ÚLTIMAMENTE leo y escribo basta en la cocina. Hoy, por ejemplo, estaba terminando una extraordinaria novela de G. Simenon, La nieve estaba sucia (Acantilado, 2019). El olor a fruta lo envuelve todo, el melón se convierte en un perfume envolvente y comienzo a recordar ya el verano próximo, el que no haya, el que siempre es el mismo de la memoria de niño.
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No todo es brillante en Byung-Chul Han, La desaparición de los rituales. Cuando en el capítulo "Imperio de los signos" reflexiona sobre la poesía percibe, el lector avezado, que el autor aborda el asunto desde una visión erróneamente política: no hay mercancías ni lenguaje trabajador, ni lujos o excesos, ni pobreza ni excedentes en la poesía. Entender así la poesía es referirse a la no-poesía.
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Para ejercer en lo público debes desgajarte de lo íntimo; para pensar en público has de dejar de ser en vivo; para escribir de sangre y púrpura no existe más allá que la concordia de tu corazón.
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Solo la música anida en la consciencia sin idiomas.
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En tanto que somos fugaces pervertimos los días en bullicio.
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Tiene la humedad en sus surcos el aroma profundo del mar en el vacío.
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Están los pájaros revueltos con la levedad de la mañana y mi corazón concorde a la claridad del sur.
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En el hospedaje de la soledad el trino es de los dioses.
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Está el arrogante, que termina onanista; el intrépido, que vive de los aledaños; el narcisista, todo fue su yo; el holograma de Bartleby, el que copia de los demás... Sucedáneos y versiones humanamente tristes de ser escritor...porque los poetas suenan en el silencio de su obra.
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