domingo, 17 de julio de 2016

La verdad solo puede ser dicha en la belleza.

De un tiempo a esta parte, todo se transparenta con más vehemencia en mi vida. Con esta cosmovisión, las cosas nimias han dejado de importarme por completo así como las personas que las pronuncian. Ya no actúo con decoro cuando alguna situación me resulta ridícula, antes al contrario, me evado con celeridad. Ya no permito que los días perpetren un hastío y una zozobra, prefiero las convicciones sometidas a un juicio continuo. Ni siquiera considero más elevados unos pensamientos que otros a no ser que de partida sean inaceptables. En cuanto a la literatura, cada vez se hace más grande en menos autores.
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Cuando Unamuno sentencia que no cabe amar sin conocer y que es imposible conocer sin amar, me acuerdo de los versos de san Juan de la Cruz. En latines de Unamuno, Nihil cognitum quin praevolitum. Estas palabras las escribe Unamuno cuando afirma que necesita explicar lo que explica el mundo en Tratado del amor de Dios: “Con la razón no se llega a Dios, se llega a la idea de Dios”, reza uno de los pasajes más enfervorecidos. Aquí cierro el libro y me quedo palpitante, meditabundo, intentando proyectar las ideas hacia sus esencias y comprobando que vivo en un mundo fingido, apenas comprendido, sobre el que soporto las proyecciones del yo que me invade, pero del que dudo que conozca sus sustancia.

Hay que levantar las miras para hacer algo grandioso, hay que atender a las convicciones y no a las sucedáneas disposiciones. La literatura no puede, como la ciencia, andar a hombros de gigante, es decir, comenzar donde otros lo dejaron, pero sí puede surgir desde donde todos comenzaron, desde donde el hombre es uno, en plenitud, completo, con todas las virtudes que lo atraviesan y todas las manías que lo conforman. En ese espacio comunitario de la especie es de donde la literatura, y en especial, la poesía, comienza a urdir una obra trastocadora, porque cuando las palabras que nos hacen desde lo profundo son reformuladas, nos estamos rehaciendo a nosotros mismos al completo. Decir de allí, en ese espacio, es decir lo que fuimos siendo en el será.
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Exactamente lo que preconiza El libro de las mutaciones, el milenario volumen que tantas enigmas espirituales plantean desde comienzo: “El curso de lo creativo modifica y forma a los seres hasta que cada uno alcanza la correcta naturaleza que le está destinada y luego los mantiene en concordancia con el gran equilibrio”. Estas palabras, referidas al primer signo, Lo creativo, sostienen algunas de las cuestiones sobre las que escribo hoy. La creación como un inicio de lo correcto a través de la perseverancia. En esa perseverancia, el creador alcanzará, si su virtuosismo lo hace posible, un equilibrio perpetuo, una armonía con el mundo. Estamos ante una de las definiciones de qué es la poesía más prodigiosa.
Por otro lado, el efecto de ordenar el espíritu y el mundo que sucede en el exterior debe obtener su resultado en el mundo interior del escritor. Asimilado el orden del mundo, es posible hacerlo de uno mismo, pues tendremos conciencia de que pertenecemos a una esfera superior, a un orden extraordinario que nos acoge. Somos una nota en el pentagrama, un sonido que encuentra su armonía, una estrella que pertenece a una galaxia. Desde la conciencia de la mortalidad y de la finitud, podremos alcanzar con la literatura la grandeza de las palabras que nunca deberán pronunciarse.
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Esta tentativa infinita de escribir que se despliega en el blanco ha sido una metáfora constante de la sombría presencia de las palabras. Negro sobre blanco, sombra sobre luz, a pesar de que la filosofía oriental traslade los símbolos de forma distinta a occidente y prefiera fijarse en las sombras y no en la luz. A pesar de todo, prefiero atender a la mezcolanza de ambas fuerzas, a la doble dimensión de la propia lengua, pensamiento y realidad, fenómeno y noúmeno. Creo que, en esa lucha interna que es connatural a la propia lengua, el ritmo y la armonía de los contrarios es la cúspide de la belleza. Cuando alguien logra armonizar su lengua, repleta de magmas internos que expulsan incontrolables significados, está alcanzando la belleza y acaso la verdad. Porque la verdad sólo puede ser dicha en de la belleza.

Hoy la tarde tenía la mirada de caoba pulida. Y en sus vetas, junto al río febril de mi piel, he dictado al unísono los abismos de un espejo.