martes, 22 de diciembre de 2015

LA mañana resplandece con una tersa languidez de ensueño. Uno, que ha dormido poco, parece resurgir de otro cuerpo que lo acompaña, de otro cuerpo que no se reconoce más que en sus cuidados. Esa otredad me hace leer de nuevo a Pessoa y también a Montaigne; lo hago con una paciencia flamenca, pues cada vez leo más lentamente y con las lentes de las contemplaciones. Escribir la lectura mas con la paciencia de no querer desfigurar la lectura. 
Esta noche, por ejemplo, he estado a leyendo a Bécquer. Leía, cargado de emoción, un texto en prosa, un manuscrito de Bécquer que la erudición (como siempre despistada) despacha con vínculos al Bécquer adolescente y romanticón de entonces. Sin embargo, cuando lo he releído, he podido vislumbrar cómo desde el comienzo el poeta,- verdadero, puro, irrevocablemente poeta-, entiende el fenómeno poético de la misma forma desde que tiene consciencia de la poesía. Con posterioridad, su obra, como la de todos, va cargándose de matices, de vericuetos expresivos con que trata de ensanchar esos límites de la palabra que quedan a la luz de la inmensidad poética. Dice Bécquer:

"Luce brillante estrella que despide rayos de luz purísima argentada, y se halla como perfidia en la inmensidad del espacio. Esta estrella es el poeta que, con sus cantares de ángel, ilumina nuestras almas, nos recuerda cuán grandes somos y haciéndonos por un instante olvidar nuestras pasiones y nuestro egoísmo, hace brotar del fondo del corazón dulcísimas emociones que no pueden arrancar a nuestro gastado corazón ni las riquezas ni los goces. Y entonces adoramos este ser que con su armonía nos hizo felices. Esto es sin duda lo que quisieron expresar los antiguos describiendo a Orfeo". 

En estas líneas iniciales, Bécquer ofrece un diálogo con un estadio de la literatura muy concreto: estamos ante lo que me agrada llamar "la estirpe de Orfeo". Es más, Rilke se hace palabra en este fragmento cuando Bécquer refiere la imagen del ángel asimilada al poeta. La grandeza y la profundidad de este tipo de textos pasa inadvertida por el estudioso, sin embargo, ahí quedan restallando los ecos anteriores de la poesía en la palabra de Bécquer, a saber: "luz, purísima, inmensidad, ángel, olvidar, ser, armonía, Orfeo"; selección léxica que bien pudiera coincidir con otros autores de la antigüedad como Virgilio y de la posterioridad como J.R.J. 

A continuación, podemos leer lo siguiente: "[...] que todo es dolor en nuestra infelices vida, y antes de ver un pueblo a sus pies, antes de ir a reposar sobre la fría losa del sepulcro, do se graba un nombre [...], se sufre, se padece, como en el Infierno de Dante, porque es preciso luchar con la sociedad, lucha moral, espantosa, porque aquella hermosísima y débil flor combate con el huracán que quiere destruirla". 

El caso es que Bécquer sigue ahondando en la idea misma del origen vinculado a la poesía, como si la poesía trajera, al momento de vida, las aguas cristalinas del canto originario. Lo luminoso, la contraposición entre el poeta y el orden social; la ética y la estética.