sábado, 24 de octubre de 2015

YA no quiero más bien que solo amarte,
ni más tiempo ni sueño que esta vida
junto a ti que de tanto desearte
no la siento ni breve ni vencida.



Una sola unidad de expresión de Quevedo encierra más poesía que muchos de los libros de literatura contemporánea. Eso se debe, en gran medida, a que la mayoría de autores han dejado de leer textos de otras etapas por esnobismo, por moda o, simplemente, por ignorancia supina. Así las cosas, la sensible audición interna de un poema del poeta de marras enciende al escritor por de dentro. A poco que lleve dos, tres versos comprende la factura de la composición y la capacidad creadora que funciona en el edificante texto literario.
Existe, en este tipo de composiciones, una música del idioma y es, precisamente, esa música del idioma la que no soy capaz de registrar en las lecturas de textos contemporáneos, antes al contrario, lo que se llamaba "el oído" es, más bien, una ausencia total de ritmo en la poesía.
Algunos achacan este falta a la influencia de literaturas de otras tradiciones escritas en lenguas extranjeras; otros, a la influencia de hipertextos que no solo proceden de la tradición poética; así, entre alguna que otra genial invención, se justifica esta elipsis que tanto empobrecen los textos.
El ritmo no es solo una cuestión relativa a la sustancia fónica, silábica, métrica o versal, estamos ante el ritmo en un sentido lato: léxico, semántico, estructural.

Estas líneas han nacido tras leer, como decía al comienzo, que a poco que uno lee a Quevedo advierte la hondura y la singularidad de su palabra: "Músico llanto en lágrimas sonoras", músico llanto...