jueves, 30 de abril de 2015

TODO debería responder a la naturalidad. En ella reside la bella ejecución de la verdad. La naturalidad, me digo, es armonía y conjunción celeste... pero qué difícil darle curso en la creación literaria. 
Así las cosas, creo que, cuando un autor ha logrado aprehender esta condición, está en la condición de escribir. Una condición que debe trascender la realidad, con Dostoyevski, hasta las profundidades del alma. 

  

miércoles, 29 de abril de 2015

LA INFANCIA resguarda para la memoria el curso de todos lo secretos. Confabulado, tendrás que escuchar la música concorde en ti mismo. Solo tú. Con tus propias manos deberás moldear la estatua inamovible y rígida de tu muerte. 

martes, 28 de abril de 2015

RETOMO los ánimos de la lectura con nuevos bríos. Tras este invierno sometido al trabajo, a los compromisos y demás faenas ineludibles, renuevo el afán de leer. Es la acción de la curiosidad, es la materialización de los deseos individuales, es, con el tiempo, el único y verdadero compromiso de la concordia con la existencia.
Percibo que en la actualidad la lectura ha sufrido un cambio en su concepción. Ahora se valora mucho la cantidad de la lectura: alguien que lee es aquel que lee muchos libros, da igual el formato, el género, la trascendencia de esa lectura.  En ningún caso se valora qué leen los individuos y, muchos menos, si esas lecturas han transformado al  individuo en cuestión. El acto social es leer mucho y cuanto más extraño sea para el resto de lectores el título, el autor o cualesquiera de sus características, más extraordinario se concibe el hecho.

Por otra parte, restan los que leen con sosiego; los que releen las más de las veces y los que dejan pasar el vaporoso tren de lo eventual y de moda. En ese grupo me siento, en ese pelotón informe, casi piélago, en que los lectores aspiran a convertirse en islas, solitarias, con los límites perviviendo donde el agua, donde el mar deja sonar sus ensoñaciones.    

domingo, 26 de abril de 2015

¿CUÁL  es el lugar de la inteligencia en todo esto? Esta pregunta, pronunciada por Job en plena desolación, la he convertido en una prerrogativa personal. Tomar consciencia de uno mismo y del mundo que lo rodea arroja la capacidad de establecer cartografías mentales y temporales en nuestra memoria. En ellas he querido ver lo que no vi; evidenciar lo que nunca antes había sentido. Vivir, si acaso, la vida desnuda.
Como un bostezo contenido, que se originara en el centro del estómago y todo lo detuviera, la respiración y la pausa lo toman todo. Se acompasa el mundo a la lentitud de la respiración y a la apertura hacia lo incierto, como deseaba Hölderlin.  Aquí un hombre simple. 

jueves, 23 de abril de 2015

EL PLACER en el hombre culmina en el acto de pensar. Con el tiempo, las sensaciones, las enérgicas elucubraciones de los sentidos, van dando cabida al acto de pensar como la forma plena de estar y ser en el mundo. 

  

domingo, 19 de abril de 2015

IMBUIDO en la lectura: libros, olor a papel como un desflore,  las manos despertando de un letargo al sostener el volumen, los ojos avivados, casi poseídos, todo por de dentro en una ebullición y un volcán celeste.
Quevedo, en el poema dedicado a "A un amigo que retirado de la Corte pasó su edad", escribió un verso prodigioso para referirse al estado del lector. En puridad, Quevedo recrea el tópico literario de "Beatus Ille", pero ofreciendo un elogio del hombre que se retira, no al campo ni a la vida sencilla, sino a la vida lectora e intelectual. El poeta fundamenta su creación en unas continuas paradojas y contraposiciones de orden barrocas; sin embargo, encierran, muchos de sus versos, verdades solemnes y tan naturales como ciertas; válidas, por lo demás, en este mundo actual y efímero. El verso al que me refería es el siguiente:
"y la hora sin voz te desengaña"

Qué virtud tan enorme la de conjugar dos sustantivos con un verbo que contienen toda una lección de ética. La hora en plena individualidad es la que puede llevarte a la verdadera esencia de las cosas. Solo en el principio de soledad, puede el poeta, el lector, el hombre solo comenzar su andadura hacia lo incierto. Sin voces ajenas, sin engaños, sin desvíos, tan solo en el tiempo interno de cada cual.
Prosigue uno releyendo una y otra vez el poema y se encuentra con varios versos de los que no nos resistimos a escribir su lectura: "Ni anhelas premios ni padeces daños", viene a decirnos en el último tercero del soneto.
Sin embargo, de todos los versos de la composición, el que todavía resuena y convoca toda mi emoción es el que dice:

"Y te dilatas cuanto más te estrechas"

En efecto, existe una creencia actual en el mundo de las letras que se basa en las continuas apariciones aquí y acullá como la acción que procura expandir tu obra, tu propia vida. Nada más lejos, con este verso en la mano, la anchura profunda la dilatación del ser se produce en el amparo de la lectura continúa en silencio y en la propia vitalidad individual. Un hombre solo cultivando sus lecturas procura más pluralidad. Si solo lees los libros que todo el mundo lee, nunca podrás decir quién eres, si es que alguien llegó a una aproximación o conjetura de esto mismo. Al menos, como dice Quevedo: "En esa soledad, [...]/La vida al día más espacio dura".

sábado, 18 de abril de 2015

LA gratitud es una doncella inconmensurable que nos da su mano transparente aun sin percibir el furor de su cuerpo.




jueves, 16 de abril de 2015

¿EXISTE una subjetividad objetiva? Puede que la percepción del arte se instale en una objetividad establecida desde lo que no podemos analizar y racionalizar; de ahí que, cada cual, comience en su subjetividad. Habrá tantas subjetividades como individuos que alcancen el territorio objetivo del arte.
¿Se puede mostrar alguna experiencia de esa objetividad? Coleridge quiso ilustrarla con las siguientes palabras:  
"Si un hombre atravesara el paraíso en un sueño y le dieran una flor como prueba de que ha estado allí, y si al despertar encontrara esa flor en su mano... ¿entonces qué?". 

Lo que resulta imposible y vacuo es querer que nuestra subjetividad sea objetiva si nunca encontramos esa flor, no en la mano, sino en el profundo sentir del espíritu.  

En estas batallas dialécticas me encuentro como un niño: perdido, desbordado, humillado por mi incapacidad de dilucidar nada en algo.
En el fondo, me siento triste y pienso, las más de las veces, que debería callarme, quedarme quieto y sonreír sin más. Sin embargo, estas disquisiciones me avivan a proseguir leyendo, único ejercicio que ejerzo en libertad plena, a leer y a contemplar. Sístole y diástole de una vida en busca de armonías, palabras y silencio todo enraizado en el crisol oscuro y cristalino de lo hondo. 


martes, 14 de abril de 2015

QUIZÁS, la gran lección de Rilke pudiera recogerse en una anotación: "En ningún lugar hay mundo más que dentro". Solo cuando las cosas se han transformado, dentro de nosotros, en invisibles, es cuando realmente existen, añade Antonio Pau. 
A estas consideraciones, culmina el propio Rilke con un aserto límpido y bello: "solo en nosotros puede cumplirse esa íntima y permanente transubstanciación de lo visible en invisible". 

Qué lejos, ¿verdad?, todas estas reflexiones, términos, estaciones semánticas y exposiciones de Rilke de la vida actual, más aún, de la poesía actual. Algunos lo citan en sus libros, pero es penoso que ni siquiera lo hayan leído y aun así lo muestren.  
Es por ello por lo que considero, con Rilke, que nos han anulado, nos han estropeado los sentidos con que podíamos captar la vida sin límite, la de Parménides, Platón, Boecio, Montaigne, Rilke, Cervantes, por poner solo un puñado de nombres.  Dice Rilke que una vida falsa, demediada, es aquella que "se reduce a lo visible. La que da la espalda a lo invisible".
Este diario, que roza los ocho años ininterrumpidos, siempre fue, en el fondo, un alegato a la invisibilidad.  
Así, recupera uno el ímpetu, la cadencia necesaria para hallar un sentido último y estético al mundo que nos logre reformular como un torbellino. Lo siento por mí, por el mundo-festival de los poetas de este tiempo, pero nada soy en ellos, ni nada logro ver en ellos, ni nada quiero ser en ellos.  

sábado, 11 de abril de 2015

DE la obra de Thomas Bernhard rescataría sus textos autobiográficos, El origen, El sótano, El aliento, El frío y Un niño. Cualquiera de las páginas de esos volúmenes está cargada de literatura. Y la literatura, en la prosa narrativa, me cuesta, cada vez más, encontrarla. Por este motivo, cuando me encuentro en ciertos periodos de naufragio, acudo a Bernhard para restituir en mi consciencia el halo grandioso de la prosa cuando esta toma posesión de un estilo y un modo de ser en la literatura. no he leído ni una sola concesión o extravío, de renuncia o paradoja en las palabras del escritor nacido en Holanda. Es un ejemplo de ética estética, pues su obra traslada al lector una fortaleza inusual de coherencia y acción, de palabra y vida.
Una de las imágenes que golpea mi memoria es la del niño recluído en un sótano rodeado de una ciudad en plena posesión y transformación como Austria, pero interpretando, libremente, las partituras de Mozart. La imagen posee la fuerza telúrica del origen con que se intitula el libro. 
En esta misma obra puede uno leer: "Solo porque me opongo a mí mismo y, realmente, estoy siempre en contra de mí, soy capaz de ser". Estas palabras son un ejemplo de la profundidad a la que somete el decir literario. Un autor que considera la música como una posibilidad de la existencia concibe la literatura como un alud abigarrado, un descenso luminoso a donde nunca podría llegar el ser sin las antorchas del arte de la palabra. 
Así las cosas, las páginas que prosiguen a este fragmento deberían aparecer, unas tras otras, transcritas en este diario, pero me parece excesivo robarle más, usurpar más en la prosa excelsa de Thomas. "Me estudio a mí mismo  más que a todos los demás, esa es mi metafísica, esa es mi física", proclama el narrador líneas más adelante. En una clara evocación de mi admirado Montaigne Bernhard hace relucir en su prosa el vigor de un pensamiento propio con una edificación nueva. Una suficiencia cada vez más inexistente en la literatura. 

jueves, 9 de abril de 2015

RECUERDO que, en la adolescencia, escuchaba a Chopin y a Schubert las más de las tardes. Yo había comenzado a tocar el clarinete con diez años y todavía mantengo mi capacidad interpretativa y lectora de partituras. Las tardes estaban colmadas de ensayos con el instrumento: escalas, arpegios,  
el concierto de Weber, posteriormente, el de Mozart, los quintetos de Brahms, las sonatas de Stamitz.
En una ocasión, logré tocar con una orquesta del Mozarteum que estuvo en mi ciudad natal, en Sanlúcar de Barrameda. Iban a interpretar el Réquiem de Fauré, en el que el clarinete tan solo tiene cuatro o cinco compases de interpretación, y, para ahorrar gastos, decidieron dejar al clarinete en Salzburgo. A la llegada a la ciudad preguntaron al director del festival si conocían a algún clarinete para que, al menos, esos compases, no quedaron vacíos. Fue mi oportunidad más emocionante, no solo por la calidad de la composición, sino porque el oboe, que estaba a mi lado, se había emborrachado con manzanilla horas antes y me cambió la partitura de clarinete por la del bajo. No paran de reírse y de poner las manos en ademán de estar orando cada vez que el Réquiem se ponía solemne.      

Por aquel entonces, los compañeros me hablaban de grupos de rock españoles y eran adictos a Héroes del silencio; por otra parte, comenzaba a brotar un grupo llamado Nirvana que hacía, casi sin advertirlo, que los jóvenes, amigos todos, comenzaran a vestir y a actuar con una determinada estética. Siempre conviví entre ellos con mis gustos. Mi padre me daba, cuando iba a trabajar con él todos los fines de semana, quinientas pesetas. Cuando acumulaba un pequeño capital, iba a comprar libros. Los primeros, de Rubén Darío y Antonio Machado.  Tiempo más tarde, en el instituto, gané un premio de relatos que consistía en poder adquirir dos mil pesetas en libro en la feria del libro. Los volúmenes que adquirí los guardo con recelo: El Burlador de Sevilla, Luces de Bohemia, Niebla, Poesías completas de Garcilaso y Poesías de Unamuno. Ante estos títulos, mis amigos me decían, con toda la tolerancia que luego nunca he vuelto a sentir, que les explicara por qué había escogidos esos libros. Yo los leía en voz alta, junto a ellos, y disfrutaba con esa libertad lectora de la juventud en la juventud tolerante. 
Esta tolerancia no existe ahora ni siquiera entre los poetas. Hay una malsana vindicación de lo propio por encima de cualquier postura. Y esto, que antes me provocaba recelo, me encolerizaba demasiado, lo tomo por una migaja ya dura y rancia que nada tiene que ver con la poesía. 

Hoy, al escuchar en la radio la balada nº 1 op. 23 de Chopin, se me ha venido a la memoria, de puro golpe, de pura raíz, los capítulos de aquella juventud en el sur. y he encontrado una placidez en todos estos pensamientos y un calma en el espíritu. Una soledad nutritiva, un silencio sonoro en cada recuerdo. Me he sentido complacido con los recuerdos de entonces y quisiera que estos días de ahora discurrieran con la misma placidez de aquella utópica etapa. 

Para encontrar la armonía, para encontrarte sin más cursivas que las del tiempo, debes advertir la naturaleza del arte y si llegas a presentirla, no abandonarla nunca, por mucho que canten las sirenas, por mucho que la vanagloria esculpa un carro de heno frente a tus ojos, por mucho que suenen y repiquen las palabras elogiosas cuando estás descendiendo, como Dante, para poder regresar impregnado de luz. 

martes, 7 de abril de 2015

EL CONTENIDO  del corazón es lo que quisiera volcar, como un manantial sereno y blanco, en la palabra poética. Un contenido glauco, procedente del volcán y del magma inaprensibles que convocamos al decir de una revelación, en la lectura de un rito de paso. Como María Zambrano, la poesía es revelación del ser, lo que los griegos llamaban aletheia. Un desvelo, nunca un proceso fortuito de nombramiento; nunca una imposición por parte del individuo sobre la palabra bella y justa. Es antinatural, llamémosle inarmónico o estridencia de la ceguera del corazón.  
Ser límite en el límite, deambular por la nebulosa y delicuescente realidad que orilla en la palabra poética verdadera. Y nada más, contemplar si acaso, si acaso pudiéramos estar con el corazón sin pálpito ante la infinitud, con el corazón sin latido de la belleza en calma.  
El contenido sin narración, nunca la luz tuvo su relato. Un contenido total, que se expande con destellos que resuenan y resuenan en la cúpula callada de nuestras manos.
Y acaso morir en el silencio vivo de la soledad. En el silencio nutricio de la soledad sonora. En el establo de las musas mordisqueando a Orfeo, relamiendo sus miembros en un ejército de implacables susurros. 
Apenas has escuchado el contenido del corazón todo sufre una vuelta y una aritmética. En ellas no puedo reconocer lo que no existe, lo que nunca existirá entre sus hojas. 



Sigo, lentamente, haciendo acopio de las prosas de este diario. Con la insistencia de la poda, con el trazado de un hilo imaginario que los ensarte, voy corrigiendo, recopilando, sumando, conformando una estructura a estas prosas sueltas. De vez en cuando, releo los poemas que surgieron en marzo de hace dos años. En los idus es el tiempo en que comienzo a escribir sin saber qué causa misteriosa se esconde tras ello. Suelo concluir en noviembre, quizás con el auspicio de Capricornio. 
Decía que sumaba las prosas y poco a poco el hilván de todas estas palabras iban culminando una imagen. Con Borges, esa imagen que se refleja de un hombre pudiera ser un retrato del individuo que las pergeño, pero no lo siento así. Sufro extrañeza ante ellas: las leo, recuerdo en muchos casos su origen, pero me invade más un sentir de alejamiento que de pleno reflejo de mi vida. 
Quizás ser lector ante todo es la condición necesaria para, como Ulises, desear ser nadie, pues nadie en cualquiera de nuestros orígenes es la naturalidad, el estado de naturalidad es ser nadie.   
CUÁNTO he recordado esta tarde la decisión de Glenn Gould.

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Más con menos.

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Ah, ya lo sé, me digo, falta naturalidad en la poesía de este tiempo.


sábado, 4 de abril de 2015

SI el Mediterráneo muestra algo, eso es la calma y la templanza. Es más, una calma pronunciada en la cadencia de su quietud, lisa, olivácea, profunda, neblinosa, como el horizonte en los ojos de Virgilio cerca de Brindisi. 

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El arte, en su destino mayor, como afirmaba Hegel, le roba espacios y el tiempo al mundo contemporáneo. No vive en él, ni de él se nutre. Es un curso análogo que desprende una música y una claridad celeste. Cuando el arte participa de ellas el lector se sitúa en ese espacio y en ese tiempo: presiente una mansedumbre y una armonía en su espíritu. Todo lo contrario a la leve nota de los bardos que anhelan el rumiante aplauso de la muchedumbre. 

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La soledad es desenvolverse al universo, al estado prístino del origen. Supone una muerte y un renacer, transitar un abismo que no podrás comprender siendo lo que eres.



miércoles, 1 de abril de 2015

ESTA LUZ en París ha sido el himno de mi paso por la ciudad. Si tuviera que escoger una hora, un momento de mi vida en esta ciudad para resguardarla de todo, diría que la tarde, o mejor, el atardecer. Aquí, en París, el atardecer es una epopeya de la luz y de la noche. Se vuelve todo una suerte de ambivalente estar en el mundo, pues se derrama, como por arte de un cometa ensoñado, la luz dispersa, la luz en la piedra. Ese estado umbrío de la piedra, el reflejo que no es reflejo, el candor que se templa en la dureza, el declinar de la luz en las sombras de lo quieto, provoca una fascinación cuando uno lo contempla. 
Estar en París es pasear por los jardines como un hombre ausente. Deambular por el dédalo de sus calles sin rumbo, arropado tan solo por las construcciones y los edificios que, cuando más emboscados parecen, se abren al río o se abren a un jardín cuya entrada presenta la invitación al merodeo de un hilo, de un hilo renovado de Ariadna. Ese hilo, si lo sigues, no conduce a ninguna parte, tan solo a bobinar tu propia existencia. Tus pasos, se vuelven pasos sin marcas; el ruido de las hojas crepitando en tus suelas, el manifiesto poderoso de naturaleza circulando en tu propia nada. 
Estar en París es estar invisible en esa luz y en ese himno. Y no encuentro un estado de mayor armonía en estas semanas que esta desaparición voluntaria. Me siento en Luxemburgo y abro un libro de Valèry; al cabo de un rato, me desplazo a Saint-Germain-des-Près. Me siento en un café, trato de discernir entre los susurros de los que están allí la voz de Borges dialogando como un caballo desbocado; saco el moleskine y trato de pergeñar alguna línea que funcione a modo de testimonio de todas estas vivencias. Al poco tiempo desisto y me vence la convicción de que me falta talento, de que nunca lo tuve, la innegable convicción de dejar de escribir, de ser ya un Bartleby ágrafo total y dejar de tantear, de conjuntar palabras, de ofrecer reflexiones en un cuaderno que solo leo yo y acaso el otro yo que me acompaña. 
Esbozo una sonrisa de satisfacción cuando me observo tan decidido, como el suicida que acaba de atar las cuerdas a la viga y que se ha colocado con su cuerpo sobre una silla. Ya noto el roce peliagudo de la cuerda en mi cuello, me tiemblan las manos cuando tiro de la cuerda para comprobar que está atada con fuerza y soportará el peso de mi cuerpo. Un, dos, tres...he dejado la música de Beethoven sonando, los cuartetos para cuerdas. Un, dos, tres...la respiración se entrecorta, jadeo. Un, dos, tres...¿me atreveré a dar el salto definitivo algún día?
 La atracción de la muerte suscita la luz.


El despertar comienza con otro sueño.


La poesía evoca el razonamiento de una idea que solo existe por sí misma y por siempre.

Apártate, y verás; escucha y oirás el cosmos dentro de ti. Silencia tu palabra y los ecos del cosmos tomarán tus entrañas.

Quien no vibra y ensalza su espíritu a otras corrientes con la belleza de la música no pudiera decir nada acaso de todo.