lunes, 2 de enero de 2017

Danzas y flautines en la tarde. Cancioncilla por añadidura.

ASÍ CORRE el comienzo de la nueva estación. Diego Ortiz, Luis de Millán, Mudarra, Cabezón y Pastrana van inundando la tarde con la cadencia de la música renacentista. Una música que se encontraba en un estadio que tengo para mí como muy fructífero, pues en este periodo música y poesía vuelven a reconciliarse como nunca antes lo habían hecho. 
La palabra acomodada a una cadencia muy cercana a la música de su tiempo; en paralelo, la música avanza al socaire de las composiciones líricas, como si hubiera ido creciendo en inmensidad hasta hacerse independiente. En esas etapas de acercamiento, que para verlas tendremos que esperar hasta el XIX, las dos disciplinas que adoro me han dado momentos de placer y de gozo, me siguen agrandando como lector y escuchante.  

Especialmente la pureza lírica de estas composiciones, con el tiempo, me han ido dando muestras de su gran cualidad como elemento creativo. Más allá del exacerbado sentimentalismo, anida en ellas una pureza natural, un decir pulcro, una soltura rítmica que me fascinan y que, al tiempo, me hacen volver al inicio de todo. Es lo que denomino la música del idioma, la sonoridad revivida en la palabra poética. 

El inicio es la vuelta a la palabra primera, a la búsqueda del decir propio en poesía. Difícil trabajo el del discurso propio, pues está en la naturaleza del ser ir con el cambio, acontecer a la medida en que la consciencia se transmuta. Por eso mismo, la poesía es palabra en el tiempo y nos vuelve hacia nosotros, hacia lo que comenzamos a ser.   


(Invierno 2017)



VI
Las nubes, a lo lejos,
en la llanura,
confunden a tus ojos
con la hermosura.