sábado, 22 de octubre de 2016

Una reconciliación con el ser


LEER es ya una reconciliación con el ser.

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Uno de los ritos mistéricos con los que he soñado últimamente: imitar la búsqueda de Deméter con antorchas en las manos. "¡Cielo, llueve!, ¡Tierra, concibe! ¡Bromio ha nacido!", grité en la tiniebla de la noche, arropado por un olor a incienso penetrante y subrepticio. Me vi en un espejo contemplando silenciosamente una espiga de trigo: en ella se concentraban la vida y la muerte, la fusión de la physis. Vida citerior y vida ulterior, descenso a los fondos predecesores que contenemos sin advertirlos. Descenso y ascenso.
Tan solo describo. La acción de Naturaleza no puede ser narrada; sucede lo propio con el misterio, pues este  reside en no contar lo que sucede.  El silencio como finalidad, claro. Cuando JRJ afirmaba que la poesía era misterio estaba describiendo que la poesía es el silencio, lo oculto, lo cerrado, lo distinto, lo incomunicable en su esencia.

Es el poema mismo de san Juan de la Cruz. La acción de dejar de ser para serlo todo es de la consciencia, nunca de los hechos materiales. La tranformación consiste en un dejar-de-ser-para-ser continuo, gerundizado; es una acción de la contemplación que confirma nuestra posición y medida frente al cosmos.
En efecto, las especualares acciones con las que tratamos de colmarnos, son vivacidades, no la vida misma. Ser algo en nada es precisamente la consciencia absoluta de esa encrucijada. Es un estado que conviene en que las acciones con que tratamos de desarrollar nuestra vida son nada, que las acciones que no se acerquen al origen que edifica el interior del individuo son nada. Y todos, absolutamente todos, somos algo en nada, pues como mortales modernos nos dejamos arrastrar por las sombras, por la llamarada de lo inmediato.