domingo, 23 de enero de 2011

Anoche, en la ópera, asistimos a un magnífico concierto. Por unos minutos, estuve pensando en este rito que parece de otro siglo, la ópera. Éramos los más jóvenes de los asistentes, pues estuve atento a la edad de los que fueron al concierto. De la misma forma, puse atención en las formas y los ritos que pertenecen a estas actividades. Pensé en las páginas iniciales que escribió Stefan Zweig en El mundo de ayer, exactamente cuando se refiere al microcosmos cultural de la Viena de principios de siglo. Por unos momentos, me emocioné evidenciando esta decadencia.



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Cielo gris y lluvia chispeante. El níspero, el laurel, el pacífico han aguantado con entereza el transplante y estas lluvias tímidas le han caído como del cielo; sus raíces se han hundido en la tierra y sus ramajes se levantan enfervorecidos. Quisiera parecerme a ellos y enraizarme en la tierra natural y en la humedad de la noche, sentir la lluvia como el crecimiento del espíritu y dejar mi cuerpo al sol, a la luz, para que lo bañe el dulce son de la claridad inventada.

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Cuanto más entretenido en lo público, peor obra literaria. Cuanto más atención a lo social, peor persona literaria, pero, ¿existe la persona literaria? Sí. Como dice Alberto Manguel, entre la “H”, de Hyde, y la “J”, de Jekyll, está la “I”, de yo.

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