QUÉ difícil reconocerse en lo escrito y qué difícil reconocerse
alguna vez en lo que fuimos. Ni en la palabra ni en la memoria somos con la
consciencia cotidiana, pues tanto una como otra trasvasan, de un tiempo a otro,
lo que nos sustancia. Son proyecciones, espejismos; somos silogismos puros de pura finitud.
La memoria recoge, con la mecánica del recuerdo, lo que
quisimos ser, porque el presente siempre quiere rectificar al pasado.
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Y la
palabra es ese estado de apariciones, esa confabulación de un yo polivalente. Entre una y otra, como esclusas inevitables,
queremos transitar por los canales reducidos de la existencia.