lunes, 27 de marzo de 2017

El recuerdo es una imagen actual de la sombra que fuimos en un momento impronunciable. Un día fui Hemingway, al otro, Flaubert. Termino dialogando con Yourcenar.

LA IMAGEN, en estos días de lluvia, es la plaza de Contrescarpe, en París, cuando me había dejado las barbas para emular a Hemingway y escribía solo quinientas palabras en una moleskine tal que el escritor americano. Allí pasaba toda la tarde sentado en las mesas que daban a la plaza; contemplábamos lo que sucedía, sin más, como un carrusel de la vida, como una galería real y auténtica de la vida puesta en los ojos. 
Escribía mucho por aquel entonces, pero casi nada concluía en algo. Una nota, una palabra, un verso, un subrayado de lectura. Escribía mucho en los libros que leía; recuerdo que París no se acaba nunca de Vila-.Matas funcionó de guía ficcional para nuestra estancia allí. También mantenía los primeros tanteos con Flaubert y con Valéry, escritores con los que mantengo una comunión impertérrita.
Pasé de creerme que era Hemingway a pensar que mejor sería convertirme en Bouvard o Pecuchet. Todo ello buscando a    

Este cielo, decía, este gris de inmensos malabares, estos días de frescor en la mañana conforman la estampa del recuerdo que me conduce hacia la imagen del recuerdo. El recuerdo es la imagen actual de la sombra que fuimos en un momento impronunciable. Tan solo podemos evocar la esencia imperecedera que resulta de toda la hojarasca de lo que pensamos que es vivir. Y esos pequeños golpes de auxilio en el tiempo meditado nos acoge en nuestra liviana estancia.
Pero había comenzado escribiendo que en aquellos meses me había obsesionado con varios cuentos de Hemingway. Intentaba escribir algún relato tomando los mecanismos del autor americano, pero me resultaba imposible, nunca lo conseguí ni creo que lo consiga nunca.  

El último pasaje de todo este tránsito que me ha traído el gris del cielo es la lectura de Escribir de margarita Yourcenar. Del libro sí tengo anotado un pasaje luminoso que todavía recuerdo: "Alrededor de la persona que escribe libros siempre debe haber una separación de los demás. Es una soledad. Es la soledad del autor, la del escribir. Para empezar, uno se pregunta qué es ese silencio que lo rodea. Y prácticamente a cada paso que se da en una casa y a todas horas del día, bajo todas la luces, ya sean del exterior o de la lámparas encendidas durante el día. Esta soledad real del cuerpo se convierte en la, inviolable, del escribir.

Puede que estas palabras no sean más que ecos de aquella soledad, de esta misma soledad de ahora. la soledad real del cuerpo cuando lee y escribe.