Me quedo enroscado –después de leer el artículo al completo- en un párrafo de Eugenio Trías que se publica hoy en una Tercera de ABC, “De Dioses y de Crisis". Todos los artículos de Eugenio Trías son un festín no sólo por la manera de ejecutarlos lingüísticamente sino por el entramado de argumentos y propuestas a que nos llevan sus palabras. Es como si asistiéramos a un banquete y estuviésemos a la mesa escuchando el discurrir, sensato y apocalíptico, de un maestro que lanza sus pareceres. Ciertamente, aparte de sus publicaciones ensayísticas y filosóficas (aquí hable de su último, El canto de las sirenas), Trías es una voz pensadora que atina con la mesura de los hombres virtuosos: “Vacío sistémico, vacío de valores, vacío de sentido; eso que suele conducir a lo que des Jacobi se llama nihilismo. O hay sistema o sólo nos podemos hospedar en sus grietas; en ellas se aloja el comienzo de la catástrofe o el germen de una profunda transformación. Eso son las crisis en la vida personal y colectiva. Son cambio –que hacen época- en la economía del sentido”.
Como el mosto joven, me quedo enturbiado, y no sé realmente que replica puede fermentar en mi sesera a esas palabras y al resto del artículo, pero esa sensación de la búsqueda contestataria pocas veces ocurre cuando leemos un artículo de opinión en la prensa. O leemos a los escritores y articulistas con los que coincidimos en casi todos los puntos de vista y los consideramos mentes pensantes de privilegio y pocas veces nos sentimos capacitados para negarle la mayor, o no leemos nada. Porque leer un periódico que a priori es de derechas o de izquierdas, de una tendencia o de otra, de un grupo o de otro, nos marca el propio sistema de reflexión al que asistimos con la lectura.
Un ejercicio hermenéutico de gran valía es enfrentarse a textos alejados de nuestros pareceres, textos sólidos, de notable importancia, me refiero, no a la sarta de articulistas manidos y casposos que habitan en las alas –extremidad final- de las ideologías y que son voceros, desasidos de razón. En esos textos con los que nos topamos de lleno con una afirmación contraria a nuestro juicio es donde hierve la verdadera naturaleza de nuestro entendimiento. Aunque con estas generalidades que acabo de escribir, tampoco estoy diciendo mucho ni aclarando nada. Sólo quiero subrayar ese párrafo (y el artículo al completo) porque he sentido, como pocas veces, la necesidad de ordenar seriamente la economía de mi sentido.
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Esa disputa nihilista, pienso, anida en la severa preocupación social que rodea a los individuos. No toos los individuos asumen esa perplejidad, ¿cómo distinguirlos, entonces? ¿´Cómo hay hombres que escapan a las primitivas maneras del ser?
Los sistemas sociales, globalizados, tecnócratas, han anestesiado la propuesta individual en agua de borrajas: un individuo, sólo, aislado, poco puede hacer en la masa social. Un continuum que quiere hacerse (o¿hacerlo?) uniforme, unívoco, un espacio que engulle las proclamas individuales. Pero la crisis -economía del sentido- es perjudiial para cada individuo, en él reside la fuerza de la voluntad en esta época anunciada por Zaratustra: "Muertos están los dioses". De ahí venimos , de la meditación bajo un árbol de Buda, de la contemplación de Narciso en el agua, del recogimiento de Montaigne mientras escribiía el techo de su torre con inscripciones en lenguas muertas, del pensamiento de Kant y de Descartes, de la rotunda y metálica nietzscheneana humanidad, de la voluntad de Arturo, de la evolución científica y matemática, etc. Todos, por último y siempre, del origen de esta tragedia, descargada de pathos, que dijeron los griegos.
El idioma del ser ahora es intraducible para la mayoría de los mortales, ésa es la obsoleta medida del hombre moderno.
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