martes, 15 de noviembre de 2011

X


ESTA mañana han llegado varios sobres con libros. El cartero me ha preguntado, por primera vez, si en esta casa tenemos una notaría o una oficina o un negocio no declarado. Lo ha dicho con sorna, como librándose de una pregunta que, seguramente, quería hacernos desde hace semanas. Ante sus cuestiones, le dije que aquí se decide, en secreto, buena parte del futuro de una gran “empresa” y que me envían esos paquetes, a escondidas, semanalmente, para que yo diga sí o no, únicamente, sí o no. Él entiende con rapidez que le sigo en el tono irónico con el que me acababa de abordar. Sin embargo, siempre que acontecen situaciones de este pelaje, recuerdo el pasaje de Vila-Matas en el taxi y, con ese recuerdo, todo se impregna de una voluntariosa gratitud que me es muy satisfactoria, de un aire cervantino.
En el sobre venía la edición facsímil del Lazarillo de Tormes, editado en Medina del Campo, en 1554. Editado en pasta dura,- muy parecida a la edición facsímil de la obra de San Juan de la Cruz-, supone un festín para todo el que ame, valga la redundancia, la Filología. Imaginar ese libro emparedado junto a otros volúmenes prohibidos en la época y encontrarlo en 1992, de forma azarosa, suman adversidades y fortunas al imaginario colectivo que acompaña a la obra desde su aparición. Así que, ¿cómo podía haberle manifestado al cartero lo del Lazarillo?
***
CONCLUÍ, anoche, las páginas de Cúpulas y capiteles (La isla de Siltolá, 2011), de mi querido José María Jurado. Con JMJ tengo todavía conversaciones pendientes, pues siempre que hemos coincidido en una mesa, se han truncado todos los intentos por dialogar en plenitud, siempre hemos hablado en anacrusis. Así que, puedo afirmar, sin miedo a equívocos, que nuestras conversaciones se alimentan de elipsis, como muchos de sus versos, por cierto.   
Gracias a estas elípticas conversaciones, he leído el libro desposeído de cualquier referente previo y de cualquier compromiso de amistad.  A pesar de no compartir algunas proclamas de su “Prologuillo” y algunos asertos en referencia a las bitácoras, huelga decir que siempre que uno lee los textos de este autor, tiene por seguro que la literatura está y es presente. 
La palabra de estas cúpulas, -enredadas por los sones de la música, el arte, la Historia palpitantes-, se edifica como potente construcción, vasta, imperiosa, ensoñada. Me han agradado sobremanera “Divagaciones” y “Las mil y una noches”, ya que en estos trancos de su prosa, he hallado la solemnidad de lo perpetuo desde la gracia humilde de la persona. Resuenan, por tanto, los sones de su palabra en el auspicio de la piedra en la cúpula y el capitel de la memoria.  
***
...en El mal de Montano, Vila-Matas puso en boca de su yo narrativo la siguiente afirmación: “Me pregunto también por qué debo pedir disculpas por ser tan literario si a fin de cuentas es lo único que podría llegar a salvar el espíritu en una época tan deplorable como la nuestra. Mi vida debería ser, ya de una vez por todas, total y únicamente literaria”.
Tengo muy presentes estas líneas siempre que me encuentro en una situación como la reseñada, en la que debe uno dar explicaciones falsas, derivadas, eufemísticas de lo literario. Incluso, si presiento que no es suficiente, comienzo a decir para mis adentros lo que el mismo autor asevera páginas después: “Perderlo todo menos la soledad”.
***
NO he escrito lo suficiente sobre John Cheever, concretamente, sobre sus Diarios, sobre todo lo que el autor escribe acerca de lo que él considera  los peligros naturales de la vida.