domingo, 27 de noviembre de 2011


NOS llegó la edición de Un año en el sur (para una educación estética), de Antonio Colinas, publicada en Trieste, en 1985. La edición es una delicia y el olor de sus páginas, ya entintadas de humedad y décadas, aroman la lectura con un regusto arcaico y verdadero. Advierte uno, desde el comienzo, que el libro está escrito del alma, que sus palabras siguen fijadas a la poesía, al pensamiento y al arte verdaderos, que de ellos brotan. Esa circunstancia me congratula, pues confirma uno que el verdadero poeta lo es desde sus comienzos, sin renuncias, sin prebendas.  
Ya había leído unas treinta páginas, cuando no pude resistirme y leer algunas páginas posteriores, espigando por aquí y por allí. En este ejercicio, fui a dar con unas líneas subrayadas, marcadas con mi nombre. Las había escrito M.C, con su caligrafía inigualable.   
Me había dejado señaladas unas palabras que Jano, el protagonista, había señalado en un libro de Novalis: “la poesía es lo real absoluto. El verdadero poeta es omnisciente; es un universo en pequeño. La poesía es la representación del alma, del mundo interior en su totalidad. El sentido poético tiene muchos puntos en común con el sentido místico. Representa l irrepresentable. Ve lo invisible, siente lo invisible. Es, al pie de la letra, sujeto y objeto a la vez, alma y universo. De ahí el carácter infinito, eterno, de un buen poema…”
He leído muchas veces este fragmento del libro, tanto en silencio como en voz alta, este fragmento que conduce a otro libro y a otro poeta que he vuelto a releer. Como un microcosmos que concierta con un macrocosmos, he contemplado la infinitud del conocimiento que revela la poesía desde la finitud y el corto alcance de la palabra naciente que voy sustanciando.
   
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LA poesía pertenece al estadio en que la humanidad se inicia y desvela en otro conocimiento de sí mismo. Es una topografía del ser al que desembocan los que alcanzan el conocimiento y de él se impregnan. Ese conocimiento conduce al poeta (y al lector capaz de comenzar esa cadena iniciática) al encuentro con lo que concilia a la humanidad desde sus orígenes, al estado en que la palabra se trasciende y trasciende la realidad de sus sonidos. 
Ya lo leí en Goethe hace unos días, y así lo he vuelto a leer en los presocráticos, en Platón, en los místicos, en el propio Novalis. Son los fundamentos primitivos los que se convocan en la poesía y el conocimiento, en la poesía que se hace ser y reflexión sobre el ser, la que nos elimina los límites y nos armoniza el uno con el todo.  La poesía es la música de la palabra.