lunes, 21 de noviembre de 2011


EL cuaderno, como la vida.  Siempre abierto, siempre dispuesto, siempre la mente en constante percepción, como una corriente incesante, como cuando la bora sacude las calles de Trieste en la Plaza de la Unidad de Italia donde el Adriático es mar compungido y sueño de fauno; como esa bora repentina que salta de las montañas al asfalto, como el voltaje de Pound, como el cuerpo sacudido desde el puente Mirabeau, de Celan, como la vida sentenciada de Montaigne a las palabras, como el gozne antiguo de los versos nuevos, como el paso insoslayable del cantar de los pájaros, como un arché  que fecunda la soledad con el agua el aire el fuego la tierra, como el ungüento llameante de rosas difuntas, como un encabalgamiento sonoro, perpetuo y galopante.