sábado, 15 de agosto de 2020

Pálpitos de lecturas. Leer como la vida.

AGARRA uno un libro de las baldas con el criterio auxiliar de la intuición. No hay nada más que un pálpito indolente en ese ejercicio; selecciona uno un volumen y deja en el estante los que rodean ese libro. Escoge uno un libro y no otro y comienza a leerlo en favor de sus páginas: aprehende lo que el autor quiso dejar en ese discurso, disfruta con el ejercicio de creación, con los juegos de creación, con el asombro de los sentidos que cada página va alumbrando en la lectura.  

El libro se hace único con el lector único que lo lee; y despliega, en ese lector, otras realidades que nunca antes había podido otorgar a nadie el propio libro, se levantan las compuertas secretas que todo lector avezado halla en las márgenes secretos de cada libro. En ese encuentro el autor queda ajeno a todo, no forma parte del proceso de comunión estética y ética.     

Como la propia vida, leer es una selección, al fin y al cabo, que deviene de la voluntad individual; una voluntad edificada por la experiencia lectora anterior, por las resonancias internas de la cultura, del diálogo con otros individuos, de las propias dudas internas que cada cual posee, también de la formación, el estudio, el empeño sesudo de conocimiento. Cuando se produce el acontecimiento de leer un libro se encuentran todas estas circunstancias que lo convierten en ejercicio único y, además, finito. Tan solo el esplendor y el eco de las ideas y palabras quedan en el lector hasta el fin de sus días.  

Este proceso conduce a que un libro se alce como mucho más que un objeto de entretenimiento, -que es la fórmula del lector eventual y frugal, de moda-, es un entretenimiento del espíritu, una acción coronaria para seguir siendo uno algo en nada de esta vida. Una necesaria frugalidad que devenga en el infinito momentáneo de la lectura feliz.     


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