martes, 5 de enero de 2016

EXISTE en el Nacimiento de la tragedia de Nietzsche una idea germinal que me fascina: la verdadera actividad metafísica del hombre no es la moral, es el arte. Esta cuestión irá perdiendo presencia y fortaleza en los escritos posteriores del filósofo bigotudo, sobre todo porque, en la redacción de estas líneas primeras en su obra, el propio Nietzsche quedaba embobado con la música del coloso Wagner. La música de Wagner venía a redimir cualquier tipo de reflexión filosófica; un solo pentagrama de metales equivalía a la manifestación profunda de la metafísica. El músico era el axioma de sus meditaciones tan cercanas al mundo heleno y a la filosofía griega. 

Después de traer a colación a Lucrecio y las trascendentales obras áticas en las que repara para principiar su libro, Nietzsche termina en el mundo del sueño toda vez que ha dirimido entre lo apolíneo y lo dionisíaco. Para ofrecer un eslabón entre el mundo onírico y el abismo apolíneo recurre a Schopenhauer, a las reflexiones que conducían a este filósofo a afirmar que la aptitud filosófica radica en la capacidad de presenciar en ocasiones los hombres y las cosas como si fueran meras fantasmagorías o imágenes oníricas. Tras estos tanteos que hilvana referencias de distintas épocas, autores, obras, apreciaciones diversas en el tiempo, afirma: "El hombre artísticamente sensible reacciona frente a la realidad del sueño de la misma manera que el filósofo ante la realidad de la existencia; se delira en examinarlas con todo detalle, pues a la luz de estas imágenes interpreta su vida; con ayuda de esos ejemplos, se entrena para vivir". 

No es de extrañar que ahora, mientras escucho en la noche Parsifal de Wagner y leo estos párrafos me atraviese un temblor único, fortuito, que me atraviesa el cuerpo hasta cimbrearlo inequívocamente en una sensibilidad que sea o no fantasmagoría me acerca al apolíneo sacro coro de la existencia. Lo apolíneo, con Nietzsche, sobrepasa la luz de la apariencia, ofrece la honda conciencia de la naturaleza reparadora y terapéutica propias del mundo onírico, del sueño. En este mundo todo son símbolos, imágenes para nosotros, alejadas de nuestro razonamiento, rasgando el velo de Maya ancestral.