Antes de arrojar mi cuerpo a la estirpe de la noche, antes de que mis sueños se apoderen de las raíces que atraviesan la noche, dejo escritas estas líneas. En ellas la conciencia del estarse fugitivo. Ellas mismas, las huellas imprecisas de la ausencia.
Como un palimpsesto, arrojo estas letras a la ausencia de mí mismo. Ya me recuerdo sin vida, auspiciado en el halo de la fantasía; atravesando la noche, sus anchuras y sus esbeltas pinacotecas, apoyado sobre los pulgares del silencio, acariciando, con cinta de cuello de plata, el hipogrifo violento de la memoria. Las columnas aurorales del sol anuncian un comienzo. Contémplome.
Melodía sin espinas, trazado anacreóntico de las estrellas, muerte descarnada en en el silencio; soñar es un decir inaudible, un no-estar en que la libertad conocida comienza por la sílaba que desprende el mágico suceder de la vida.
Como un palimpsesto, arrojo estas letras a la ausencia de mí mismo. Ya me recuerdo sin vida, auspiciado en el halo de la fantasía; atravesando la noche, sus anchuras y sus esbeltas pinacotecas, apoyado sobre los pulgares del silencio, acariciando, con cinta de cuello de plata, el hipogrifo violento de la memoria. Las columnas aurorales del sol anuncian un comienzo. Contémplome.
Melodía sin espinas, trazado anacreóntico de las estrellas, muerte descarnada en en el silencio; soñar es un decir inaudible, un no-estar en que la libertad conocida comienza por la sílaba que desprende el mágico suceder de la vida.
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