EL cuaderno, como la
vida. Siempre abierto, siempre
dispuesto, siempre la mente en constante percepción, como una corriente
incesante, como cuando la bora sacude
las calles de Trieste en la Plaza de la Unidad de Italia donde el Adriático es mar
compungido y sueño de fauno; como esa bora
repentina que salta de las montañas al asfalto, como el voltaje de Pound, como
el cuerpo sacudido desde el puente Mirabeau, de Celan, como la vida sentenciada
de Montaigne a las palabras, como el gozne antiguo de los versos nuevos, como
el paso insoslayable del cantar de los pájaros, como un arché que fecunda la soledad
con el agua el aire el fuego la tierra, como el ungüento llameante de rosas
difuntas, como un encabalgamiento sonoro, perpetuo y galopante.