miércoles, 2 de octubre de 2013

ESTA mañana, el campo exhalaba un vaho de prodigios. Todavía resonaba la música del verso de Machado que estuve leyendo. El olivo, el olivo solitario que condensa todas las figuraciones de la noche. Un glauco meditar con la palabra sosegada. 

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Un amigo me escribe y me dice que A.M.M. está escribiendo en estos días sobre Thomas Bernhard y que lo elogia desmesuradamente, como si nunca antes nadie lo hubiera hecho. Es cierto que los lectores de Bernhard son entusiastas de su prosa y de su propuesta estética y ética. Uno llegó a sus libros gracias a otros lectores y esa es la esencia del lector.
A poco que se arrime el lector a cualquiera de sus producciones advierte que está ante una obra literaria alejada de todos los convencionalismos establecidos alrededor de la literatura. Bernhard es narrativa pura, el correlato en prosa a un poeta verdadero que no tiene parangón en la prosa hispánica. Uno de los primeros en traerlo a las letras españolas fue Javier Marías quizás el autor más bernhardiano de los últimos tiempos y el que mejor ha incorporado los logros en las técnica narrativa en nuestra novela.   

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La mañana seguía con su estado de consciencia blanquecino. El olor de la tierra húmeda, las figuras de las lomas apenas advirtiéndose entre el campo, el sonido impoluto de la luz de amanecida. Resunean los versos del poeta: 

Olivo solitario, 
lejos del olivar, junto a la fuente,
olivo hospitalario
que das tu sombra a un hombre pensativo 
y a un agua transparente.
Al borde del camino que blanquea,
guarde tus verdes ramas, viejo olivo,
la diosa de ojos glaucos, Atenea.