domingo, 21 de junio de 2009

Del hecho al dicho.

Cuando observo en mi cuaderno un día en blanco soy consciente de que no he vivido.

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Hay días que requieren una recua de palabras. Otros, como hoy, el lamento de una sílaba.


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Abro el diccionario al azar. Leo una palabra, otra. Espigo por sus páginas, me detengo como una abeja. Libo en las palabras. Me poso aquí, acullá. Sin criterio alguno me quedo absorto con el vocablo cogitación. Y veo que esa palabra describe la situación con notable argucia. Mi cojo pensamiento se acelera y está de acuerdo con la definición ofrecida: pensamiento, reflexión.
Mi acción había efectuado justo la definición en la que di a parar. Es decir, el hecho fue antes que la palabra en este caso. ¿No hubo que nombrar la realidad y luego narrarla? Por lo tanto, el hecho es anterior al verbo. Y, además, cuando se habla de logos, no debemos resumirlo al significado al uso. El logos griego incluye la acción. Y en ella nos enredamos el resto de nuestros días, justo desde los días en que tus palabras se agarran a la realidad como un guante y surge eso que llamamos conciencia. La conciencia es la huella del tiempo.

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Leer un diccionario consiste en la búsqueda de una palabra que nombra un instante en el que tú mismo dejaste de existir.

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Una vida empieza cuando las palabras la raptan.

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