jueves, 11 de abril de 2019

Hay pensamientos colectivos pero no una poesía colectiva.

AGARRO el libro de Paul Valéry que tengo en el despacho de trabajo, en Lebrija. Es mediodía y descanso mientras espero que comencemos la jornada estival. He escogido el volumen de Valéry y de Hesse para escribir la lectura, para comenzar el ejercicio que me insufla vida y libertad en medio de tanta paradoja y socarronería de la vida. 
Hoy la tarde es clara, diáfana en su cielo por el leve poniente que la sacude. Me asomo al ventanal y observo las nubes pintiparadas, la silueta del blanco sobre el fondo palpitante y nítido. Todos mis sentidos advierten la presencia salina de las marismas. Entre tanto, pienso y reescribo: 

"Hay pensamientos y sermones colectivos, pero no hay una poesía colectiva", escribe Hesse en Lecturas para minutos.

Al poco de la lectura de Hesse abro el volumen de Valéry, los Cuadernos

"La literatura no es el instrumento ni de un pensamiento completo ni de un pensamiento organizado". 

Y en esto pongo mis pensamientos más templados, en la disputa actual que existe entre lo que se proyecta a la sociedad que es literatura y lo que uno opina y vive de la literatura. 

Puede que este territorio de posturas enfrentadas no sea más que la característica propia de este tiempo.  El individuo desustanciado, sin principios establecidos en su cultivo interior, en función de unas lecturas, una experiencia cultural, sino de las eventuales opiniones. El imperio de la doxa, podríamos afirmar, que tenemos en la escena de la sociedad actual.  

Y todo es, en definitiva, afán de pureza. Por este motivo, leo lírica española de tipo popular: 

"Recordad, mis ojuelos verdes
que a la mañana dormiredes" 

Sea cual su naturaleza, la esencia del poema está cercana a lo que describía Valéry: 

"El poema, esa vacilación prolongada entre el sonido y el sentido". 

Entre uno y otro el individuo que la edifica, la hacina, la socava con la palabra y el magma de la vida.  

miércoles, 10 de abril de 2019

La superioridad del acaso y la inmortal claridad.

TENGO para mí que la obra literaria de un autor debe mantener un recorrido de pura cadencia. Qiere decir esto que sumar obras, libros que procedan más del afán personal que de la imperante naturaleza literaria no es más que intervenir en la literatura con parámetros y actuaciones de la condición humana. Un libro es el espíritu de un individuo que hace arqueología de la naturaleza humana en público, a la luz, con la incandescente llama de la palabra. Cuando sucede al contrario, el libro es un artefacto ridículo y soez. Y ahora, en este tiempo, resulta que cualquiera puede construirse una obra literaria. Paradojas de este tiempo. 

DE Diligencias de Trapiello tan solo puedo decir que no soporta el diapasón y la candidez literaria de Troppo vero o La manía, por ejemplo. Las primeras cien páginas de Diligencias bien vale para echarlas al chamarilero más cercano para venderlas de estraperlo o de cajetín. Esperemos que remonten las páginas venideras y no nos lleven a la desesperación y el abandono. 

H. HESSE, en El juego de los abalorios, determina que la actitud humana cuya expresión es la música clásica [...] aspira a una misma condición de superioridad del acaso". 

Y transcurre el día, tras capítulos de alcoba, observación de la condición humana escuchando a Beethoven en sus Sonatas para piano con las que trato de hallar el solsticio y la templanza para sentir el aire cándido y terapéutico de la vida en sí.