EN literatura, el concepto de plagio se desdibuja toda vez que alguien se calza la corona de laurel y manifiesta que eso mismo ya fue expresado y señalado por sus doradas sílabas. Que un poeta lo diga en un tiempo y otro en otro momento no invalida ninguna de las dos manifestaciones. El problema llega cuando a uno lo escuchan con sordina, de soslayo, cuando su discurso no alcanza casi ninguna relevancia y el otro derrama su texto aquí y acullá hasta alzarlo en única manifestación conocida.
Plagio, copia, circunloquio...los sinónimos se amontonan; lo único que queda inmaculado es el sentir interno del que sabe que su ingenio reside en el aliento de los demás.
Suelo pasear en bici por las mañanas. Me fascina penetrar por los caminos del campo cuando estos restan la humedad de la noche. Habita en sus tierras una paz sosegada, una tremenda estación de frío acalorado que me suscita una tranquilidad necesaria. Pedaleo y pedaleo, buscando la cadencia que se acomode a mis piernas. Los músculos sufren y comienzan a doler, pero hay tanta similitud entre esta soledad de los campos con el cuerpo solo y esta soledad de la escritura en un cuerpo solo...
¿Servil al dictado de lo contemporáneo o escuchar el eco interno de la Cueva de Montesinos? La narración de don Quijote, cuando sale de la cueva, se convierte toda ella en ficción, en mejor decir, en metaficción. Ninguno de los personajes se atreven a contradecir al valeroso caballero cuando este comienza a describir su experiencia. Dentro de la cueva, ni el tiempo, ni los espacios, tan siquiera las necesidades vitales tienen parangón. Ese lugar, en las palabras de don Quijote, posee sus propios mecanismos de funcionamiento. Es un mundo posible, como diría la crítica narratológica, tan bien conseguido que toda apreciación de los que quedaron fuera no posee fuerza alguna para modificar esa experiencia personal, individual, sometida a otra razón del personaje principal. Al final de capítulo leemos: "andará el tiempo, como otra vez he dicho, y yo te contaré algunas de las que allá abajo he visto, que te harán creer las que aquí he contado, cuya verdad ni admite réplica ni disputa".
El sosiego de don Quijote proviene de entender que existen experiencia inenarrables que al contarlas dejan de poseer la dimensión percibida por un individuo. Una experiencia que no admite réplica, indudable, en la que no hay disputa, tan solo el largo meditar de sus latidos.