sábado, 9 de abril de 2016

Nada es lección de la vida misma.

EN OCASIONES, todo es recogimiento. Y suficiencia. El agua pregona con firmeza lo fugaz de nuestras horas, pero también la permanencia. Con la poesía, el blanco de tu boca es ya blanco por siempre y el rumor de nuestras lenguas asediadas meditan transmutadas la transformación hacia lo incierto. 
Noto un hundimiento profundo, pero lo encaro con clemencia. Con la contemplación y la cadencia aprendida en los libros, no en la vida. Nada es lección de la vida misma sino el sesgo de la palabra en ella, de la palabra que nunca renunció a su principio, de una palabra que solo encuentro en escritores de otra época, otra etapa, otros años que ya son míos, tan míos o más que los que vivo y están repletos de invasores y poetastros sin sentido. 
Como decía Hofmannsthal: "Y tres son uno: un hombre, una cosa, un sueño". Por la premura y el fulgor del encantamiento poético, como bálsamo, se confunden las tres dimensiones: la condición humana, el nombre mismo de la cosa y la memoria que la trae al punto de tu vida. Platón, ¿verdad? Todo Platón desplegado a los ojos en estos tres afluentes. Tres inciertas realidades, de ninguna de ellas conocemos nada, quizás tan solo su lábil razón para nosotros.