ESTA mañana han
llegado varios sobres con libros. El cartero me ha preguntado, por primera vez,
si en esta casa tenemos una notaría o una oficina o un negocio no declarado. Lo
ha dicho con sorna, como librándose de una pregunta que, seguramente, quería
hacernos desde hace semanas. Ante sus cuestiones, le dije que aquí se decide,
en secreto, buena parte del futuro de una gran “empresa” y que me envían esos
paquetes, a escondidas, semanalmente, para que yo diga sí o no, únicamente, sí
o no. Él entiende con rapidez que le sigo en el tono irónico con el que me
acababa de abordar. Sin embargo, siempre que acontecen situaciones de este
pelaje, recuerdo el pasaje de Vila-Matas en el taxi y, con ese recuerdo, todo
se impregna de una voluntariosa gratitud que me es muy satisfactoria, de un aire cervantino.
En el sobre venía la
edición facsímil del Lazarillo de Tormes,
editado en Medina del Campo, en 1554. Editado en pasta dura,- muy parecida a la
edición facsímil de la obra de San Juan de la Cruz-, supone un festín para todo
el que ame, valga la redundancia, la Filología. Imaginar ese libro emparedado
junto a otros volúmenes prohibidos en la época y encontrarlo en 1992, de forma
azarosa, suman adversidades y fortunas al imaginario colectivo que acompaña a la
obra desde su aparición. Así que, ¿cómo podía haberle manifestado al
cartero lo del Lazarillo?
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CONCLUÍ, anoche, las
páginas de Cúpulas y capiteles (La
isla de Siltolá, 2011), de mi querido José María Jurado. Con JMJ tengo todavía
conversaciones pendientes, pues siempre que hemos coincidido en una mesa, se
han truncado todos los intentos por dialogar en plenitud, siempre hemos hablado en anacrusis. Así que, puedo
afirmar, sin miedo a equívocos, que nuestras conversaciones se alimentan de
elipsis, como muchos de sus versos, por cierto.
Gracias a estas elípticas conversaciones, he leído el
libro desposeído de cualquier referente previo y de cualquier compromiso de
amistad. A pesar de no
compartir algunas proclamas de su “Prologuillo” y algunos asertos en referencia
a las bitácoras, huelga decir que siempre que uno lee los textos de este autor, tiene
por seguro que la literatura está y es presente.
La palabra de estas cúpulas, -enredadas por los sones de la música, el arte, la Historia palpitantes-, se edifica como potente construcción, vasta, imperiosa, ensoñada. Me han agradado sobremanera “Divagaciones” y “Las mil y una noches”, ya que en estos trancos de su prosa, he hallado la solemnidad de lo perpetuo desde la gracia humilde de la persona. Resuenan, por tanto, los sones de su palabra en el auspicio de la piedra en la cúpula y el capitel de la memoria.
La palabra de estas cúpulas, -enredadas por los sones de la música, el arte, la Historia palpitantes-, se edifica como potente construcción, vasta, imperiosa, ensoñada. Me han agradado sobremanera “Divagaciones” y “Las mil y una noches”, ya que en estos trancos de su prosa, he hallado la solemnidad de lo perpetuo desde la gracia humilde de la persona. Resuenan, por tanto, los sones de su palabra en el auspicio de la piedra en la cúpula y el capitel de la memoria.
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...en El mal de Montano, Vila-Matas puso en
boca de su yo narrativo la siguiente afirmación: “Me pregunto también por qué
debo pedir disculpas por ser tan literario si a fin de cuentas es lo único que
podría llegar a salvar el espíritu en una época tan deplorable como la nuestra.
Mi vida debería ser, ya de una vez por todas, total y únicamente literaria”.
Tengo muy presentes
estas líneas siempre que me encuentro en una situación como la reseñada, en la
que debe uno dar explicaciones falsas, derivadas, eufemísticas de lo literario.
Incluso, si presiento que no es suficiente, comienzo a decir para mis adentros lo
que el mismo autor asevera páginas después: “Perderlo todo menos la soledad”.
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