domingo, 29 de mayo de 2016

Con Francisco de Quevedo,Heráclito en la tarde, poema en costuras.

VOLVER, como nací, quiero a la tierra
con los ojos cubiertos, los clarines
anunciando mi voz como una guerra
con el sueño torcaz del alma libre.

Con el sueño incesante de mortajas
que el latido sentir da en melodía
en música silente, en luz dorada,
son la sangre, los cuerpos en la vida.  


Todas las horas que en el mundo vivo,
-cenizas incendidas de lo oculto-,
fueron y pasaron y son y hubieran sido
nuestra figura cierta y [...]



sábado, 28 de mayo de 2016

LEO a Heidegger y vuelco al bosque: "Todo lenguaje poético, es en el fondo un pensar. La esencia poética del pensar guarda el reino de la verdad del ser...".
Con este aserto comienzo el día, en el itinerario cada vez más transparente de la vida pero tanto más polifónico y misterioso.

jueves, 26 de mayo de 2016

La ignota música

DERRAMADO en el campo el amarillo
del sol en cada tronco giratorio
y el rubio trigo seco y despojado
del trino poderoso de su fruto,
el campo es la estación y melodía,
oculta y circular a nuestros ojos,
a donde iremos como luz y polvo
cegados ya de vida, pero abiertos
hacia la ignota música que suena.
[...]

martes, 24 de mayo de 2016

Paso y tierra de Poe en Ovidio.

RELEÍA  a Poe, "La carta robada". Más allá del prodigio técnico y de sentido que impuso Poe con este relato, considero que el relato es una metáfora completa de las relaciones humanas. Al releerlo, puede uno atisbar que, en ocasiones, lo más trascendental y necesario está tan cerca, es tan evidente que no lo vemos; más aún, no logramos apreciarlo o, lo que decimos en este diario, contemplarlo. Porque contemplar es derretir la consciencia sobre el objeto y, con ello, ser el objeto mismo. 
El relato de Poe enseña que en ocasiones las trenzas de la realidad no se corresponden con la música oculta del azar, sino más bien con la claridad de lo verdadero, de la transparencia. 
Esto es así quizás porque el mundo actual ha ido minando a los individuos de prejuicios maliciosos, de relaciones casi siempre que terminan entumecidas por la necedad de los que intervienen. No quisiera que me ocurriera esto mismo con mi hija, ni con M.C. que la carta, la realidad de búsqueda que nos une, nos hiciera desvincularnos porque no logramos "ver", "vislumbrar", contemplar lo que tenemos por delante. Y vendrán momentos de ceguera profunda y vendrán las horas de sombras y las sombras practicando su presencia. 
Y, sin saber por qué, el relato de Poe me conduce al pasaje en que Ovidio, con cincuenta y dos años, se dirige a Tomos, una ciudad costera del Ponto. Lo imagino siempre tomando cada pisada en la tierra como el último discurso salvífico; realizando un memorándum de cada uno de los pasajes que lo había llevado a la "deportatio", un castigo, en efecto, demasiado severo en ese tiempo. Pasos que eran ritmo, ritmo que transformaban la realidad a poesía: Quidquid tentabam dicere, versus erat. 
Fabia había sido la mujer que realmente lo había trastocado, la mujer en la que podía volcar la suerte de anhelos que engendraban el destierro. Fabia, como hija y mujer y madre, útero vespertino con el que ensoñar el regreso. 

La carta robada de Poe en las manos de Ovidio, ¿se imaginan? La misma circunstancia que le sucedió al poeta, al orador que era capaz de levantar las almas, que provocara la ira y el desconsuelo entre sus conciudadanos tan solo con las palabras, tan solo con el arte de nombrar el mundo. La carta robada es el fuego de Prometeo, el hilo de Ariadna, el ángel de Rilke, la rosa de J.R.J. el infinito de Leopardi, la certidumbre digna y moral que debe levantarnos a cada paso, a cada visión sobre lo que aparentemente somos.     


                                                                                         

lunes, 23 de mayo de 2016

Diálogo con un poeta y lector.

ME ESCRIBO con pocos, con muy pocos. Tan solo con aquellos que nutren. De los mismos, como mi querido Alberto Manguel, la mayoría a mano. Esas postales, escritas con letra menuda, casi serpenteando en el papel,  desde Poitou-Charentes las guardo como pequeños trofeos. 
Los epistolarios han dejado de existir y dentro de unos años será una reminiscencia de la escritura a mano inter pares
Sin embargo, hoy me ha escrito el poeta David Rey Fernández con el que, desde el principio, comencé, igualmente a aprender. Me han emocionado sus palabras, me reconducen, me recogen del desasosiego eventualmente. He aquí unas palabras inspiradas del autor como lector de privilegio. El lector como maestro: 

[...] qué puede decirse de la luz, uno se recrea en ella, la contempla, escucha sus cantos y se alumbra, así sucede con tu obra, tanto ensayística como poética, siendo la ensayística también poética, en el sentido amplio de lo poético que tan acertadamente expones. Haría falta un ensayo para abordar todo lo que tú señalas, defiendes y llevas a cabo, y aun así algo se quedaría en el aire, algo latiendo y cantando; haría falta un poema, dos poemas, tres poemas..., necesitaría recurrir a la poesía y he ahí la muestra de que tú has llegado a lo poético, has llegado a lo hondo, porque siento que tal vez sólo desde la poesía pueda abordar plenamente con el lenguaje lo poético; me vienen a la memoria ahora las palabras de Steiner a las que tú haces referencia en tu magistral, porque de otro modo no puede calificarse, introducción del "Ars vivendi": "[...] la mejor crítica literaria son las obras literarias".

Buscando la verdad profunda de las cosas, viajando hacia la luz, llegaste hasta el umbral de piedra y desde allí hablas, y con qué lucidez, con qué claridad nacida de lo esencial del hombre, con qué amor por la literatura, y con un dolor también, con "un dolor por lo bello". Desde allí hablas, en una conversación con la Literatura, con "el lugar de las apariciones del ser permanente", en una conversación con el lenguaje y con tu silencio, como Parménides con la diosa, aspirando siempre a llegar y a mostrar lo que de grande hay en nosotros e intuimos, porque si no, ¿para qué el arte?, si no es para aspirar a lo bello y abismal del hombre, a lo que canta, a aquello de lo que nacen las canciones, los ritmos, la armonía que llena de puertas el idioma.
Podría estar conversando contigo durante horas, señalándote lo acertado de esta o de aquella frase, de este o de aquel verso; señalándote la belleza, el sentido del ritmo que hay en este o en aquel poema, la sabia estructura de tu "Umbral de piedra"... y aun así sentiría que siempre me quedaría algo por decirte, y qué sentido tendría, por otra parte, el señalarte nada, pues nadie escribe algo bueno sin saber en el fondo lo que está haciendo, sin saber lo que hace y quién es. Tú dialogas con lo esencial, con lo que no está de más, con lo que merece la pena ser contado, tú te dices a ti mismo, tú hablas de lo que se yergue desde lo íntimo y misterioso, de la raíz que nos sostiene, de lo que somos más allá de lo aparente y que, sin embargo, no vemos más que a ratos, en momentos de deslumbramiento, de destello, en momentos de gajos de luz, de luz que cae sobre nosotros trizada, que nos alumbra y que en cuanto nos alumbra e intentamos aprehenderla se nos quiebra, se nos rompe, nos estalla en los ojos, en las manos, en el habla... Por eso me callo ya, y me detengo en el camino desde el que te escribo, a contemplar la tarde, aplicando así tu sabio consejo: "Si callamos ante la silente eternidad, habremos conocido lo suficiente".

sábado, 21 de mayo de 2016

El poeta armónico y disarmónico.

EL CAPÍTULO se revuelve en la memoria una y otra vez: el pianista, erguido como un árbol allí apostado, deslizando las manos con la suavidad del jazmín, ocupando lentamente el espacio etéreo, comienza a palpitar con sus dedos en la música misma. Sístole y diástole de su propio cuerpo, suena Chopin en un piano tocado por Zimmerman. 
Al comienzo de la música los objetos, la realidad toda, deja de poseer su propia esencia para ser otra cosa. En ese ejercicio de transformación y permanencia, que tiene uno como fundamento de la creación artística, el propio escuchante (lector) participa de la metamorfosis. Recuerdo una afirmación de Stravinsky que ronda siempre muy presente en mis reflexiones sobre el arte y la vida: "El problema con respecto a la apreciación de la música reside en que las personas que enseñan música les hacen tener demasiado respeto por ella, cuando deberían enseñar a amarla".

Todo poeta que no concibe el Amor es un poeta disarmónico. Amor en término platónicos, con eso es suficiente y basta. Todo poeta que no posee esa condición para el encuentro con la realidad, en todas sus dimensiones, crea obras disarmónicas, que persiguen la desfiguración, que tratan de derruir la armonía, que desesperan ante su imposibilidad de creación. 

En efecto, la fuerza motriz para el creador artístico y el receptor sensible es el Amor. Platón no solo descifró los parámetros y los límites de la condición humana sino de su propia fuerza motriz para la comunicación y la expresión. El arte viene a decirnos desde lo profundo qué somos, qué venimos siendo y ese pálpito se principia en el Amor. La fuerza teleológica de Aristóteles, la tierra abonada de las religiones, el panteísmo que hilvana cada sección, cada movimiento, cada palabra que trenzamos alrededor de la realidad. 

Por todo ello, llega un punto de encuentro con la consciencia permanente, una encrucijada en que determinamos qué deseamos ser a pesar de los impedimentos y los caprichos y las vanidades y la envidia imperante, qué dignidad nos sostiene aunque no sea visible para todos, qué verdad nos inunda y nos afirma ante el mundo como un individuo, al menos, verdadero, coherente y perseguidor, nada más y nada menos, que del Amor. Ese principio unánime en la creación artística, la que desboca la armonía limpia, me lleva, una vez más a tomar prestadas las palabras de Stravinsky: "Me he vuelto un revolucionario a pesar de mi mismo".


viernes, 20 de mayo de 2016

EMBELESADO con la lectura de Tractatus Secundus de Naturare Simia de Robert Fludd. Oscuridad y luz, dualidad, proporciones. Una naturaleza formal es incapaz de cualquier cosa sin la otra, por tanto, la realidad es siempre armonía polifónica.

No dejo de recordar que Apolo mejoró la lira que le regaló Hermes hasta llevarla a las siete cuerdas.

lunes, 16 de mayo de 2016

De la realidad en poesía o del armonioso meditar del mundo en la poesía.

TODO lo que se nombra en poesía es real. Por este motivo, no tiene sentido poético afirmar que existe una poesía realista. Antes al contrario, es una evidencia, un pleonasmo, una redundancia conceptual. 
A partir de este punto, tendríamos que dirimir qué entiende el poeta por realidad, qué consciencia posee de la misma. En este caso entran en liza elementos filosóficos, existenciales, culturales. Depende la concepción de la realidad que se posea, el poeta deseará que su edificación poética responda a la misma con recursos estéticos. Así, la monodia hiperreal imperante, -de la que entiende que en una lavadora, en un detergente, en un sofá, en un cigarrillo  o un café o en nombrar un correo electrónico hay poesía. ¿Y Platón? ¿y Virgilio? ?Y Horacio? ¿Y Rilke? ¿Y...?

Así las cosas, existe una relación interna entre la realidad y la poesía que sucede gracias al poeta, a la polifonía visual del poeta. Son, en esas obras, en las que mejor suena el armonioso meditar del mundo en la palabra. 

jueves, 12 de mayo de 2016

Sexo airado en poesía.

AL CABO DE LOS AÑOS: la armonía, la unidad, el sentido primero de la palabra poética. Como en el mundo antiguo, iter vitae. El poeta es el que entrega su vida a la poesía. Su vida no vivida, sus días en el tránsito del tiempo y el espacio en poesía. Todo lo demás, es virgo del poema, sexo airado, cuerpos blancos ya pronto envejecidos. El poeta no debería afirmar una cosa y hacer otra, ética y estética, pues su palabra volandera no es la palabra en el tiempo. De ahí las graves y continuas contradicciones de los poetas del momento. 

Una vida en la búsqueda del sentido primero no puede ser más que silenciosa y humilde, recoleta estación que siempre duda, que continuamente establece el límite de su condición con la anchura de su desconocimiento. En ese encuentro, surge el verbo nutricio, impregnado de polifonías que la palabra ordinaria no posee, pues su fin en la comunicación. la palabra poética no es solo comunicación, es revelación, aletheía, descubrimiento, desvelo, muestra, transmisión de la condición humana. 

domingo, 8 de mayo de 2016

El proceder de la belleza en la palabra poética.

HAY POETAS que presentan en sus poemas buenas ideas, propuestas brillantes que, sin embargo,  no terminan de encontrar su forma más perfecta de expresión. Otros, hacen de la forma la idea: he ahí la excelencia. De estos últimos, J.R.J. es el ejemplo supremo y su obra es, además, testigo de esa continua transición de lo pensado a lo escrito, escrito en forma poética, en el razonamiento, como decía María Zambrano, luminoso. 
Caballero Bonald pertenece a los primeros: lee uno un verso, un enunciado en Desaprendizajes y pareciera que iba a comenzar un poema que preconiza una idea bella, pero todo se termina al instante, en el silabeo siguiente. Eso no es desmerecer una creación, considerarla de menor calado, también es virtud, en los poetas, sugerir y dejar el vaticinio en la mente del lector. Sin embargo, termina uno siempre con la sospecha de que el poeta hubiera tenido que callar o que saber callar cuando hubiera tenido la consciencia de esta falla entre pensamiento y palabra. Lee uno en un poema de este calado, "Todas las bellezas", lo siguiente: "Todas las bellezas posibles están implícitas en la suya". 

Es un verso que si lo insertáramos en un poema de Borges o del Coleridge pasaría inadvertido, por implícito. El posesivo marca todo lo que ha ido definiendo y describiendo, pero intuyo que si el poeta hubiera seleccionado la prosa como medio expresión, este texto no quedaría en mero tanteo, sino en procedimiento de eso mismo que nombra el título, el proceder de la belleza en la palabra poética.

Luego están los que no manifiestan ni siquiera una idea prístina en el poema, un pensamiento que el lector pueda llegar a presentir, a intuir. Esos poetas son los que triunfaron hace unas décadas y siguen anquilosados en el sentir popular y político de la poesía.Los que ocupan los premios, los que asaltaron la faz pública de la poesía. 

 ***

Las citas literarias me fascinan, no hay proceder en la creación más poderoso que el de la cita, la intertextualidad. Pudiera parecer que Cervantes fue el ingenio de esta creación que se apodera de otros libros, de las palabras de otros, para construir la suya propia. No es el caso, el trabajo viene de antiguo, pero siempre un proceder honrado, marcando los nombres sea cual sea la fama de estos. 
Tomar las palabras de otros pero marcándolas, diciendo quién las escribió, no con el trampeo moderno de coger las razones de otros y hacer un texto que parezca mío. Eso no es literatura, eso es ser un escritor contemporáneo sin escrúpulos. 
Así, cuando cito en este diario, lo hago desde el comienzo, rindo tributo explícito a los autores que me han nutrido, es más, las líneas exactas que me han llevado a poder escribir tal o cual cosa. Esa es la música del Trópico, la de las voces plurales que se convocan para hacerlas sonar juntas en una nueva realidad literaria. 
Eso es humildad y es fraternidad en la literatura, lo demás es vanagloria y ego, coger de los demás sin decir quién es porque en el mundo literario actual ese nombre no consta. Si lo estás leyendo, lo sabes.

El lector es esa figura que hilvana las lecturas de distintas épocas en una misma estación: de Virgilio el lector puede trazar enlaces con Herman Broch,de Dante puede uno tiznar sus páginas hasta Borges. 
Esa lectio antigua es el legado que los lectores pueden establecer para los hombres de las distintas épocas, la clarividencia en las turbias aguas del presente de las corrientes aguas, puras, cristalinas del pasado. 

jueves, 5 de mayo de 2016

COMIENZA a sonar Vivaldi, el concierto para dos violines del pelirrojo de Venecia: toda la realidad comienza a ser de otra forma. Los objetos, la luz, las figuras, los sonidos del mundo, la materia íntima que nos hace y que apenas conocemos. Ser conscientes de que existe un tiempo que no es el nuestro. 
Es la música una fuerza terapéutica y transformadora, blanca estación para el itinerario de la vida. La música se conoce, como la poesía, se hace forma en creaciones concretas, pero no termina ahí, no es sola esa su existencia. 

San Agustín define este proceso con una lucidez asombrosa. Puede uno leer, en el Libro IV de Confesiones, -cuando el santo se dedica a tratar de definir lo bello y lo armonioso-, lo siguiente: "Yo apartaba mi mente palpitante de la realidad incorpórea hacia contornos, y hacia colores, y hacia abultadas dimensiones. Y porque no podía ver eso en mi espíritu, pensaba que no podía ver el espíritu". 

He aquí la gran lucha del poeta: el mundo en su mundo, la naturaleza en su naturaleza. Sí, es el problema mismo de la condición humana, la que ya marcaron Platón y Aristóteles; claro está que cuando el poeta escribe lo hace sobre la condición humana, que cuando los textos permanecen más allá de su tiempo sucede así porque logran deshacerse de su tiempo para entrar en el tiempo.  
Parece que el mundo contemporáneo no acierta a dirimir en estas cuestiones, los poetas son más de su tiempo que nunca, se vanaglorian de ello apenas con vanos argumentos, se dedican a ser de su tiempo porque se regocijan en sí mismos, son ególatras, necesitan ser elogiados continuamente. Y lo mezclan todo para decir nada, nunca hubo un discurso poético tan vacuo como el de ahora. 

Por todo esto me maravillo y fascino cuando escucho el eco de este itinerario continuo del ser, desde la antigüedad, y leo en T.S. Eliot en Four quartets: "Ser consciente es no estar en el tiempo". 


P.D. ¿Copiarás esto, lo publicarás y dirás que es tuyo? 

lunes, 2 de mayo de 2016

El deleite inolvidable de la palabra poética.

CUANDO GEORGE STEINER distingue entre "ingestión" y "consumo" en el mundo de la literatura, lo hace con una claridad asombrosa. Dirime entre los que consumen, sin más, los "productos literarios", es decir, entre los escritores y lectores que toman la literatura como un objeto contemporáneo llamado a la moda o al momento y entre los que, como decía Ben Jonson, "ingestionan" la literatura. En este último proceso, el escritor, como lector, vive lo leído de tal forma que su memoria es la memoria de sus lecturas.  
La creencia griega arcaica  consideraba la memoria como la madre de la Musas, esto es, del principio de creación. No defendían los antiguos que la creación surgiera ex nihilo, antes al contrario, procedía de la conjunción y la armonización de la memoria. Para que esta fuera fructífera y sementera de textos literarios debía poseer el escritor un mundo de lecturas plural y verdadero. 

Dice Steiner, y uno cree en ello a ciegas, que las mejores lecturas del arte son arte. En esas, podríamos decir, revitalizadas realidades, contestaciones a la verdad estética encerrada por otro artista,  se continúa con el acto de comunicación esencial: por ello es indudable la obra artística que posee esa verdad, que la sigue transmitiendo. 

Existe en la literatura un mundo parasitario que se nutre de las lecturas vivamente, en carne viva. Me fascinan esos escritores convertidos en lectores sin ambages: Cervantes, Dante, Borges, por ejemplo, tres casos de escritores-lectores que muestran sus lecturas en sus obras para revertirlas, recrearlas, revivirlas estéticamente. 

El texto se convierte en una caja de resonancias para el lector, en un instrumento sonoro, en una bóveda en que se prodigan las presencias reales del lector.  Leo, por ejemplo, ahora  un poema de Quevedo, "El reloj de arena", del que selecciono los versos finales: 

[...]
Bien sé que soy aliento fugitivo; 
ya sé, ya temo, ya también espero 
que he de ser polvo, como tú, si muero; 
y que soy vidrio, como tú, si vivo.

"Aliento", "polvo", "vidrio" y un pronombre "tú" que funcionan como sustantivos de los cuatro versos más la elipsis del "yo lírico" que enuncia la realidad poética; un mundo de significados en progresión semántica: idea, sinécdoque, metáfora...transposición del sujeto lírico que transforman al lector en su vivencia.   "Soy", "sé", "temo", "espero", "he de ser", "muero", "vivo", verbos que ofrecen las mismas relaciones que cualquier hombre del Barrcoo comprende: la paradoja de la vivía, las contrapuestas certezas, lo especular, el conocimiento y el estado en la vida, el principio y el fin. Así un único adjetivo para, un moralizador de la realidad que funciona a modo de sinécdoque de la realidad toda: "fugitivo". Todo, vida y muerte, conocimiento o estado es, en el hombre, fugitivo. Y, claro está, el apoyo en los adverbios para imprimir en el significado global de los versos la presencia estética del reloj, del tiempo: "ya". Ningún otro adverbio advierte de lo fugitivo como el seleccionado por Quevedo. Todo ello con la construcción sintáctica fundamentada en el paralelismo de verbos que exigen una complementación exigida para que la palabra dicte significado: "Bien lo sé", el resto de versos vienen a configurar el significado de ese pronombre. "bien sé, ya sé, ya temo, ya también y que...". 
De todas estas palabras que selecciono y que anoto en mi cuaderno amarillo, se proyecta la figura de un lector que memoriza, que ingestiona y que responde escribiendo, reviviendo, sin querer nada más que seguir con el deleite inolvidable de la palabra poética, nada más que prolongar el aliento fugitivo de la arena poética. 





domingo, 1 de mayo de 2016

El reflejo inquietante de la verdad pronunciada.

QUEVEDO era un gran lector, un lector virtuoso, amante de la letra envirotada y fulgurante, pero también un embelesado de los buenos libros, del objeto. Se demuestra esto en los prólogos a sus Sueños y Discursos. En "El mundo por de dentro", en el prólogo quiero decir, dirige sus palabras al lector: "cándido o purpúreo, pío o cruel, benigno o sin sarna". Distingue, con el filamento intelectual del Barroco, distintos tipos de lectores porque él mismo conoce la naturaleza propia del lector. 
En este sueño es ya un escritor ascético, que rezuma la literatura vivida de fray Luis, acaso su posicionamiento vital ante el fin de sus días: "Es nuestro deseo siempre peregrino en las cosas de esta vida, y así con vana solicitud anda de unas en otras sin saber hallar patria ni descanso". 

Es conocida la admiración de Quevedo por Séneca, una admiración que nos lleva a leer al propio filósofo en las letras del poeta español. Leemos Epístolas morales a Lucilio de Séneca en la obra de Quevedo pasado por el cedazo de su ingenio, de su retórica actitud ante el tiempo: "¿Tú por ventura sabes lo que vale un día? ¿Has examinado el valor del tiempo?", se pregunta Quevedo en un eco embelesado desde la antigüedad. Fray Luis, Séneca, el verbo de Quevedo, y luego Borges, por ejemplo. Discurso del tiempo, de la literatura. Pero también Erasmo. 
"Cuerdo es el que vive cada día como quien cada día y cada hora puede morir", leemos en el verbo de Quevedo que es ya crisol de palabras antiguas, renovadas en el vaso de su verbo. Esta sentencia bien pudiera leerse en cualquier pasaje de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha  pero la leemos en Quevedo, en un poeta que, cuando escribe en prosa se hace hombre de su tiempo, de un tiempo de transformación y permanencia, de claridad tan descarnada que aún hoy, al leerlo en susurro, provoca el reflejo inquietante de la verdad pronunciada.