DÍAS en Benaocaz. Hemos compartido con E. la asunción de conocer el campo. Sus ojos con los lirios silvestres, los castaños en flor, los acebuches mostraban una prematura inocencia que admirábamos con entusiasmo. En el fondo, en permanencia, la silueta de las montañas que, en la mañana, amanecen invadidas por las nubes como una algodonera inmensa. Los pájaros, incluso los buitres muy cerca de nosotros y, sobre todo, un silencio tan solo interrumpido por el canto de la noche. Ese canto que ahora debe estar escuchando E. en sus sueños, en su todavía leve memoria con la que tanto nos emocionamos.