Detrás de un hombre
o hay acciones o hay palabras; y puede que la literatura sea la acción de la
palabra que involucra al lector y al creador en una misma unidad: la esencia de
la palabra. Sin saber cómo, con qué procedimientos del azar o lo fortuito, lo
irrevocable o el destino de cada cual, el texto se va edificando hasta alcanzar
una unidad, -si es que la alcanza y habita- aunque sea en destellos y
fragmentos. Una unidad que lo envuelve
todo e hilvana e incluso lo presenta como una sucesión continua de hechos y
acciones, causas y consecuencias. No es así, sin embargo, como sucede todo y,
más todavía, cómo se resguarda en la memoria. Por eso mismo escribir esta
historia es una forma de escribirla y hacerlo como si yo hubiera sido el
protagonista de la misma no es más que un método para contarla, una perspectiva
de la palabra pero no la única; puedes tomarla como el suceso de cualquier
hombre, cualquier individuo, pues somos lo mismo al fin y al cabo. El yo que
narra no es el yo que recuerda, ni siquiera el mismo yo que trata de trenzar
oraciones. Como decía Pessoa, existe una confederación de yoes en la que,
eventualmente, hay uno que se sobrepone en torno a los demás y gobierna con
tiranía o con deseo y afán de prevalencia.
ESCRIBIR,
escribir como el sonido
de
una rueca incesante que eterniza
lo
que resta del paso de tu vida.
Como un sueño metódico no somos
nada tan vivamente en este mundo,
nada de ti, de quien soñaste ser,
de aquel del que tan solo reconoces
una imagen perdida para siempre.
Solo el canto consagra y celebra
la belleza escondida de las horas
y en ella se proclama una verdad
que ha de quedar tan pura a los oídos
que nunca escucharás tu voz en ella
[...]