lunes, 14 de noviembre de 2011

LEO algunos pasajes de Las ninfas de Fiésole, de Boccaccio. Parece que Boccaccio poseía una finca por Fiésole y que desde allí proyectó y escribió estos versos que ahora, siglos después, evocan en mi memoria no pocos recuerdos emotivos.
Cualquiera que haya andado por aquellos parajes tendrá en el recuerdo la estampa inigualable de Florencia desde aquellas lomas. Desde allí, la ciudad toscana se muestra distinta, con un perfil de luces y de auroras. La exploré, por vez primera, gracias al poeta y profesor Jaime Galbarro quien, con su zancada de fauno, hizo de guía y de magnífico conversador. Por entre las piedras, las rocas, los lugares en que Leonardo había experimentado con sus inventos, desde los montículos que recuerdan los polvorines de antaño y, sobre todo, desde la paz lírica y vetusta de aquellas tierras, pudimos pasear en la tarde como si un canto de ninfa estuviera acompañándonos. Pudiera decirse que la tarde fue toda Ninfale del Fiésole, aunque recordé emocionado, los pasajes en que Dante hace referencia, igualmente, a esas tierras italianas. Dante, Boccaccio y las higueras asomadas en su cuerpo por los caminos y azotadas por de dentro por el ferragosto.   
Lo he recordado muchas veces, tanto que, en algunos de los nuevos poemas, no he podido más que escribir sobre y con este asunto. Los orígenes mitológicos e inventados de Ménsola, de Fiésole, de la estirpe toscana y de la fundición de aquella región tan prodigiosa. En esos pasos que ya pertenecen a la memoria y que han perdido la exactitud de su huella en la tierra, todavía reconozco el gozo de la literatura. Porque las ciudades y las gentes, los cielos y los páramos, los desiertos y los árboles, todo, la realidad toda aprehendida, cuando se concibe por el cedazo de la literatura, del arte, es siempre, y siempre será haber sido.