LEO algunos pasajes de Las ninfas de Fiésole, de Boccaccio.
Parece que Boccaccio poseía una finca por Fiésole y que desde allí proyectó y escribió
estos versos que ahora, siglos después, evocan en mi memoria no pocos recuerdos
emotivos.
Cualquiera que haya
andado por aquellos parajes tendrá en el recuerdo la estampa inigualable de
Florencia desde aquellas lomas. Desde allí, la ciudad toscana se muestra
distinta, con un perfil de luces y de auroras. La exploré, por vez primera,
gracias al poeta y profesor Jaime Galbarro quien, con su zancada de fauno, hizo
de guía y de magnífico conversador. Por entre las piedras, las rocas, los
lugares en que Leonardo había experimentado con sus inventos, desde los montículos
que recuerdan los polvorines de antaño y, sobre todo, desde la paz lírica y
vetusta de aquellas tierras, pudimos pasear en la tarde como si un canto de
ninfa estuviera acompañándonos. Pudiera decirse que la tarde fue toda Ninfale del Fiésole, aunque recordé
emocionado, los pasajes en que Dante hace referencia, igualmente, a esas
tierras italianas. Dante, Boccaccio y las higueras asomadas en su cuerpo por
los caminos y azotadas por de dentro por el ferragosto.
Lo he recordado muchas
veces, tanto que, en algunos de los nuevos poemas, no he podido más que
escribir sobre y con este asunto. Los orígenes mitológicos e inventados de Ménsola,
de Fiésole, de la estirpe toscana y de la fundición de aquella región tan
prodigiosa. En esos pasos que ya pertenecen a la memoria y que han perdido la
exactitud de su huella en la tierra, todavía reconozco el gozo de la
literatura. Porque las ciudades y las gentes, los cielos y los páramos, los
desiertos y los árboles, todo, la realidad toda aprehendida, cuando se concibe
por el cedazo de la literatura, del arte, es siempre, y siempre será haber
sido.