jueves, 3 de noviembre de 2011


SOMETIDO a la vida, a los estertores de una vida que se derrama incontrolada, pienso en la pérdida. Debería comenzar ya a vivir, a sentirme vivido, a decirme en lo vivido y a no dejar que la edad me embauque y que los aledaños de lo esencial me inciten. Despojarme de lo ajeno e insuflar el tiempo que me queda con tan solo el amor. 

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TRATA uno, en ocasiones, de arrimar a los otros sus gustos y sus preferencias. Con toda la bondad, quiere uno compartir lo que considera una vivencia que refresca y mineraliza los pasos diarios y gastados en la vida. En esos intentos, casi todo son marros, y debe echarse uno al coleto todo lo que considera importante, trascendental y retirarse con ello y habitar el silencio.
Como un poeta cancioneril, que se construye una torre alejada y tan solo se lleva el gesto, en el espíritu, de lo amado, conviene a estas alturas y antes de una renuncia, ir buscando el atajo, la fuente de la edad y pronunciarse en ella, si es que tiene uno algo que aportar.
Toda la vida será incomprendida por los demás, toda; ni una sola actuación será entendida, mas antes vilipendiada e ignorada. Todo el fulgor de lo aparente terminará en el reflejo de la piedra.   
  
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SALVE la luz los tramos del recuerdo, los himnos pronunciados contra el tiempo
que ha mermado la aurora.