RECOGE Kemplerer, en Literatura universal y literatura europea,
unas palabras de Goethe a Eckermann que deberían
estar grabadas o esculpidas en cada libro que se precie de querer orbitar por
donde la literatura lo ha hecho siempre: “Cada vez más me doy cuenta de que la
poesía es un bien común de la humanidad, que se
manifiesta en todos los lugares y épocas […]”. Hasta aquí subrayo estas
declaraciones y comienzo a pensar, de continuo, en esos parámetros que han
hecho de cualquier hombre todos los hombres.
Si la poesía sustancia la
existencia de todas las épocas, sucede porque la poesía es connatural a los
sentimientos más puros, primitivos y
perennes del hombre y no a las extravagancias modernas o los accidentes
sucedáneos, que tanto gustan ahora a los que parecen centinelas sin luz. La
poesía será, por tanto, si lo es verdadera, discurso del ser.
Goethe va más
allá y trasciende estas declaraciones que apunta a aspectos generales de la
condición humana. A continuación, dice: “Hoy en día la literatura nacional ya no
quiere decir gran cosa. Ha llegado la época de la literatura universal y cada
cual debe poner algo de su parte para que se acelere su advenimiento”. Estas declaraciones van, como un salmón, a
contracorriente en estas décadas de vacío poético y de escasa pertinencia de lo ético.
Es por ello
por lo que los poetas que se han mantenido en esa órbita, como A.C, o lo que
fueron inexcusablemente hacedores de esa corriente infinita y eterna, como JRJ,
se hacen todavía más grandes, gigantes enormes, entre los que presentan una
obra no ya de límites estrechos y mutilados, sino de ínfima palabra, de
desagravio a la Literatura.