ENCIMA de la mesa se apilan los libros sin más concierto que el de la lectura. El ritmo y el perfil los establecer el lector: el lugar de apariciones de la literatura. El lector traza un hilo secreto entre libros de distintas épocas, autores dispares que, en un proceder extraordinario, comienzan a entablar un diálogo fastuoso, el diálogo de un tiempo sin tiempo, de una polifonía de voces avenida y concitada tan solo por el deseo y la intuición de un individuo. Por ejemplo, hoy están Quevedo, Joseph Conrad, T.S. Eliot, Diego de Torres Villarroel; también asoman los de Godwin y Miguel de Molinos, así como los poemas de San Juan de la Cruz, -perladas auroras en la mañana-, y algunos volúmenes de Marcel Proust que anoche estuve leyendo sin más concierto que la ansiedad por la prosa y la epifanía del verbo.
Como afirma Quevedo en "El mundo por de dentro" la lectura, el conocimiento "al cabo solo les sirve el estudio de conocer cómo toda la verdad le quedan ignorando". Ese abismo que nos achica ante la inmensidad de la lectura es, al tiempo, la que nos aviva para proseguir leyendo sin descanso.
Hay comienzos de libros que reverberan en la memoria una vez que los hemos leídos para siempre. Es el caso del comienzo de Línea de sombra de Conrad. Estamos ante el resplandor de la infancia, epítome del tiempo perdido que solo recuperamos con el conducto memorístico del recuerdo, como si entráramos en un jardín encantado, con las seducciones de lo desconocido aun habiendo sido vivido llenos de ardor y alegría. Escribe Conrad: " Cierra uno tras sí la puerta de la infancia y penetra en un jardín encantado. hasta sus mismas sombras tiene un resplandor de promesas. Cada recodo del sendero posee su seducción. Y no a causa del atractivo que ofrece un país desconocido, pues de sobra sabe uno que por allí ha pasado la corriente de la humanidad entera. Es el encanto de una experiencia universal, de la que esperamos una sensación extraordinaria y personal, la revelación de un algo de nuestro yo".
Y la prodigiosa e incisiva palabra de Diego de Torres Villarroel, así como su enigmática vida me provocan una fascinación lectora. Su Vida es un libro prodigioso, único en nuestra literatura, pero fue igualmente un excelente escritor de aforismos y sentencias con los que, las más de las veces, estoy de acuerdo: " Anda tan perdido el idioma castellano, que ni en la pluma ni en los labios se encuentra".
Quizás todos estos escritos podrían quedar sintetizados en unos versos de T.S. Eliot de Four Quartets:
"El pasado y el futuro
permiten tan solo un poco de consciencia.
Ser conscientes es no estar en el tiempo."
[...]