Hablábamos de la ceguera, cuando se me ocurrió desviar la conversación a la contienda de las artes. “Mira” –interrumpí-, “el escritor irrumpe en un espacio oscuro, indefinido, sin tiempo, en que nada ha ocurrido y en el que todo es posible. Todo en ese espacio carece de luz. Ni el propio escritor es capaz de vislumbrar nada, ni siquiera el lugar al que se aproxima con su palabra. Es un tiempo muerto al que se penetra con la incandescencia del verbo. Los reflejos en sus muros, los silencios apoltronados en las encías de ese espacio, van tomando la forma de la obra literaria”.
El compañero se quedó un tanto sorprendido, sobre todo porque hasta ese momento la conversación sólo estaba tocando la ceguera como algo físico. "Podemos decir", -incluí-, "que la historia de la literatura es la gran historia de la búsqueda, porque si algo va adherido a la literatura es, precisamente, la búsqueda de no se sabe qué realidad escondida. Un escritor, por mucho que tenga pensados sus escritos, jamás tiene conocimiento previo del resultado final. Es la forma última la que ejecuta la ceguera y la que concluye el trance”.
El compañero se quedó un tanto sorprendido, sobre todo porque hasta ese momento la conversación sólo estaba tocando la ceguera como algo físico. "Podemos decir", -incluí-, "que la historia de la literatura es la gran historia de la búsqueda, porque si algo va adherido a la literatura es, precisamente, la búsqueda de no se sabe qué realidad escondida. Un escritor, por mucho que tenga pensados sus escritos, jamás tiene conocimiento previo del resultado final. Es la forma última la que ejecuta la ceguera y la que concluye el trance”.
“Lo que tengo por cierto, amigo, -contestó al fin-, es que en el diálogo, la ceguera es compartida y oral. Además de espontánea y ciscunstancia. La luz que desprende se comparte con el otro. Gracias al otro, con el diálogo se esclarece lo que parecía inerte en la memoria”.
***
Hay días que retienen la memoria
y la convierten
en tramos de la nada.
Momentos en que todo se sucede
como una trama lenta.
Un espejo que cuaja los instantes
y así los prefigura
para los hombres.
Por ejemplo, un hombre sentado
sostiene un libro que le dice:
“Cuenta tu vida en tan solo unos días.
Hoy los astros no quieren inventarte”.
Entonces cierra el libro. Escribe.
Contempla detenido los instantes
que coagulan el tacto de sus ojos.
Y comienza a escribir:
“Hay días que retienen la memoria
y la convierten
en tramos de la nada”.
***
Sírvete de lo que está oculto, de lo que se esconde detrás de lo fingido. No dejes nunca de preguntarte sobre las huellas de tus manos, sobre los pasos que has dado con la valentía de un héroe antiguo. El mundo no está hecho para cobijarse, antes al contrario, todo él es renuncia: renuncia a lo cotidiano, renuncia a las costumbres, renuncia a los mandatos. No dejes que nadie te utilice con otros fines más para alcanzar la plenitud de tu vida. Por eso, sírvete de los misterios de este mundo, piensa que lo que se insinúa, lo que sólo se indica, la punta de un eco encrespado en tus oídos es la música veraz de lo desconocido. Allí te espero, sentado en el pulgar de la vida.
El poema, y lo sabía Tomás, tiene inicio y final eterno.
ResponderEliminarSabía que ibas a acabar así.
Un abrazo.
Entonces el círculo te atrapó igualmente. Salud.
ResponderEliminarNo sólo inicio y final, sino contenido. ¿No está jugándose aquí con los tópicos?
ResponderEliminar"Gracias al otro, con el diálogo se esclarece lo que parecía inerte en la memoria"
ResponderEliminarMucho antes de la memoria es esto.
Octavio Paz también movía elipses, casi círculos, en sus blancos