domingo, 10 de agosto de 2008

HAY SITIOS Y HORAS

Un joven contempla la tarde y el mar. Está solo, aparentemente solo, y medita sobre los granos del tiempo. Coge un puñado en la mano y lo desplaza suavemente, con la melancólica cadencia de los vientos marinos. Entonces comienzan a trenzarse en su cabeza los recuerdos y las fantasías. Imagina el paisaje repleto de escenas que desafían los límites de su imaginación. Para ese momento ha encendido otro cigarro.
Una de las escenas que se solapan a su imaginación viene motivada por unas palabras que había leído hace poco en un diario, el diario del francés Jules Renard: “Hay sitios y horas en que uno está tan solo que ve el mundo entero”. El mundo entero ante él: todas las palabras, todos los gestos, los números, acaso una suerte de museo del hombre de la eterna. Cuando apagó el cigarro llegó la noche. El joven siguió en la arena, sonriente: había encontrado la soledad rodeado del mundo entero.
Los que lo encontraron muerto, tendido y mojado sobre la arena, lo describieron como un antiguo marino venido de tierras remotas, con la piel labrada por la continuidad de la luz. Llevaba un papel en el bolsillo. Había escrito la cita de Renard seguida de unas palabras: “…entonces el mundo no merece la pena”.

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