lunes, 26 de octubre de 2015

SUCEDE en el otoño y continúa hasta la primavera: época de cultivo. Las lecturas se suceden como un carrusel de aleluyas. Poemas, prosas, lectura en silencio de añil. El mundo comienza a conformarse con las propiedades del aire que golpea la concordia del corazón. La rítmica estancia en el mundo es ya un abismo: un y dos y tres...es cadencia de sombras. 

La mayor parte de esos textos líricos van a la inexistencia: escribir es decapitar la letra en el blanco. Con las prosas, sin embargo, tengo más empeño en ordenar que en volver a edificar. Trato de encontrar en ellas el hilo de Ariadna que las cruza, el hilván invisible que otorga sentido. Amontonadas, dispersas, son un archipiélago que traza una imagen última: el canto de la semilla. 

La escritura es un rito de silencio, pertenece a la estirpe del asombro. Ordeno, clasifico, como afirmaba Borges, ordenar una biblioteca es ordenar el mundo, así con las letras de uno. Una travesía quizás demasiado personal, tildada de una pátina a contratiempo, sin embargo, como afirmaba Coleridge, la literatura es un acto de fe.