LEO, con detenimiento, El sentido primero de la palabra poética, de Antonio Colinas. Mucho
Colinas, mucho.
Lo hago conmovido
porque, en pocos autores, la palabra y el ser, el pensamiento y la poesía van
convocándose en un estado de gracia sublime, en un desvelo que trasciende la
realidad nombrada. Una palabra detrás de otra, una oración que completa a la
siguiente, armado todo en un resorte semántico impecable, bello, armonioso.
Decía Ortega y
Gasset que el principio de la filosofía debía ser la claridad. Y ese requisito
se resuelve en las páginas, creativas y ensayísticas, de Colinas. Una claridad
que no es simple, sino armoniosa, una claridad que no es vacua, sino compleja.
El uno es un todo y el todo al que aspira un informe.
Hay una claridad tan
meridiana, tan certeramente silabeada que, ante la música y el ritmo de su
palabra y de su pensamiento, se queda uno aturdido y bellamente asediado por el río puro del sentir poético.
La palabra de Colinas nos concilia con la vida y
es justo volver a ella para remojarse en sus aguas calmas, en esa dimensión a
la que ni siquiera algunos llegarán a reflejarse.