miércoles, 6 de febrero de 2019

No hay medida en el tiempo de poesía.

VA creciendo enero sinuoso y frío. Recuerdo el invierno en París y eso me traslada a Rilke. "No hay medida en el tiempo [...] ser artista quiere decir no calcular ni contar: madurar como el árbol[...]". 

Y madura uno con el peso de su levedad hacia un confín secreto del que solo intuye su territorio. 
Leía ayer, de nuevo, La lámpara maravillosa de Valle-Inclán y reescribía, en el cuaderno menudo, algunos de los principios que sintetizan los apartados. 
La distinción entre meditación y contemplación es el vector principal del libro. Todo él es una disquisición práctica y ética de la contemplación como la superación de sí mismo, como el ejercicio de dejadez en el mundo para ser el mundo, de transgredir el idioma y la sintaxis de ordinario que nos hace creer entender el mundo.Ante el entendimiento narrativo del mundo, la consciencia unitaria del mundo: un solo nivel de realidad que aglutina todo el devenir. 

No existen subordinaciones al acontecer desde la contemplación: todo es uno y en sí, todo es matriz y unidad, origen y ser natural. 

la poesía es una corriente infinita en que se edifica el ser hacia un culmen. En ese trasiego puede que el silencio termine por conmover las raíces del poeta, puede que acabe de terminar con su consciencia hasta hacerla una, invisible y muda, quizás más verdadera. Silencio y soledad como los arcos de piedra brillante que alumbran la entrada, el umbral de piedra hacia la piedra musical de poesía.