas de nuestra imagen.

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Al leer estas notas me digo “el yo es detestable”. Se las he robado a Rimbaud. Rimbaud no quiso darle más cobijo a su yo, dejó de escribir para ello. Quizás ande por ahí el misterio de los Bartlebys; se me antojan personajes que han decapitado a su yo desde el principio. No vivir conmigo, sólo fuera de mí.

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