SOMETIDO a la vida, a los estertores de una vida que se
derrama incontrolada, pienso en la pérdida. Debería comenzar ya a vivir, a
sentirme vivido, a decirme en lo vivido y a no dejar que la edad me embauque y
que los aledaños de lo esencial me inciten. Despojarme de lo ajeno e insuflar
el tiempo que me queda con tan solo el amor.
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TRATA uno, en ocasiones, de arrimar
a los otros sus gustos y sus preferencias. Con toda la bondad, quiere uno
compartir lo que considera una vivencia que refresca y mineraliza los pasos diarios
y gastados en la vida. En esos intentos, casi todo son marros, y debe echarse
uno al coleto todo lo que considera importante, trascendental y retirarse con
ello y habitar el silencio.
Como un poeta cancioneril, que se
construye una torre alejada y tan solo se lleva el gesto, en el espíritu, de lo
amado, conviene a estas alturas y antes de una renuncia, ir buscando el atajo,
la fuente de la edad y pronunciarse en ella, si es que tiene uno algo que
aportar.
Toda la vida será incomprendida
por los demás, toda; ni una sola actuación será entendida, mas antes
vilipendiada e ignorada. Todo el fulgor de lo aparente terminará en el reflejo
de la piedra.
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SALVE la luz los tramos del recuerdo, los himnos pronunciados
contra el tiempo
que ha mermado la aurora.