Un día en que los otros dejen de parecerse a mí mismo; un tiempo en que la escritura sustituya a mi vida.
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Ciertamente, la vida está repleta de seriedad. La seriedad lo cobija todo, ya que cercena cualquier acercamiento al humor.
Hoy he querido desligarme, por unos momentos, de esa seriedad que tanto me preocupa últimamente. Lo he hecho delante de un grupo de alumnos que esperaba de nuevo mi rictus serio y con aspiraciones de respetabilidad. He querido comprobar cómo el humor y, en algunos momentos, la ironía, bien utilizados, revuelven la percepción de uno entre los demás. ¡No hay nada que más me alegre que ese juego de identidades! Entré en la clase y a continuación recité un poema de Miguel Hernández con todas las trincheras de mi voz. Gesticulé, me movi entre sus mesas. Al terminar con la escena, recogí mi maleta con una sonrisa enorme, regodeándome todavía en cada sílaba. Les dije: “Hoy no soy yo y eso me acerca a la felicidad”. Agarré mi maleta y me fui. Mañana volveré a verlos y eso me produce más incertidumbre todavía, pero me lleno de vida con esas ilusiones de mí mismo.
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Como en un ensayo, como en un momento en que el músico o el pintor lanza un pasaje al viento o una pincelada al cuadro, quiero escribir en esta bitácora. Quiero escribir como un músico que ensaya delante de nadie, sin más miramientos, con la ilusión perdida de poder interpretar en un futuro la partitura que escoja o que se me ponga por delante. Hay en los ensayos un desenfreno que debiera formar parte de los conciertos, de la escritura al público. Porque la escritura es un ensayo continuo en soledad y no espera más virtuosismos ni prodigios que los que terminan en los dedos del escritor. Toda prolongación en los otros, toda interpretación o degustación de los lectores, viene por añadidura. El escritor debe escribir, sin más ni más; debe ensayar al aire libre sin pensar que alguien lo escucha por la ventana y se apasiona al mismo tiempo. Este compromiso diario con las letras lo asimilo a la temporada en que cogía mi clarinete y trenzaba un par de escalas y de temas. Lo cierto es que, en ocasiones, el sonido y el fraseo, la redondez de la interpretación, eran infinitamente mejores que los que se guardaban para el concierto. ¿Cómo se escoge un sonido para un momento, quién dijo que se guarda el ingenio para la posteridad?
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Escribió Valéry en sus Cuadernos: “¿Quién eres tú?- Soy la persona que habla! La que llamamos Yo, y que, de cuerpo en cuerpo, de rostro en rostro, e incluso en toda mi vida /forma/ tiene el momento como acto y no sabe hacer otra cosa que Ser”. Estas palabras me han recordado un par de referencias. La primera, Pessoa, a quien no he olvidado un solo día desde que lo leí por vez primera. La otra, el inicio del Canto General, de Pablo Neruda: “Yo vengo a hablar por vuestra boca muerta”: el escritor como el fantasma que se aparece en la voz de los otros, el ventrílocuo de las almas.
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Una garganta verde, como la alameda de Juan Ramón Jiménez: “Nunca he vivido en el presente: mi vida es toda de recuerdos y esperanzas”. Al fresco de ese paseo escribo: una esperanza abriga esta idea de escribir por la boca de los hombres: el recuerdo taciturno de la palabra edificante.
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