jueves, 14 de noviembre de 2013

DESDE las palabras finales de las Confesiones de San Agustín hasta los versos que cierran la Commedia de Dante pareciera que el hombre medieval hubiera sufrido una metamorfosis, al menos, una scientia desultoria del espíritu.  Quedó fijado y consolidado el devenir de las instrucciones griegas, neoplatónicas, en la forma de entender lo natural y lo sobrenatural. Sin embargo, Dante transfirió en este universo inamovible uno de los mayores talentos que ha existido entre nosotros. Podemos leer en Dante:

Qual è colüi che sognando vede,
che dopo ´l sogno la passione impressa
rimane, e l´ñ altro a la mente non riede,

Rimane, permanece la pasión transmutada en la visión úmnica del mundo, la visión en que los límites del raciocinio quedan desfigurados y en que las certezas se vuelven temblores y saqueos al espíritu.  La memoria de toda la experiencia se reduce a un voltaje, a una chispa a una gota de la inmensidad. El poeta entonces comprende su corta labor y es cuando comienza la humildad a impregnarlo todo. Porque, por encima de todo y de todas sus virtudes, Dante es humildad ante la realidad toda y su palabra una ceremonia de la revelación y de la sumisiones.